En julio del año 1991, cuando yo era corresponsal de El Heraldo en el Magdalena, tuve mi primer y último encuentro con el único Nobel de Literatura que ha tenido Colombia en toda su historia, Gabriel García Márquez, quien hoy cumpliría 94 años de vida.
El encuentro que yo llamé después: "el encuentro de dos mundos", ocurrió en el extinto restaurante de Pincho, el cual estuvo ubicado por muchos años en El Rodadero de Santa Marta.
No fue un encuentro casual sino obligado, porque como Gabo era muy amigo de Juan B. Fernández Renowitzky, el director de El Heraldo en el entonces y con quien se había relacionado por muchos años, cuando Gabo escribió en ese diario una columna llamada La Jirafa, tenía que ir a entrevistarlo como sea, porque la noticia tenía que salir publicada en exclusiva y al día siguiente, en El Heraldo.
Por orden de "Juan B", como le decíamos los corresponsales en ese tiempo al director de El Heraldo, me fui junto con el también corresponsal de El Heraldo en el Magdalena, pero en la reportería gráfica, Francisco 'Pacho' López, a entrevistar a Gabriel García Márquez, quien a esa hora se encontraba visitando a su amigo 'Pincho' Padilla en su restaurante famosísimo de El Rodadero.
Por fortuna para ambos, llegamos a buena hora, es decir, en el momento en que a Gabo y su esposa, Mercedes Barcha, junto a 'Pincho' Padilla y su señora, les servían sus almuerzos.
—Buen día, maestro: mi nombre es Álvaro Cotes Córdoba, corresponsal de El Heraldo, su antigua casa. Estamos aquí por orden de su amigo Juan B Fernández, quien nos envió a entrevistarlo.
Gabo se sonrió y al ver que en ese preciso instante los meseros del restaurante del anfitrión comenzaban a poner los platos, nos indagó: "¿Ya ustedes almorzaron?". "No", le respondí. "Bueno, entonces siéntense a una mesa y almuercen", sentenció. Acto seguido le hizo una señal a uno de los meseros para que también nos sirvieran almuerzos.
Casi dos horas más tarde, después de reposar el almuerzo y cuando por fin Gabo se acordó de nosotros, me preguntó acerca de qué hablaríamos en la entrevista, ya que para él todo el mundo sabía de su vida. Y era cierto, después de ganar el premio Nobel, nueve años antes, lo habían entrevistado infinidades de veces por todo el mundo. Es decir, me dio a entender que una entrevista demás en su famosa vida no serviría de nada y no aportaría nada nuevo y entonces me hizo la siguiente propuesta que por cierto tuve que aceptarla, porque no me dio ninguna otra opción:
"Escribe lo que viste y escuchaste aquí". Luego se levantaron de la mesa, él y su esposa, al igual que Pincho Padilla y su señora y se despidieron de nosotros. Después salieron por una puerta que daba a un parqueadero privado del restaurante de Pincho Padilla, se subieron en un vehículo que los esperaba ahí con su chofer y se marcharon. Desde esa primera y única vez, nunca más volví a ver ni a tratar a Gabo en persona. Sin embargo, a veces me pregunto si aquel encuentro fue una anécdota o un "encuentro de dos mundos diferentes" que un día como aquel se tenía que dar.
También ha rondado muchas veces en mi cabeza que aquella vez tuvo que haber algo mágico con el llamado "padre del realismo mágico", porque desde entonces no he parado de sacarle historia hasta lo que aparentemente no tiene historia. No me canso de escribir, antes por el contrario, entre más escribo, más me siento feliz. Como si algo de Gabo, por ósmosis, hubiera trascendido hacia mí.