En 1776, Estados Unidos de Norteamérica se declara libre e independiente. Desde ese entonces sostienen que es una verdad evidente en sí misma que (dizque) todos los hombres son creados iguales ante la ley. Así dice, palabras más, palabras menos (pero en inglés), su declaración de independencia [1].
Ah… iguales. Sí, iguales y libres. Por simple lógica deductiva diríamos entonces que ese día en EE. UU. la esclavitud del pueblo negro acabaría, pero no... tampoco tan libres, tampoco tan iguales. Al parecer, las verdades autoevidentes de la época no eran ni tan verdades ni tan evidentes.
Aquel día poco o nada se diría sobre la esclavitud, con todo y que en ese momento verdaderamente el esclavismo era evidentemente uno de los sistemas económicos más sostenibles de la época. Sostenibles, ¡sí! (como dicen los administradores de empresas).
Lo cierto es que hablar de un sistema económico con personas como mercancía, en estas épocas, causa una sensación de desesperanza y de una pesadumbre hasta vomitiva. Sí, dan ganas de vomitar, de expulsar todas las teorías de Voltaire, Montesquieu o Rousseau; pues este estomago de la época contemporánea (si es que ahí estamos) se revuelve, cuando ya habiendo digerido los derechos humanos, trata de comprender la esclavitud y la segregación de un pueblo pisoteado en la búsqueda de su dignidad.
Así es que quiero contarle, mi hermano, un pedacito de la historia negra (de los Estados Unidos) y dice más o menos así.
En los años 1619, sí, cuando el tirano mandó, 19 esclavos negros de Angola pisarían por vez primera “la tierra de la libertad”. Entre los siglos XVI y XVII habrían de ser transportados (si se le puede llamar transporte) unos 15 millones de esclavos africanos al “nuevo continente”. La razón, las “madres patrias” se llevaron por delante casi un 90% de la población indígena de las Américas (tanto que hasta el clima cambió).
Con el desastre demográfico y cultural era un hecho que los colonos no pensarían más que en medio de un posible desastre económico había que encontrar desde “el modo de producción esclavista” (sin ser marxista) (porque no existía) una nueva “fuerza de trabajo”: el de África.
En barcos, pero no en el Mayflower [2], ni en la Pinta, La Niña, ni la Santa María, viajarían hacinadas y en las peores condiciones hasta 400 almas africanas, ¿almas? De existir este constructo filosófico y teológico, no les sería concedido a los esclavos. ¿Cómo? y ¿quién se las quitó?, ¿no que era inmutable? Pues ni tan inmutable y no vamos a decir lo que decían nuestros filósofos griegos sobre el tema (para no escandalizarnos más).
La iglesia y la comunidad en general, con eso de que no estaban hechos a “imagen y semejanza de dios”, les habría desprovisto de alma, eso por no ser pintados “con el pincel de Europa”. Además, les apartaron de sus dioses animistas, de su familia, de su lengua, de su cultura… del África. Minimizar el acervo cultural de los pueblos ha sido el vil método de los colonialistas para justificar la barbarie.
Para los occidentales, Jesús. Para los orientales, Buda. Para los musulmanes, Mahoma. Para los africanos, ¿quién?... Así fue minimizada y borrada la cultura, pues no hay civilización sin el “blanco”. Olvidados quedan los antiguos imperios de Ghana, Malí o Zimbabue. ¿Cómo?, ¿es que había civilizaciones por allá? Sí, pero ni idea, así es cómo funciona.
Pero el argumento del alma no iba ser suficiente para el mundo de la “razón”. Si de renacimiento es de lo que hablamos, se le tenían las “matemáticas”, ah… y las “leyes”. En el Black Code los gringos le confirieron al negro un valor numérico, de manera que 1 esclavo representaba las 3/5 partes de un ciudadano blanco... y eso ya era por 1790, como para dejar las cosas claras. Sin embargo, de eso y nada, les faltaba 2/5 partes para ser ciudadanos y bueno, en lo comercial, no serían más que “muebles”.
