Prudencio Cardona murió sumido en el olvido y en medio de la pobreza que caracteriza a las grandes figuras del deporte en sus últimos años, como ocurre con los cantantes, los artistas de la televisión y quienes alguna vez trajeron gloria a Colombia. En su mayoría enfrentan un común denominador: la ingratitud de quienes otrora los vitoreaban.
Su deceso, el 4 de agosto, se produjo en momentos en los que Egan Bernal recibía honores en todas partes, pronunciamientos del Presidente Duque, de políticos e industriales y todo tipo de comentarios en las redes sociales, tras ganar el Tour de Francia.
Pocos lo recordaban, ni siquiera las enfermeras que lo atendieron en el centro asistencial donde pasó sus últimas horas.
Libraba su más duro combate contra el Alzheimer y el Parkinson, dos enfermedades que diezmaron sus fuerzas y el sinnúmero de dolencias que fueron minando su salud poco a poco.
En criterio de Sixto Cardona, los golpes que recibió, causaron graves daños en su hermano. “Al fin y al cabo, le pasaron cuenta de cobro”, dijo durante el sepelio en el que lo acompañaron amigos y familiares y decenas de curiosos que siguieron el féretro, precedido por la sirena ensordecedora de una máquina de bomberos de Barranquilla.
Una pancarta gigante testimoniaba la presencia de los boxeadores amigos de Prudencio: “Fundación Glorias del Boxeo Colombiano”. Allí estaban, entre otros, Rubén ‘La Cobra’ Valdez, Armando ‘Policía’ Pérez, José ‘Pambelito’ Cervantes, Felipe Orozco, Jimmy Díaz, Álvaro Mercado, Juan Ramón Mayoral, Salomé Herrera y Libardo ‘Caimán’ Herrera. Probablemente usted no los conoce. Ya los olvidaron, pero en su momento, aparecieron en las primeras planas de los diarios del Atlántico y se habló de sus hazañas como un orgullo patrio.
Nació en la tierra de los campeones
Prudencio nació y creció en San Basilio de Palenque, el corregimiento de Mahates, en el Caribe, que tiene calles estrechas y polvorientas y, sobre cuyas márgenes se erigen casas de colores que evocan un pesebre decembrino. Allí hace un calor insoportable, sobre todo al mediodía, cuando no se asoma un alma a los corredores. A su favor tiene el que preparan el mejor jugo de tamarindo del país y dulces que conservan el mismo toque especial de hace 300 años, cuando las palenqueras comenzaron a comercializarlos por muchas regiones.
Pocos saben que fue el asentamiento donde se gestó el movimiento de liberación para los pueblos afro, alebrestados por Benkos Biohó en 1603. De hecho, es Patrimonio Cultural e Inmaterial de la Humanidad, pero, además, cuna de grandes boxeadores.
Recuerdos que se borran
Ese pedazo de tierra fue por muchos años el lugar a donde iba Prudencio Cardona y, tras recorrer sus caminos, viajaba en el tiempo hasta la época en la que soñó mejorar las condiciones de vida de su familia a los puñetazos. Y lo logró. Se convirtió en campeón mundial de peso mosca del Consejo Mundial de Boxeo (CMB), el 20 de marzo de 1982. En el cuadrilátero, noqueó en un solo asalto a Antonio Avelar, en Tampico (México).
Lo recibieron como un héroe. Fue un momento único en su vida. Pero en los últimos años, las imágenes de San Basilio de Palenque se fueron desdibujando. Primero, perdieron los colores y se tornaron de una textura sepia, luego con variados matices de gris y, por último, de un blanco absoluto.
Esa era una de sus mayores angustias, porque Prudencio Cardona amaba su tierra, pero murió a los 67 años, sumido en el olvido y una vida modesta, al tiempo que las enfermedades le arrebataban los mejores momentos de su existencia.
La gloria no dura para siempre
Ricardo, uno de sus hijos, relata que cuando ganó el combate que lo llevó a ser campeón mundial, San Basilio de Palenque se vistió de feria. Lanzaron cohetes al aire, en las casas se escuchó mísica hasta tarde y, alguien trajo unos chupadores de cobre que convirtieron las callecitas en un verdadero carnaval.
