Una vez más a los habitantes de un humilde conjunto de apartamentos en el barrio Alférez Real situado al sur de Cali les cortaron el suministro de agua. La interrupción se extendió por varias horas durante las cuales la gente se tuvo que privar de tomar agua para calmar su sed que se ha visto atizada por la ola de calor, abstener de una duchar, de usar el baño y no pudieron cocinar.
Lo grave es que esas interrupciones en el servicio de agua no son un hecho aislado y atípico, sino que ocurren diariamente. Prácticamente se ha convertido en parte de la cotidianidad de los habitantes de este populoso sector de la capital del Valle. Las razones para este fenómeno aparentemente tienen su raíz en la dependencia que tiene Cali al río Cauca. Esta enorme arteria fluvial es la que provee el vital líquido a la mayoría de habitantes de la sultana del valle, pero resulta que en épocas de intenso invierno es normal que interrumpan el servicio de agua porque la turbiedad presente en el río hace imposible su tratamiento. Sin embargo, cuando es el calor el que agobia a los caleños, el tratamiento del agua también se vuelve imposible porque el caudal del Cauca y los otros ríos baja provocando que la contaminación presente en ellos se concentre. Por ende quitan el agua cuando llueve y también cuando hace sol. ¿Y qué hacen los gobiernos municipal, departamental y nacional al respecto? Nada. Mientras se prepara un plan de recuperación del río Magdalena, el excesivamente contaminado río Cauca sencillamente se ha quedado sin dolientes.
Emcali, la empresa de servicios públicos responsable del suministro de agua en Cali tampoco ha hecho mayor cosa salvo aplicar paliativos como los llamados reservorios que no resuelven de fondo la problemática. Se han propuesto diversas alternativas como construir un embalse, tomar agua de otras fuentes, etc., pero todo se ha quedado en el papel. Pecando de dramático, me atrevo a pronosticar que en pocos años, Cali, la tercera ciudad más poblada e importante de Colombia, estará sufriendo una situación similar a la que viven hoy los atribulados habitantes de Yopal, Casanare.
Resulta paradójico que una ciudad bañada por siete ríos –algunos de ellos ya convertidos en caños fétidos- sufra por la falta de agua. Y a la vez resulta triste que se deba pensar en buscar otras fuentes de agua para abastecer la ciudad, porque al igual que pasa con el Cauca, poco a poco van a perecer por cuenta de la contaminación y la inconsciencia humana. Son las consecuencias de una ciudad que ha crecido desmesuradamente sin pensar en el medio ambiente. Cali ha experimentado un crecimiento demográfico exagerado sin que contara con una infraestructura que soportara el arribo de cientos de miles de personas. Se secaron las lagunas y humedales en el oriente de esta capital para levantar allí tugurios. Se han extinguido y contaminado las fuentes de agua.