El partido Farc emitió el 30 de mayo una declaración sobre los resultados electorales del 27 de mayo. En ella reconoce la existencia de dos grandes corrientes en la vida nacional, una, que está por el pasado de guerra, corrupción, desigualdad social y sujeción a intereses extranjeros, y otra, que está por la profundización democrática, libertades, justicia social y ambiental, soberanía y por el fin de la violencia en la política del país.
Además advierte que existe la posibilidad cierta de conformar para el próximo período presidencial un gobierno de amplia convergencia social y política, capaz de consolidar la paz en el país mediante la implementación de los Acuerdos de La Habana, la conclusión exitosa de las conversaciones con el ELN, la búsqueda de una salida al fenómeno paramilitar y criminal mediante soluciones estrictamente jurídicas, con un gran acuerdo nacional que erradique las armas de la política.
Ese gobierno estaría en condiciones de ampliar la democratización del país, al tiempo que modernizarlo y desarrollarlo en los campos económico, político y social. La oportunidad está servida. Por primera vez en décadas, existe la posibilidad de comenzar a construir un país distinto, por vías pacíficas y legales. Ello requiere grandeza en quienes tienen la responsabilidad de tomar las decisiones que permitan cristalizar esa gran convergencia.
La Farc remata su comunicación advirtiendo que sus miles de hombres y mujeres, los mismos que lo han sacrificado todo por la construcción de la paz, se hallan en total disposición de trabajar con el mismo entusiasmo, por hacer posible esa Colombia que alcanza a entreverse en el horizonte. De dichas palabras se desprende que la nueva agrupación política nacida del Acuerdo de Paz de La Habana, se suma a esa convergencia por un nuevo país.
Desde luego que esa convergencia está por construirse, no se produce por generación espontánea. Y allí radica la dificultad. Si traducimos los términos de la declaración del partido Farc a palabras más aterrizadas, es claro que tras las elecciones del pasado 27 de mayo, el pueblo colombiano tendrá que elegir entre dos opciones concretas, o una Presidencia de Iván Duque, o una Presidencia de Gustavo Petro. En eso no caben términos medios, o es uno o es el otro.
No cabe equivocación alguna al respecto. Nuestro país estará gobernado nuevamente por el uribismo, o lo estará por un conjunto de fuerzas que se unan por los propósitos de paz. Por eso no me parecen válidos los argumentos de quienes sostienen que no pueden inclinarse por el uno o por el otro, porque precisamente su tercería obedece a que no estaban de acuerdo con ninguno de ellos. Según las reglas establecidas, la tercería dejó de ser una opción, ya no existe.
Colombia no definió el domingo anterior
que en la segunda vuelta se enfrentarían dos extremos y un centro
Resulta por tanto inútil perseverar en ella, que de manera vergonzante comienza a presentarse con la salida del voto en blanco. Colombia no definió el domingo anterior que en la segunda vuelta se enfrentarían dos extremos y un centro. Lo que determinó por un porcentaje abrumador de votos, que no se presentaba hace muchísimos años, es que habrá que elegir entre una de esas dos candidaturas. Tanto así que según las leyes el voto en blanco carecerá de efectos.
O sea que lo que se está exigiendo de parte de las instituciones y la necesidad política, es que los hombres y mujeres de nuestro país adopten una decisión madura, elegir entre las dos únicas opciones que la mayoría fijó. El triste espectáculo que comienzan a dar ciertos dirigentes políticos que se expresan por el voto en blanco, no alcanza a lavarles el pecado de estar inclinándose en verdad por el candidato del uribismo. Ese ya cuenta con sus casi ocho millones de votos.
Y por tanto lo único que podría hacerle perder la segunda vuelta, es que los casi cinco millones de votos obtenidos por Petro, se vieran reforzados y acrecentados por aquellos que durante su campaña, dijeron estar por la paz y en contra de las políticas enarboladas por Uribe y su mascota. No es cierto que la segunda vuelta presidencial sea una carrera que parta de ceros. Todo el mundo está en capacidad de ver lo que sucederá si no se apoya la candidatura de Petro.
Incluso esos que se hacen los inocentes para no votar por ninguno de los dos, están perfectamente claros, son sabedores de que con su actitud están sirviéndole el triunfo en bandeja a Duque. Lo que gritan a los cuatro vientos con su pretendida imparcialidad, es que prefieren millones de veces otro gobierno del uribismo, que un intento por sacar a Colombia de la horrible noche de violencia y corrupción en que se hundirá aún más gracias a ellos.
Votaré por Petro, como deben votar también por él todos aquellos y aquellas que honesta y limpiamente quieren la paz y la decencia para Colombia.