Terminó un 2020 con las dificultades que la desgarradora pandemia mundial generó a toda la población mundial y a los gobiernos de naciones del primer mundo y del mundo excluido. Casi dos millones de personas han perdido la vida en el orbe, sin embargo, esta no es la única pérdida de la que podemos aludir, otra, tan importante para la vida fue víctima del malhadado año.
Esa otra gran pérdida que se acrecentó con la COVID-19 tuvo que ver con la ya autoproclamada verdad establecida por la opinión, así que ¡apaguemos las luces!, ¡no va más!, la formación profesional y la investigación han dejado de ser lumbreras del conocimiento y la estructura intelectual de un ciudadano de 5° grado de primaria se convierte en condición máxima para crear conocimiento. Esto nos lleva a concluir que no necesitamos de los métodos de la ciencia, ni el amor por el conocimiento, ni el soporte de la epistemología porque el Estado de opinión logró empotrarse sobre la rigurosidad y metodologías científicas. La nueva cátedra sienta sus bases en una especie de burda epistemología alentada por el trumpismo, el bolsonarismo, el uribismo e incluso por Boris Johnson y López Obrador. La ignorancia de los supuestos, sienta cátedra y revela “verdades” que se alimentan de estas nuevas corrientes basadas en los diversos palacios de gobierno, haciendo aciaga la vida de muchos contagiados y poniendo como verdades oficiales todas estas estratagemas que solo buscan generar caos y locura cognitiva. Incluso conspicuos doctores caen en la trampa de la doxa y sus insufribles argumentos que los convierten en nuevos pontífices de la obviedad.
Son las llamadas teorías conspirativas que cada vez se vuelven más finas y argumentadas; hay que tener algo más que pensamiento crítico para lograr agarrar el demonio del detalle que tiene en falacias y sofismas toda una red o entramado de hipótesis absurdas, pues, son producto de argumentos emocionales, de mentes fantasiosas y ficticias, diferente a las mentes creativas y lúcidas que parten de hipótesis bien fundamentadas en principio.
El diario El Espectador, precisamente y haciendo una crítica a estas nuevas teorías pseudocioentíficas (a la nueva ψεύτικα τα πάντα), alude a que Donald Trump se ha convertido precisamente en un representante digno de esta nueva forma de travestimiento de la verdad y la realidad. Dicho diario en su editorial del 9 de enero de 2021, concibe que este personaje: “No es una simple anomalía que engañó a su electorado para ser el presidente de la nación todavía más poderosa del mundo. Es, antes bien, la figura más representativa del poder político que alimenta estos tiempos de noticias falsas, “bodegas” de manipulación, destrucción de reputaciones, teorías conspirativas, falsas equivalencias, una posada superioridad moral y el descreimiento absoluto en el valor de las instituciones que el populismo aviva”.
Incluso muchos que critican al presidente estadounidense, actúan de la misma manera certificando las obviedades —como si el conocimiento fuera obvio— con el tamiz de las emociones y el furor, dos elementos totalmente ajenos y lejanos a la ciencia y sus diversas manifestaciones. Miremos, por ejemplo, estas mentiras que con el método goebeliano han sido transformadas en obvias verdades a pesar de no haber pruebas: “La salud pública y privada se han puesto de acuerdo para eliminar a los ancianos porque salen muy costosos al Estado”; “médicos y enfermeros están confabulados para dejar morir a los contagiados de COVID 19 porque eso les genera dinero a las EPS”; “la vacuna posee un chip que servirá para vigilarnos desde las altas esferas de poder”; “hay sustancias que pueden llegar a cambiar el ADN de nuestro organismo, y qué mejor que inventar una pandemia para inyectárnosla y lograr sus oscuros objetivos”.
A lo anterior debemos sumar un nuevo ingrediente: el temor que nos hace buscar respuesta en caliente, partiendo de experiencias que se terminan convirtiendo en una demostración fehaciente e indubitable, e incluso, aunque hubiese un número más o menos de estas evidencias, no son pruebas suficientes para acordar la veracidad de la hipótesis para convertirla en verdad científica, si la pudiésemos denominar de esa manera. Estos promotores del pontificado del engaño se atreven a jurar por Cristo bendito que han sido, no solo testigos, sino, que han escuchado de “fuentes de muy alta credibilidad”, por ejemplo, que están pagando una alta millonada por muerto de COVID. Sus irrazonables premisas hacen que los ojos desorbitados de los apostadores de dichas mentiras, le ayuden a tomar un tinte de ineluctable verdad. En el mismo diario y editorial citado, se sintetiza de manera correcta: “bajo temor no hay preguntas posibles, solo convencimiento ciego”.
