El hijo de Emiro y Crispiniana, conocido por sus numerosos amigos como el Boqui, bautizado con el nombre de Luis Carlos Betancur Solís, es uno de los pocos en El Bagre que puede ufanarse de haber levantado cinco veces consecutivas el trofeo Intermunicipal que este municipio tiene en su largo historial en el fútbol de Antioquia.
Sin embargo, más que sus logros en este deporte, lo que muchos le valoran es la sencillez con la que ha llevado su vida, a pesar de las oportunidades que le abrió su talento y que por cosas del destino nunca se pudieron cristalizar, pero eso a él nunca le ha causado ninguna mortificación. Por el contrario, supo acogerse a las realidades para no cazar peleas con los molinos de viento que describió el Manco de Lepanto.
Nacido en El Bagre el jueves 17 de octubre de 1946, (en realidad aparece registrado en Puerto Claver) hizo sus estudios de primaria en la escuela que para la época contaba con el patrocinio de la empresa minera, pero por vainas inexplicables terminó enrolado en la del barrio Bijao, en donde se encontró muy pronto con el fútbol, gracias a que este deporte tuvo un fuerte arraigo en aquella población que hoy sobrevive con las hazañas que hicieron personajes que a duras penas merecen un recuerdo.
Sus hermanos Oscar, Lucila, Emiro, Alfonso, Virgilio, Armando y Pedro, crecieron todos en el famoso sector del Plan de la Loca, donde hoy se encuentra Medicauca, entre otras edificaciones, se identifica con el Club Los Millonarios de la capital de la República.
Todavía le parece protagonizar aquellos partidos en donde, más que un enfrentamiento entre dos equipos, lo que se jugaba en la cancha eran diferentes modelos y estilos del fútbol, que para la época eran toda una novedad de la que nadie hablaba ni polemizaba por la simple razón de que no tenían los enlaces con el mundo que hoy han permitido conocer otras escuelas de este deporte. Basta recordar que las nuevas generaciones tienen a tiro de piedra acceder a cualquier canal para ver el mejor fútbol de la mano de los astros de Europa o de cualquier otro origen.
Además las cosas en la época que narramos se hacían casi a tientas y a locas, sin un manual, sin un tutor de cabecera y eso fue lo que hizo grande aquel fútbol, me dice mientras trae a su memoria los nombres de varios equipos como El Pirata, Deportivo Nechí, el Tigüí, el Bijao y el Colegio, en cuyas nóminas estaban los mejores jugadores del momento.
No miente al señalar que los campeonatos logrados por la Selección El Bagre en seguidilla en los años 1966, 1967, 1968, 1970 y hasta el del 71, se ganaron a punta de gambetas, de fabricar paredes y unas figuras que hoy ya no se ven por culpa del nuevo catecismo que aplican ciertos técnicos para quienes la táctica venció a la técnica.
Hace poco el profesor y extécnico de muchos equipos y quien nos llevó a varios mundiales, Francisco Antonio Maturana García, decía que hoy en día nuestros jóvenes aficionados lo primero que hacen es quitarse la camiseta para ver el GPS o ir al camerino a preguntar cuántos kilómetros corrieron.
Debería ser cuántos túneles, cuántos pases, gambetas o paredes hicieron. Todo el entorno ha contribuido a que se presente esa situación de europeizar el fútbol nuestro, porque ya no se valora el talento sino la velocidad, la presión, cuántos kilómetros corrió. Y remata con una premonición que ojalá se hiciera realidad: “Esperemos que entre todos contribuyamos a que regrese el talento y la libertad, porque hay una teoría que habla del equilibrio entre orden y desorden. El orden es fundamental para defender, pero el desorden para atacar. Al querer jugar a lo europeo estamos esclavos y prisioneros de los esquemas”.
Regresamos con Luis Carlos cuando dice que su espacio en la cancha era el de volante armado, un número 8 de hoy, incluso, a veces hacía el trabajo del 9 o del 7, pero que sin siquiera conocer los conceptos aplicados en la Holanda de Johan Cruyff, la del fútbol total, hubo una selección de El Bagre en donde todos defendían y todos atacaban y que esa era una de sus mejores virtudes, las mismas que permitieron convertirnos en una verdadera potencia en ese deporte, al punto de ganar un respeto más allá de los límites naturales que nos ponía el río Nechí y sus alrededores.
