A raíz de la tenebrosa muerte del señor Javier Ordóñez la población se desplazó virulenta hacía los CAI de diferentes partes del país (la gran mayoría en Bogotá) y enceguecida por el odio (que han ido sembrando ciertos politiqueros de oficio) se dedicó a incendiar y destruir estos módulos de atención policial; más allá de eso también vandalizó otros bienes de uso público y algunos de carácter privado.
Es increíble que ya se hable de muertos y heridos, y que se siga azuzando a la gente a salir a protestar para que los inefables alborotadores continúen con su inclemente violencia destructiva y para que, como siempre, los supuestos “salvadores de la patria” sigan manipulando la desastrosa falta de institucionalidad a su favor para vendernos sus ya fastidiosas presencias con miras a una próxima confrontación electoral.
¿Hay un cansancio frente a un Estado cundido de corrupción, paquidérmico, ineficiente, sin autoridad y con dignatarios dignos de un programa de (mala) comedia? Por supuesto que sí, todos estamos a merced de una camarilla de políticos que, desde la comodidad de sus mansiones y utilizando la virtualidad, se están robando no solo el país, sino también la esperanza de convertirnos en una nación desarrollada y económicamente viable.
Pero desde la izquierda resentida y la derecha aprovechada están luchando por el poder; pero no para impulsar a la nación por un camino de éxito y prosperidad, sino, simplemente para seguir disfrutando de las mieles y privilegios que les dará ese mismo poder.
Y lo más triste es que esa masa amorfa que ellos denominan “pueblo” (“mi pueblo”, “el pueblo me apoya”, “yo solo pienso en el bienestar de mi pueblo”) sale a la calle a destruir, a saquear, a romperle la crisma al otro, a gritar furibundos mientras que los salvadores de la patria tuitean sus arengas y los cultores de ideologías malsanas se frotan con fruición las manos esperando algún día ascender al Olimpo del poder político para imponer sus oscuras agendas e intereses.
Por otro lado, los que asientan sus posaderas (cada vez más fofas) en los puestos de poder actualmente siguen cometiendo errores, tapando desmanes, jugando con el “pueblo”, promoviendo la incertidumbre y pavimentando el camino de populistas y demagogos.
Al final el “ciudadano” brilla por su ausencia; no existe una verdadera cultura de ciudadanía (ese título solo lo vemos en el documento de identidad). La gente sigue eligiendo al que grita más duro, al más simpático, al que diga fulano o mengano; pero nadie busca propuestas o entiende que la verdadera democracia es aquella donde el funcionario público está al servicio del ciudadano y no, como sucede en nuestras democracias de pacotilla, donde “el pueblo” le rinde culto a un putrefacto mesías que se lanza a un cargo de elección popular cada cierto periodo de tiempo.
Pero ahí están los cultores de la violencia, los creadores de fake news, los tuiteadores carismáticos, los líderes pusilánimes, los pescadores de río revuelto y los terroristas habituales aprovechándose de la multitud que sigue escuchando los cantos de sirena de esos seres perversos que nos llevarán a naufragar al guiarnos hacia las desoladoras rocas de sus intereses aviesos.