Muchos siglos de teocentrismo terminaron por ser un período oscuro en la historia y el desarrollo de la humanidad; hasta que llegaron los intelectuales de mediados del siglo XVIII a dar las luces que requería la sociedad y se dio origen a grandes y profundas transformaciones en lo económico, político y social.
Lo que hoy vivimos y sufrimos en el mundo, guardando las proporciones, hace parecer que estamos en la necesidad de un movimiento de intelectuales; pues históricamente son los llamados a dar las luces para transformar y revolucionar. ¡Pero no! Los intelectuales están enquistados y anquilosados, lo que bien podríamos categorizar así: los que están al servicio de los intereses privados, por ejemplo, científicos en las empresas farmacéuticas; los que están al servicio de los gobiernos de turno, sobreviviendo con “un contrato”; los que tiene sus propios emprendimientos camuflados en fundaciones, pero sobreviven con los aportes oficiales del Estado; los que están en la docencia, sobreviviendo de un sueldo en las universidades. Todos ellos, usando tapabocas, no el que tenemos ahora todos como medida de protección ante el COVID-19, sino ese que les cubre la boca y les llega hasta el cerebro, toda vez que no se atreven a pensar la realidad y mucho menos a socializarla, a fin de generar consciencia en los pueblos.
La última transformación mundial importante en la historia de la humanidad, la pensaron, la idearon y la inspiraron los intelectuales. El liberalismo encumbrado en la burguesía, fundamentado en las críticas adelantadas por los pensadores del momento, negó el statu quo de un régimen feudal decadente. Luego se plantearon ideas, como el materialismo dialéctico, señalando que ya surgiría un sujeto histórico que negara, de igual manera, las ideas capitalistas que se instauraban. De esto… ya ni la esperanza queda.
Se habrá de reconocer que una de las estrategias más importantes para que el sistema se mantuviera ha sido la eliminación de los intelectuales; cuando no se hace de manera física y real, se minimiza hasta silenciarlo de igual manera. Han callado al cantor, borrado al maestro, desaparecido al inquieto y “fumigado” al orador.
Ya no se ven los pensadores y la gente común no quiere asumir la difícil tarea de pensar por sí mismos. Inmersos en una sociedad de consumo, prefieren lo aparente antes que lo real y así ven la vida pasar; no es porque se lo propongan, pues no sabe que no sabe y un esclavo que ha nacido esclavo, no se sentirá esclavo porque nunca ha sido libre. Sin embargo, no es lo mismo en este capitalismo moderno, pues aquí el esclavo si lo sabe, solo que es un esclavo satisfecho.
Pareciera que la situación nacional y mundial no despertara indignación alguna. Fácilmente se podría decir que es el resultado del phatos de la distancia nietzscheniana, pero, si eso fuera así, entonces nos cabe preguntar… ¿Dónde está el phatos de la indignación?