"De las enseñanzas nos deja, como te dije antes, hay que resaltar el que siempre se debe luchar por conseguir las cosas, que la vida se la tiene que guerrear, y mi padre fue un guerrero y un campeón de la vida.", explicó en una entrevista al diario El País, de Cali.
Prudencio perdió en la primera defensa, el 24 de julio de 1982 ante otro mexicano, Freddie Castillo. Luego, el 15 de septiembre de 1984, intentó recobrar el título mosca AMB, pero fue noqueado en Argentina por el campeón, Santos 'Falucho' Laciar.
Quedaba algo de plata. También ilusiones. Animado por la esperanza de renacer en el boxeo, se radicó en Miami, donde peleó por encima de la categoría, y acumuló la mayor parte de sus derrotas.
“No me voy a dar por vencido; voy a intentarlo de nuevo”, le dijo a un periodista de El Heraldo de Colombia. Pero los vientos de la gloria le eran contrarios.
Su marca quedó en 40 triunfos (27 nocauts), 23 derrotas y un empate de una carrera que comenzó el 2 de noviembre de 1973 y terminó el 27 de junio de 1992. Perdió ante el estadounidense Darryl Pinckney.
Se enfermó y quien le dio la mano, fue Ricardo, su hermano, también boxeador. Lo trajo a Barranquilla. Pero su auxiliador, murió el un día aciago, en octubre de 2015. Sin Ricardo a su lado, Prudencio siguió dándole golpes a la vida, duro, sin compasión, para sobrevivir a la adversidad.
¿Por qué se olvida a quienes fueron grandes glorias?
Prudencio no es el único caso de una vieja gloria que pasa a la eternidad sin que se haga mayor registro de su vida y obra. Ocurre con hombres y mujeres que fueron reconocidos por sus aportes a las letras, el campo actoral, la música, pintores, escritores y un sinnúmero de disciplinas desde las cuales le dieron lustre al país.
La Asociación Colombiana de Actores, por ejemplo, levantó su voz en el Congreso para expresar su inconformidad. En el 2014 denunciaron que, en el último año, el 54% de los más de mil afiliados, estaban en el asfalto. Las programadoras no querían vincularlos a sus producciones. Preferían gente joven, incluso sin experiencia, a quienes consideraban “nuevos talentos”. De esta fecha acá, es como si el tiempo se hubiese detenido. Nada cambia.
Los músicos, cuando pasa determinado tiempo, dejan de llenar plazas y se limitan a presentaciones en ferias de pueblo. “Es una suerte que haga dos toques en un mes. El público ahora se inclina por los parrandones vallenatos. Nos consideran pasados de moda. Atrás quedó la época en la que nuestra agenda estaba llena desde las dos de la tarde hasta la madrugada.”, me dijo Amparo García, la voz principal del Mariachi Aguilar, de Cali, y quien a sus casi sesenta años hace una y mil maromas, vendiendo tamales y lasagna los sábados, en el barrio La Flora, para completar lo del mercado.
Los deportistas igual. Después de 35 años, a muchos ya se les considera “viejos” en su disciplina. Y si no lograron invertir bien los ingresos, les toca buscar cualquier trabajo para sobrevivir.
El interrogante del por qué se olvida a quienes fueron grandes glorias en Colombia, se lo trasladé a Luis Alfonso Hurtado, un periodista que raya los noventa años y con quien me veo ocasionalmente en los bajos del Edificio Zaccour, en el Café El Tabú, uno de los más antiguos de Cali. Con Hurtadito o El Cura, como le decían, aprendí los primeros rudimentos del periodismo empírico en la década de los ochenta. Por eso lo considero mi Sensei.
Su respuesta fue demoledora: “Porque nunca nada es para siempre, sobre todo por la gente que te sube a la cima y, desde allí, cuando no colmas sus expectativas, te echan a rodar cuesta abajo”. Silencio absoluto. Terminar el cafecito. Son casi las dos de la tarde, hora de volver a la oficina, lamentando que Prudencio Cardona y otros tantos héroes del ayer hayan muerto en el olvido y la pobreza.