Mucha tinta ha corrido en torno al tema y al estigma de la pereza en el Caribe. Tanta es que si se calculara el derrame, no habría cifra posible para precisarla. Pero me ha entrado una flojera que es mejor decir que “es un pocotón”.
Desde hace mucho tiempo los interioranos del país andino nos viven enrostrando y de qué manera la forma particular como en el Caribe de nuestras vísceras se hace uso racional del tiempo y del sentido que implica vivir la vida a nuestro modo.
Así como han tratado y ahondado en el fracaso de una Nación y de imponer un modelo de desarrollo a su manera paramuna; todo lo distinto a su sistema neuronal es tachado de infame y enviado a los infiernos de la ridiculización y la caricatura.
A los Caribes nos ha tocado duro y el enfrentamiento se ha tornado en jornadas de resistencia que rayan a veces en lo ridículo cuando no encontramos alter ego visible sobre el cual abalanzarnos para endilgar la revancha. Los estereotipos y las frases vacías con abundante ligereza rola o paisa, terminan creando en el Caribe esencial una victoria parcial que no cobra réditos si no afianzamos la identidad y el sentido colectivo de región propia.
Seguro que a más de uno ya le entró pereza seguir leyendo. Y no todos los lectores son Caribes.
En el Caribe inmenso el tiempo es nuestro Dios pero para el disfrute en toda su extensión y goce: primero porque no somos flemáticos ingleses sino amplios contempladores de las virtudes del universo. Una discusión acalorada en cualquier calle de Barranquilla o Montería es mucho más importante que llegar a tiempo al enclaustramiento de las oficinas. El saludo en mora con el compadre que llegó de visita de Venezuela es tan esencial como ir a hacer una cola a un banco para pagar recibos de servicios públicos. La pelea de perros callejeros, con su consabida algarabía, despierta más admiración que los aburridos editoriales de la prensa cachaca. El comadreo de las vecinas como en un Facebook de la vida real, es mucho más interesante que los discursos con sabor a casabe de yuca de los políticos regionales.
De tal manera mis queridos amigos, que para entender el goce que produce la herencia del tiempo en el ser Caribe, implica un ejercicio desprevenido sobre “la naturaleza y propiedades que tienen las personas para manejar la vida sin afanes y con el justo convencimiento que se gozará hasta el último segundo”.
Para nada somos perezosos en el estricto sentido del término. Para nada somos unos “frescos” a lo Miguel Ángel que siempre vamos a necesitar una capilla Sixtina cuando tenemos nuestro propio vaticano con Rey Momo a bordo. Es tanto nuestro ritmo endemoniado como enfrentamos la vida y su goce simultáneo, que hacemos carnavales, corralejas, danzas festivas y festivales interminables y nos alcanza el tiempo para trabajar.
Se entiende entre nosotros los Caribes una esencia sobre las cosas que no necesariamente están ligadas a la flojera: somos dueños del tiempo y el espacio que nos rodea, no sus esclavos eternos. El trabajo es una virtud tan importante como la alegría y el goce de estar vivo en medio de un paraíso que lo tiene casi todo. Las limitaciones materiales que impone y mide el bienestar en su sentido clásico y occidental, nos interesa pero también hay indicadores propios que explican el por qué a veces no tenemos pero si nos satisfacemos (y no es conformismo). El refinamiento de una civilización que pregona la productividad y el progreso material como paradigmas de fe y de desarrollo, se olvida que mientras se camina hacia ese lugar, se deja de contemplar lo que va pasando.
Somos entregados al trabajo y hasta logramos mejores resultados —con la alegría como correa de transmisión— comparados con otros estereotipos de esfuerzo y de creación de riqueza, pero no consideramos que eso es lo esencial: lo repito de otra manera, apenas un medio para pensar que la felicidad no está en el llegar sino en el caminar y la forma como se camina. Con ese “pasito de beisbolista cuando va para el home” llegamos bien lejos y de qué manera.
El día que el resto del país estigmatizador y nosotros mismos en el Caribe nos convenzamos que la diferencia con la que enfrentamos la vida es nuestra mayor ventaja para alcanzar la felicidad o el progreso o el bienestar o como se llame, hasta ese día permanecerán en pie los mitos de barro con los que han querido representarnos.
Coda: fue un Caribe franco-cubano, Paul Lafargue (1842-1911) el primero en la historia que se enfrentó al paradigma laboral de la civilización occidental en el siglo XIX con su ensayo El derecho a la pereza (Le droit à la paresse). Lafargue estuvo casado con Laura Marx. Hija de Karl Marx, quien casi nunca trabajó.