Los del Partido Popular, PP, atribuyen todos los males de España al expresidente Zapatero. En realidad esto es una injusticia histórica porque a él le cayó la mayor plaga que puede azotar a cualquier gobernante: el estallido financiero mundial del 2008. Es verdad que con Zapatero las cuentas del Estado tenían superávit, el ladrillo atravesaba un boom, los bancos ganaban como nunca. Pero el 2008 aniquiló los bellos sueños. El desempleo se disparó, la deuda pública empezó a crecer de forma exponencial, los precios de la vivienda cayeron un 60%, los desahucios centuplicados y los jóvenes españoles se quedaron tejiendo sin hilo.
Apenas quedaron cenizas. La mayor y más espeluznante fueron las de Lehman Brothers. Ciento cincuenta años de solvencia financiera fueron pasto de las voraces llamas en pocas semanas. Cayeron primeros ministros, a manojitos. La recesión devoró con infamia economías boyantes. Lo que entregó José Luis Rodríguez Zapatero fue el esqueleto de lo que era rozagante y saludable.
¿Acaso Mariano Rajoy, sucesor de Zapatero, restableció ese anterior "resplandor", que hoy los cachorros del PP muestran orgullosos como si de un trofeo se tratara y piden a los votantes del 28 abril su apoyo y confianza, debido a que ellos sí conocen las recetas de la buena gestión gubernamental? Las cifras cuestionan este planteamiento, 60.000 millones de euros costó el rescate de los bancos españoles. Este dinero de las arcas públicas se perdió. No afectó los ingresos millonarios, en forma de sueldo, de los banqueros que provocaron el berenjenal. Más bien se lo subieron, mientras al españolito se lo congelaron y perdió poder de compra. Era el precio que se debía pagar si se quería mantener el tipo, dijo el Banco de España. Lo más delicado: Rajoy recibió un país y prácticamente entregó dos. Su indiferencia, su tranquilidad gallega, su incuria, lo hizo mirar para otro lado y se desentendió del problema catalán que hoy arde inmisericorde.
Para redondear la faena, Rajoy recibió una derecha, la de Aznar compuesta por sus distintas familias políticas que aglutinaban desde neofranquistas hasta la socialdemocracia, de neoliberales al humanismo cristiano; y entregó tres derechas, que renunciaron al centro y se derechizaron en absoluto: PP, Ciudadanos y Vox, su viraje ha sido tan notorio que recuerdan al último Franco, aquel que el Régimen despiadado transformó en el viejito bonachón, dedicado a pescar y a bendecir a sus seguidores, que en números mayores a 200.000 personas, se reunían en la Plaza de Oriente a vitorearlo.
Pero a la vida no la detiene nadie, no es necesario quedarse paralizado ahí en un pasado claustrofóbico y obsoleto, lo cual sería catastrófico. Se debe mirar al futuro. Lo que cuenta es lo que viene: el 28 de abril.
Salvo Pedro Sánchez que tiene 47 años, los otros son chavales de 40, Pedro Casado, Pablo Iglesias, Albert Rivera y Santiago Abascal. Los cinco magníficos nacidos después de la muerte del sanguinario dictador Francisco Franco. Son, ellos, modosos, muy compuestitos, con la generosidad ejemplar que impone la campaña. Los cinco ofrecen la luna, como se la prometía Olafo a Helga, antes de casarse.
Rivera fue a la provincia, Guadalajara, se montó a un tractor, para la foto, y ofreció una rebaja del 60% sobre el impuesto de renta, para aquellos que se queden en el campo. Casado viajó a León, donde nació, en su discurso decía: yo, soy de pueblo. Para insuflar autoestima en la España rural que hoy está vacía. O meten miedo, como Santiago Abascal, ayer en su mitin de Valencia: O continuidad de la patria o frente popular. Iglesias en Galicia se dice el apóstol del programa progresista. Sánchez en Barcelona dijo hoy que con él se avanzaba, sin él se retrocedía.
Lo que hemos visto en la campaña, incluyendo los dos debates de televisión es una lucha caníbal de los partidos y un feroz abrirse paso a codazos por el liderazgo. Se tratan entre ellos de mentirosos, de cobardes, de traidores, de conspiradores, de engañar deliberadamente. El eslogan del PP es valor seguro. Pero lo que esgrimen no es virtud. Más bien fomentan la desconfianza entre los oyentes. El debate del martes en Atresmedia fue visto por 9.5 millones de ciudadanos, que debieron de haber quedado lívidos.
De ahí que Miguel Ríos, Almodóvar, Joaquín Sabina y otros 40 artistas más han firmado el viernes un manifiesto a favor de la izquierda y, en su sentir, "en contra de los odios de las mentiras reaccionarias". Es el momento de los posicionamientos, de los mensajes desgarradores de última hora. Donde ya no se vota con el corazón, ni con la razón, sino con la pituitaria.
El cantante Andrés Calamaro, tuiteó hace pocos minutos. Se abraza fervorosamente a Vox —él que padeció la terrible dictadura de Videla y de Galtieri, hombres avezados en "vuelos de la muerte"— porque ellos “son patriotas que piensan en los obreros”. A Calamaro le quedó en el subconsciente la idea barroca de Evita sobre "los descamisados".
Al periodista Pedro J. Ramírez le quita el sueño que la división suicida entre Vox y PP lleve a la ruina, y a Sánchez y sus socios a la gloria.
El miércoles José María Aznar dijo en El Ejido, Almería, tierra de inmigrantes que cosechan la fresa y las hortalizas, que el socialista Pedro Sánchez es “un robot malo”. “Porque hay robots buenos y malos, y me voy a quedar en lo de malo porque podría aplicar algún adjetivo más”, ha afirmado.
Flota en el aire una idea axial: ¿A alguien le interesa España? ¿qué será de esa generación perdida que son 40% de jóvenes en paro, cifra que es la segunda más alta de la Unión Europea después de Grecia? ¿de esas áreas rurales vacías y abandonadas, que sin embargo podrían ser decisivas ya que los distritos electorales del interior de España conforman 99 de los 350 diputados? El que quiera aferrarse al pasado es libre de hacerlo, pero enajena su destino y lo encadena a la indecisión de los que no deciden.
Más del 40% de votantes españoles aún no han decidido por quién votar este domingo 28 de abril.