En todo caso, hay que ser muy poco conocedor de la realidad o tener mentes muy ociosas y tercas, para justificar lo que sin una prueba contundente es solo ficción, hay que carecer de sensatez para negar que el progreso de la ciencia occidental está ahí, a la mano, sin que, por esa razón, sea la única forma de acceso al conocimiento. Hay que ostentar con orgullo algún grado gratuito de terquedad irascible, de religiosidad proconspirativa para creer todas estas mendaces y malintencionadas teorías, y hay que tener muy poca comprensión del saber científico y del cómo se accede a él, cuando se pone sobre este, las vacuas y superficiales opiniones, provengan de donde provengan.
Podrá la masa repetir como loro los mantras señalados de quienes gobiernan sus cabezas, pero sus opiniones nunca cobrarán valor científico, sus vacíos conceptuales no se llenarán con la cháchara vulgar de sus propias elucubraciones, y menos cuando la ciencia, a pesar de su intransigencia frente a otras fuentes del conocimiento, sigue avanzando de manera innegable.
La mentira absurda de que los médicos dejan morir a los pacientes de COVID-19 ha cobrado gran popularidad. Todo mundo la repite como si cada defensor de esta teoría fuese el primero en lanzar tan profunda hipótesis, y como el uribismo más cerrero, ¡qué mejor muestra de veracidad que la opinión de las mayorías!, ¿cómo pueden, incluso ciudadanos instruidos y cultos, ser tan ingenuos e inocentes y negar lo evidente?, ¡agucen un poco sus cabezas, utilicen su sentido común, no es necesaria la evidencia, la tiene ante sus fosas nasales!, ¡Despierten, no es ninguna conspiración, es la verdad de a puño!
Todo lo anterior no es más que una campaña de odio y desprestigio contra médicos y el resto de servidores de la salud, producto de la desinformación y de la incapacidad de análisis serio de los ciudadanos envenenados; es producto, como escribimos líneas atrás, del temor, de la facilidad de adscribirse a posturas masivas, razón por la cual se aúnan a la campaña insoportable de buscar el muerto río arriba.
La banda Rammstein en su clásico Ich Will lo expone claramente:
Yo quiero que confíes en mí
Yo quiero que me crean
Yo quiero sentir sus miradas
Cada latido controlar
Yo quiero oír sus voces
Yo quiero molestar al silencio
Yo quiero que me vean con buenos ojos
Yo quiero que me entiendan
Yo quiero su fantasía
Yo quiero su energía
Yo quiero sus manos ver
En aplausos sucumbir
[…]
Queremos que confíen en nosotros
Queremos que nos crean todo
Queremos ver sus manos
Queremos sucumbir a los aplausos
¿Pueden oírme?
Nosotros te oímos
¿Pueden verme?
Nosotros te vemos
¿Pueden sentirme?
Nosotros te sentimos
[…]
No aceptar y debatir con contundencia a quienes se sienten con la autoridad de emanar juicios contra quienes han dado su vida por salvar la de otros, ser críticos de quienes se sienten autoridad de aquello que desconocen, es un deber de todo aquel que considere que la evidencia, que el método científico y otros métodos como la dialéctica, la analéctica, la fenomenología, o los métodos sociológicos diversos, e inclusive, métodos alternativos rigurosos, son la base para llegar a la verdad y a la certitud teórica; que sientan que las opiniones no pueden escalar al sitial de la cientificidad, que aún respetando el derecho a la opinión, esta se debata con todas las herramientas que hasta el sol de hoy, han podido otorgarle prestigio a la razón y a la rigurosidad del cual emana todo tipo de saber.
Es un deber luchar y debatir sin compasión la charlatanería trumpista y homónimos de otras latitudes para rescatar de nuevo y con prontitud el conocimiento que, hoy por hoy, subyace en un cementerio, cubierto por el rastrojo del “yo opino y pontifico” como criterio para construcción de la verdad y de la ciencia.
Referencias
El Espectador. 9 de enero 2021. La democracia es frágil. Editorial.
Rammstein. Ich Will. Recuperado del Canal: Adolfin Koko, 28 mar, 2017.