En el lugar de las sombras, una novela para tiempos donde la depresión es el pan diario

En el lugar de las sombras, una novela para tiempos donde la depresión es el pan diario

Maritza Franco tiene claro lo que quiere contar: cómo la depresión se infiltra como una sombra en la vida de los protagonistas, a veces evidente, a veces sutil

Por: Emilio Alberto Restrepo
junio 13, 2022
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En el lugar de las sombras, una novela para tiempos donde la depresión es el pan diario
Fotos: Canva

«Acá hay una depresión», pensé… «después de tantos años de convivir

con ella se ha convertido en mi sombra; conozco su forma,

sus matices, y reconozco sus huellas en los demás».

En el libro El lugar de las sombras, ópera prima de la escritora antioqueña Maritza Franco Alzate, nos sentimos atravesados en cada una de sus páginas y de sus párrafos por esa presencia constante, obsesiva de “la sombra”, en todas las acciones que componen el hilo narrativo de la novela.

Sin restricciones, la autora tiene claro lo que quiere contar: cómo la depresión se infiltra como una sombra en la vida de los protagonistas, a veces evidente, a veces sutil, en ocasiones apabullante hasta lograr la oscuridad total, en otras solapada para permitir resquicios de luz y tratar de pasar desapercibida. Pero siempre dispuesta a dañar todo lo que toca a su paso.

Porque a través de la narración de la protagonista, Luciana, y la descripción pormenorizada de sus relaciones con amistades, clientes y parejas, tiene claro que la gran mayoría de nuestras familias “normales” se ha visto fracturada por un episodio de depresión que enrarece sus rutinas, que empaña lo cotidiano, que contamina los lazos, los afectos y se apodera del humor, de los sentimientos, de los intentos de comunicación y los destruye. Como un óxido que corrompe el metal, como una humedad que llena de moho las superficies, como una comunidad de termitas que devora los pilotes de madera y del techo y termina destruyendo las estructuras de una cabaña que se veía firme.

Así de claro. Así de contundente. Lento, pero sin pausa, va haciendo metástasis para contaminar hasta el último rincón de lo que estaba sano. Robándole vida a la vida, dejando sin esperanzas lo que algún día las tuvo. Destruyendo las relaciones personales y los anhelos, dañando la calidad de la existencia y muchas veces conduciendo de manera directa al final de ella. Porque tiene presente que se juega la vida en el trayecto, muchas veces sin conocer ese mecanismo de relojería perversa que opera por dentro de las personas:

“…también yo recogería pedazos, pero de tiempo para formar días de vida perdidos. El día sería más difícil que la noche. Afuera, todo marcharía bien; no se detendría el mundo porque yo no hubiera dormido. Llegada la mañana me bañaba con la boca seca, la piel sin brillo y la sensación de una fuerte resaca.”

“No podía salir así, debía dormir, pero ya no había tiempo.

No podía conducir así, pero lo hacía. Medio conducía, medio trabajaba, medio vivía.

El día empezaba a obscurecer y los temores a llegar. Veía mi cama como un enemigo que se reía.

Me parecía que tenía vida propia. La preparaba con cuidado, extendía bien la sábana y miraba la

almohada blanca, ya acostumbrada a los rastros de maquillaje que delataban las lágrimas.”

“Las luces de mi casa empezaban a apagarse, y yo me disponía a enfrentar una batalla que siempre perdía.”

Porque este libro nos hace entender que el problema está allí, muchas veces respirando detrás del hombro, velando nuestros sueños para convertirlos en insomnios, mutando las caricias en agresiones, las risas en llantos, las ilusiones en miedo, los proyectos en frustraciones. Y casi siempre sin darnos cuenta.

“En las sombras se siente más de lo que se debiera sentir; se piensa más, se analiza cada cosa, cada detalle; cada dolor es como una gota que cae en el agua y genera ondas infinitas de pensamientos.

Perfectamente triste para besar la boca inútil de la muerte, lloro ante los sueños rotos que me separan de las cosas, dijo Pizarnik.”

 

“Muchos dejan caer el cuerpo desde un alto edificio, mientras el alma se envuelve en el viento con otra dirección. Otros prefieren abrirse la piel buscando sacar de las venas el origen mismo del dolor, para verlo salir, y en cada gota despedirlo mientras los ojos se cierran y la mirada se pierde en un incierto pero nuevo camino. Algunos disparan o cuelgan la parte del cuerpo que resguardó el verdugo amenazante, ese «pensamiento» que cerró las puertas cuando la luz entró por ellas. O también, como mi vecino, otros deciden esperar un sueño que llega entre el monóxido de carbono, un último sueño que muestra la salida del oscuro túnel del cuerpo.”

La protagonista narra las cosas como si sufrir fuera parte de lo cotidiano, como un presente “normalizado” que no deja otra opción, entendiendo que

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