¿Y la justicia qué? La “justicia” actuaría. Para 1857, un eximio juez y presidente del tribunal supremo de los EE. UU. utilizaría su grandiosa capacidad hermenéutica (esa que dicen que tienen los abogados) para interpretar la expresión “ciudadanos” de la constitución. Su conclusión sería que, desentrañando la verdadera intención del legislador, cuando los padres de la patria (de ellos) dijeron “ciudadano” nunca pensaron en los negros. Lo anterior de manera que derechos no había, ni constitución tampoco. Aunque tal vez no se equivocaba, pues formalmente hablando (solo formalmente) lo que hizo fue interpretar: interpretó la barbarie.
Pero no todo podía seguir tan mal (¿o sí?). En 1865, con el fin de la Guerra de Secesión (la que fue entre el norte y el sur), en la que venció el norte (y en la que perdió el sur, el esclavista), se pensó que todo cambiaría. Con este bochinche civil quedaría abolida la esclavitud (exhalación de alivio), ¡libertad!, ¡sí!, “libres”… pero no revueltos” (inhalación).
De la esclavitud a la segregación
Las leyes Jim Crow eran los protocolos estatales del racismo, su denominación provenía de “Jump jim crow”, un personaje satírico blanco que se disfrazaba de negro (en Colombia esas normas se llamarían “Soldado Micolta”). En fin, la consigna principal “iguales pero separados” haría de la libertad un derecho sin condiciones para ejercerlo (ni tan derecho).
Hospitales, baños, lavamanos, transporte, escuelas, bares, restaurantes y todo quedaría segregado: “solo para blancos” y “solo para negros”. Eso que en China los ingleses harían avisos de “prohibida la entrada a los chinos y a los perros” (jmmm, la sociedad).
Con una igualdad legal, pero nunca material, la comunidad negra se moriría en las puertas de urgencias de los hospitales blancos, como le pasó a Bessie Smith, cantante de blues; Billie Holiday no podría sentarse a la mesa, en los lugares donde cantaba jazz y hasta al gran Mohamed Ali (ya condecorado) se le negaría el hot dog de una “cafetería blanca” (hágame pues el favor).
Ha de revolverse el estómago cuando se diga que solo hasta 1960 se prohibieron los linchamientos a personas negras; que les cercenaban las orejas, los dedos y les despostillaban la piel con un sacacorchos, mientras impávidos los espectadores disfrutaban de un whisky; que hasta 1964 los blancos tiraban ácido clorhídrico en las piscinas donde nadaban los negros; y que, en el sur, “de los arboles ya no colgaban frutos sino personas”, producto del cultivo de horror del Ku Kux Klan.
Pero había algo para lo que sí eran tenidos en cuenta… la guerra y los deportes. ¿Pero para qué, si cuando regresaban (si es que regresaban), entre bares y restaurantes, los seguía esperando un puntapié blanco?
El voto también les era restringido por una serie de requisitos (o artificios), pues se requería el pago de impuestos especiales y entre otros, la alfabetización del nivel que solo un blanco podía tener, no por capacidad, sino porque en las “escuelas para negros” no se enseñaba lo que se le enseñaba al blanco.
El caso Brown
Era 1954, y como no todo podía estar tan mal, a Linda Brown le habría sido negado el ingreso a una “escuela blanca”. Su demanda llegaría hasta la Corte Suprema de los Estados Unidos, que fallaría en razón de ella; sentando precedente de que “las instalaciones educacionales separadas son inherentemente desiguales” (¡Eureka!). Linda, podría ingresar a la escuela que quería, claro, mientras los blancos le mostraban la lengua… (literal, hubo protestas).
El milagro de Montgomery
Para 1955, el servicio de transporte seguía segregado, la parte delantera del bus para los blancos, la trasera para “los de color”. Los pasajeros del mañana, que se niegan a cederle el puesto a una embarazada o a un anciano, quedarían “de una pieza” cuando se enteren que, para entonces, las personas negras tenían que cederle el puesto a los blancos. Pero el primer día de diciembre de ese año, Rosa Parks se negaría a levantarse de su asiento para que se sentara en su lugar un blanco que ni siquiera se lo pidió. El conductor la amenazaría con hacerla arrestar y ella le respondería “puede hacerlo” (¡uuuh!). Sí, la arrestaron, pero la ciudad lo sabría… Martin Luther King lo escucharía.
