Alejandro Escobar es un anarquista. Vive en la loma del Chocho sobre las montañas de Envigado en una construcción en obra gris que ha acondicionado como su casa. No hay paredes ni puertas, sólo vigas de concreto, un techo de zinc y una malla de construcción que resguarda sus caballetes y pinturas de la lluvia, y a él del fresco de las noches paisas.
En contra de los altos arriendos que cobran hoy por espacios reducidos, Alejandro se fue a vivir sin teléfono ni televisor a un lugar que se ha convertido en su casa-taller. Así como lo están haciendo muchos artistas y músicos estadunidenses, Alejandro trabaja y vive en el mismo espacio. Después de darle de comer plátano maduro a las soledades (pájaros barranqueros), Escobar se despide de Medellín todas las noches buscando una respuesta inabarcable: ¿Qué significa ser artista hoy día?
Alejandro estudió administración de negocios pero desde niño ha sido dibujante por diversión. Sin embargo, hace siete años después de exorcizar sus miedos y superar una quiebra económica aceptó que su oficio en el mundo era ser artista. Posiblemente Alejandro ha leído más libros de arte y filosofía que muchos que hoy llevan el nombre de artista por haber pasado por una facultad de arte. Él no tiene un diploma pero ha cultivado su mente y su corazón con conocimientos que le dan bases para en su proceso de creación.
Foucault, Gombrich, Heidegger están en su retina así como los trazos que los maestros de los talleres de Medellín le han enseñado a perfeccionar. Escobar no ha estudiado arte en la Universidad pero por intuición combina el video, la fotografía, el collage, la instalación, la pintura y la escultura. Su casa-taller es un laboratorio donde nacen objetos que son brotes de semilla. Allí se vale todo pero no todo es arte. Algunos son simples experimentos en los que Escobar cataliza su repulsión hacia la guerra, su encanto por el cuerpo femenino o su rechazo al asfixiante estilo de vida capitalista.
La violencia colombiana es uno de los temas recurrentes en su obra, por eso recrea ametralladoras, machetes y escenas de noticieros sobre lienzos o metal que resignifican esas imágenes agresivas que de tanto verlas se han vuelto normales. Fusiona tecnologías actuales con técnicas legadas por los grandes pintores y escultores manteniéndose fiel a un contenido y respetando la estética. El arte de Alejandro Escobar no es del todo conceptual ni tampoco decorativo pues invita a ver a través de un color y una forma el mensaje implícito.
Quisiera liberarse de los curadores para que su obra hablara por sí misma. Escobar cree en la democratización del arte porque es de todos y para todos, no solamente para los cultos, porque él también hace arte para el disfrute de la gente. Pero anhela una democracia artística con reglas de juego en donde se valore la investigación, la rigurosidad de los artistas y no solamente la sentencia del experto.
Mientras éste autodidacta sigue leyendo y explorando en busqueda de respuestas, el mundo del arte no detendrá la máquina. Él seguirá con sus perros y los pájaros que milagrosamente llegan a visitarlo a las cinco de la tarde en su refugio libre de contaminación, cristalizando ideas. El día en que se suba a la locomotora lo hará fundamentado porque Alejandro Escobar no cree en golpes de suerte.