En el país de los menesterosos morales

En el país de los menesterosos morales

Por: Marco M. Sarmiento
enero 31, 2014
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En el país de los menesterosos morales
Imagen Nota Ciudadana

Tres candidatos presidenciales, tres convenciones amañadas. Es cierto que nuestra política no es ejemplo de pulcritud, pero que los tres nombres que ponen a consideración de los colombianos los partidos mayoritarios hayan sido elegidos con procedimientos cuestionables nos da la medida de hasta donde la corrupción se tomó a Colombia.

Primero fue Uribe quien le puso la zancadilla a Francisco Santos para nombrar a Oscar Iván Zuluaga. No le importó saltarse las reglas acordadas de elegir el candidato por consulta popular, en la que era amplio favorito el popular Pachito, para montar una Convención que lo dejara de lado. Groseramente manipularon votos, se pasaron por la faja el tribunal de garantías y eligieron a Zuluaga contra viento y marea, incluso montando una mesa de votación, la 31, que no existía, para que allí votaran los que no habían podido hacerlo en las otras. No sobra decir que fue la que obtuvo la mayor votación a favor de Zuluaga.

El turno les tocó luego a los conservadores. Las “bases”, es decir, los dirigentes simpatizantes de Uribe con su propia guacherna, montaron una convención para rechazar la reelección de Santos y elegir candidato propio. Ni siquiera dejaron hablar a los caciques. Sorprendido debía estar Gerlein, a quien le taparon la boca con abucheos, obligándolos a retirarse, dejando el campo abierto para la elección de Martha Lucía Ramírez y hacia el futuro una posible alianza con el Centro Democrático.

Y para que no quedara duda de en qué país estamos, el presidente Santos fue proclamado en la Convención del partido de la U, con votos amarrados. Se decidió que cada convencionista sólo podía asistir si tenía el visto bueno de un parlamentario y como los parlamentarios eran todos santistas, de 2.200, 1.800 debieron quedarse en casa. ¿El resultado? Juan Manuel Santos fue designado por aclamación.

Tres tristes tigres que ni siquiera dentro de sus filas tienen aceptación mayoritaria son los candidatos a la presidencia, tres nombres que no sólo no les importan a los abstencionistas (50%) sino tampoco a la otra mitad. Apenas un 26% votaría por Santos y ni hablar de Zuluaga que apenas convoca a un 9% y falta ver a Martha Lucía, que sin los votos de los caciques conservadores, sería un milagro que llegara al 5%.

En plata blanca, si hacemos cuentas con el total de votantes, incluidos los abstencionistas, Santos saldría reelegido con el 13%... ¡hágame el favor! Y lo peor del cuento es que ganaría sobrado, lo que muestra a sus contendores de todas las vertientes, derecha, centro e izquierda, como un chiste.

Al parecer, a una mayoría abrumadora le importa un comino toda esta casta de políticos, representantes de un esclerótico país de mediocres y ladrones que, no obstante, siguen montados en el poder político gracias a la buena fortuna de que no hay nadie que los enfrente. No hay un Mockus, ni una ola verde… no hay líderes ni ideas que nos muestren un nuevo país y si los hay apenas se están empollando.

Se avizora el fin del conflicto armado, pero dejará su secuela de violencia, de guerra sucia, con los viejos intereses negándose a estrenar las nuevas reglas de juego, pero infortunadamente, los partos siempre son dolorosos. El país del post conflicto demorará en construirse porque hay que derruir las viejas estructuras levantadas sobre la mezquindad y la trampa, la corrupción y la violencia, la desigualdad y el despojo.

El país de la paz es una tarea agobiante y a nosotros sólo nos cabe poner los cimientos. Varias generaciones serán las encargadas de levantar el nuevo edificio y cuando vuelvan la vista atrás y nos estudien en los libros de historia, les costará trabajo entender este país de menesterosos morales, que hicieron del pecar y rezar el empate de su existencia.

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