El reverendo Martin Luther King (el de I have a dream) organizaría un boicot a los autobuses de Montgomery, en protesta por el hecho de Rosa, al que por cierto llamo “el milagro”. ¿Un boicot?, ¿cómo?, ¿rocas?, fuego?, ¿golpes? No. Boicotear es una medida de presión pacifica (ah…tibio) No. Fue pacífica y maravillosa, el boicot consistió en dejar de utilizar ese medio de transporte y luego… la debacle, la crisis económica empezó. Tanto que el 13 de noviembre de 1956 la Corte Suprema declaró inconstitucionales las leyes de segregación en el transporte público (así, con tibieza y todo).
Por liderar el milagro, a Martin le incineraron la casa, y con una lucidez inquebrantable apaciguo a los afroamericanos enardecidos - “no busquen las armas (…) debemos enfrentar el odio con amor” - les dijo. – Tibio – tibio No, Pacifista; su ideología no era producto de la temperatura, provenía de los postulados de Thoreau y su “desobediencia civil” donde la conciencia moral estaba sobre la ley injusta; y en la práctica se inspiraba en Gandhi con la “No violencia” que liberaría a la India. El Mahatma decía que “los fines y los medios no eran separables”, pues el más puro de los fines podía verse eclipsado por los más ruines métodos, (otro tibio) No, verdaderamente tenía sentido. El fundamento de la “no violencia” no era masacrar al enemigo sino avergonzarlo y ponerle de cara su propia barbarie.
“Si se le golpea a una persona en nombre de la libertad, los hematomas van a ser igualitos, a los que se generan en nombre de la opresión, y vaya usted a diferenciar que hematoma se hizo en nombre de la opresión o de la libertad, eso es biológicamente imposible. (Diana Uribe, 2012).
El “sin violencia” de Gandhi y el desobediente de Thoreau, fueron la amalgama prefecta, como base ideológica de lucha, del (ahora sí) pueblo Afroamericano, liderado por King. El mismo que en 1963, diría I have a dream y “Con esta fe” se quedaría esperando que “suene la libertad”, sí esperando, porque en 1968 fue asesinado (ah… y Gandhi también). Pero tras su muerte, se aprueba el tratado de derechos civiles, el black power renace, Obama es elegido presidente en el 2009… y la lucha continúa.
Continúa, a pesar de que “el pincel europeo” y el lenguaje barbarie, dejo en el inconsciente, expresiones como “la oveja negra”, “el chiste negro”, “magia negra”, “lo negrearon”, “suerte negra” [3] … y se sobrepone incluso sobre la plancha para el cabello que alisó el afro, símbolo de la belleza negra (porque no solo lo blanco es bello).
Continúa con el alma, pues a los descendientes del África nadie les pudo enajenar su esencia, porque su alma venia en clave musical. La música fue el insumo para sobreponerse al olvido; desde el góspel hasta soul, desde el jazz, al mambo, desde la salsa hasta el hip hop, la libertad se hizo canción.
Continua en la salsa, donde se instituyó el químbara, químbara, que fluye en la sangre y en los hombros contoneantes del africano; ahí, donde los dioses y los ritos yorubas renacen como canción en el Aguanilé de Lavoe; en el lugar donde las notas musicales de Richie y Bobby invocaron al Babalú; allá, donde “las caras lindas de mi gente negra” fueron retratadas por Ismael Rivera en un son. Y aquí, donde el Joe, hizo La rebelión.
Continúa y continuará…
En el 2020, en una calle de Minneapolis, asesinaron a un hombre negro, otra vez. ¿Donde? En el “país de la libertad”.
[1] Declaración unánime de los 13 Estados unidos de América, (1776).
[2] Malcolm X (1963).Northern Negro Grass Roots Leadership Conference. Detroit.
[3] Foucault, Michael (1966). Las palabras y las cosas.
Uribe Diana (2012) La búsqueda de la dignidad.
Becerra N, Gonzales M (2010). “Lenguajes del poder: los afrodescendientes vistos a través de las canciones de salsa”.
Van Diks (2003). “Texto racismo y discurso de las elites”.
National Geographic (2018). “Esclavos, la trata humana a través del Atlántico”.
Montagut Eduardo (2017). “El origen de la segregación racial en los Estados Unidos”.