En su historial, que no logró ser recogido en su momento, se cuenta su paso por equipos como el Sena, Fabricato, en la ciudad de Medellín, pero además se resistió a hacer parte de una Selección Antioquia a la que fue convocado, y que él por razones que hoy no acierta a explicar con claridad dice que “no le paré bolas” y seguí en lo mío acá en El Bagre, porque hay que subrayar que en esos años el que quisiera sobrevivir del fútbol, o estaba loco o no sabía en qué mundo andaba.
De allí que muchos de los que edificaron aquellas estructuras nunca dieron su paso al profesionalismo, no porque no tuvieran las calidades sino por otras razones y uno de esos equipos que llenaron la cancha de Pueblo Nuevo era el que integraban Carlos Dávila en la portería, Francisco Desales, Baboto, Daniel Córdoba y Alipio Bermúdez en el cuatro posterior; Jaime Torres, William Knigth y José Luis Bello en la mitad y arriba podían jugar los que usted pusiera porque ya estaba armado el equipo, nos dice con la sabiduría que dan los años y que a veces parece leer estos nombres en una hoja.
De su equipo de preferencia, Millonarios, hay que señalar que se trata de una herencia familiar, porque desde la fundación del club como tal, cuya fecha data del 18 de junio de 1946 bajo el nombre de Club Deportivo Los Millonarios, hasta el sol de hoy, ha visto instalar en su escudo un total de 15 estrellas, desde la primera en el ya olvidado 1949, pasando por el gran logro de la tripleta conseguida de manera consecutiva en los años 1951, 1952 y 1953.
Tiene además en sus haberes el ser, desde su fundación, uno de los tres únicos equipos que ha participado en todos sus torneos, junto a Independiente Santa Fe de la capital de la República y el Atlético Nacional de la ciudad de Medellín.
Hablamos de su equipo Millonarios, los Embajadores, el equipo Albiazul, el Ballet Azul y por eso era inevitable que no se detuviera en las alineaciones más recordadas y en los jugadores que labraron a punta de sudor y entrega a un equipo que es símbolo de nuestra propia nacionalidad, así las barras bravas de hoy se detengan en otras cosas menos en ver y disfrutar del deporte.
Entonces se refiere a figuras como Willington Ortiz Palacio, el dueño de la camiseta número 7 en la espalda, jugador que llevó al equipo a dos títulos, en el 72 y el 78. Alfredo Di'Stefano, quien fue toda una leyenda de la época de El Dorado del balompié colombiano. Juan Gilberto Funes, otro que dejó huella en el equipo a pesar no haber dado la vuelta olímpica con que soñaron sus seguidores del momento.
Arnoldo Iguarán Zúñiga, mejor conocido como 'El Guajiro', quien marcó una época en la que el club 'embajador' acabó con una sequía de nueve años sin títulos y logró las estrellas 12 y 13, en 1987 y 1988.
Amadeo Raúl Carrizo, quien, a pesar de su pinta de actor de cine, fue el primer arquero argentino que tapaba sin guantes, atrapaba la pelota con una sola mano y en la cancha vestía siempre de negro.
Tampoco fue campeón con el equipo, pero es uno de sus ídolos eternos. Adolfo Pedernera Assalini, considerado como el precursor de la época de El Dorado y el primer 'crack' argentino que trajo en su momento Millonarios, a comienzos de 1949. Fue para muchos seguidores el que le dio el sello de calidad al equipo albiazul.
Y sigue la lista con Delio 'Maravilla' Gamboa Rentería, oriundo de la maltratada Buenaventura, que fue tetracampeón en los años 1961, 1962, 1963 y 1964. Alfredo Castillo, más conocido como la Muñeca, era un uruguayo que se convirtió en el mayor goleador en la historia del equipo, con 131 anotaciones y, así mismo, el autor del primer tanto del club en el profesionalismo. Por si fuera poco, también tiene el récord de haber marcado seis goles en un mismo partido (7-3 al Medellín en 1948).
Otro destacado fue Alejandro Brand Quintero, descrito como uno de los jugadores más finos e inteligentes no solo de Millonarios, sino del fútbol colombiano, cuando en compañía de Willington Ortiz y Jaime Morón conformaron un trío inolvidable en la consecución del título de 1972.
Antes de ponerle punto finar a una charla sostenida a lo largo de meses, con interrupciones propias de las ocupaciones de ambos, creo interpretar a Luis Carlos cuando digo que con él se le puso punto final a la estrategia de jugar al fútbol con algo que es tan elemental como el sentido de caminar, y es el de ponerle alegría a todo lo que hacemos, por insignificante que nos parezca, como el hecho de hacerle seis goles al rival que tenemos en frente. Y más si ese rival es la vida misma.