En el aniversario 111 de Crescencio Salcedo, el (desconocido) autor de 'El año viejo' y 'La múcura'

En el aniversario 111 de Crescencio Salcedo, el (desconocido) autor de 'El año viejo' y 'La múcura'

A Salcedo lo tenía sin cuidado el dinero y derechos de autor, y dejó más de 200 composiciones entre cumbias, porros, merengues, paseos, pasillos y bambucos

Por: Carmelo Antonio Rodríguez Payares
enero 30, 2024
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En el aniversario 111 de Crescencio Salcedo, el (desconocido) autor de 'El año viejo' y 'La múcura'
Fotografía: Archivo particular

Mirá, en esa esquina era que se hacía Crescencio Salcedo a tocar su flauta de millo y a vender sus discos”, recuerdo que me dijo Cecilia Mercedes en una de mis primeras incursiones por el centro de Medellín, a la vez que con su dedo índice me señalaba un rincón apacible del icónico edificio Coltejer en la carrera Junín, insignia de la ciudad que lo acogió en los últimos años de su existencia de la que apenas alcanzó a festejar 63 cumpleaños.-

Era lunes de un agosto luminoso y todavía en las calles se respiraba el ambiente que habían dejado los festejos de la Feria de las Flores, las primeras que me gocé en aquel año de 1982, y desde ese día me hice el compromiso de conocer algo de ese personaje, hasta que logré, como resultado de una tarea basada en la terquedad y en la persistencia, animarme a narrar algunos hechos de quien tanto le entregó al folclor de nuestro país.-

Fueron sus padres Lucas Crescencio Salcedo y Belén Monroy, pilares de una familia humilde que además criaron a sus otros hijos: Aureliano, Libardo y Telésforo, dedicados a la ganadería y la agricultura, actividades en las que Crescencio participaba y que más tarde le sirvieron de inspiración para algunas de las letras de sus canciones.-  Eso sí, nunca asistió a la escuela por lo cual no aprendió a leer ni escribir y prefirió hacer el recorrido por el camino del autodidacta y así dedicar su vida completa a la difusión de la música popular.-

Cuando arribó a sus quince años cuentan que se fue a trabajar con Roberto Balcázar, un comerciante de mercancías que vendía telas, mantas, toallas, franelas, ruanas y pantalones y al poco tiempo se hizo marinero de río – lo cual parece una contradicción, pero en esos tiempos los había de mar y de río - y eso lo llevó a estar al frente de ‘La Bolívar’, una lancha que navegaba por todo el río Grande de la Magdalena llevándole a la distinguida clientela toda clase de chucherías de comer y de usar.-

Y entre viaje y viaje y puerto y puerto, la música lo escogió como su blanco favorito porque era ella la que hacía posible que se encendiera la alegría en todas las fiestas populares en las que participaba en los pueblos ribereños del Caribe.- Pero él sabía que tenía una virtud dormida y la despertó al saberse capaz de hacer dos cosas a la vez, y bien hechas: escribir canciones y construir sus propios instrumentos.-

Alguna vez contó que eso lo hizo  “Desde niño. Nadie me enseñó. Eso me gustaba y hacía mis flautas a mi antojo. Como a mí me nacía hacerlas. Hasta que ya fui obteniendo un poco de técnica, un poco de maestría. Ya fui haciendo las cosas como conocedor, cómo se cogía una flauta y se tonificaba bien.- Ya cogía y hacía una gaita por mi cuenta. Ya era un hombrecito, ya tenía conciencia de lo que hacía. Yo mismo las construía. Porque cogía el carrizo para hacerle huecos y, luego, me sonaba. De ahí, principié a desarrollarme de parte mía para hacer las cosas. Y, como viendo y oyendo se aprende, entonces, yo oía lo que los mayores hacían”.-

Fue marcado por la muerte de su abuelo, don Telésforo Monroy, porque cuando aquel hecho sucedió tomó la decisión de irse de Palomino, su tierra natal, para no volver y en ese orden de ideas vivió durante ocho años en La Guajira en donde trabó amistad con los indios de la región. Ellos le enseñaron los secretos de las plantas, razón por la cual se hizo yerbatero, oficio que nunca dejó de lado y era muy común verlo meter la mano en la inmensidad de su mochila y extraer un yerbajo sanador que le entregaba a algún quejoso.-

De Paraguaipoa, un sitio ubicado en el extremo norte del Estado Zulia en la Península de La Guajira colombiana, se fue a probar fortuna a Santa Marta, luego a Barranquilla, Cartagena, Sincelejo y Montería, y finalmente se estableció en Medellín a mediados de la década de los años sesenta.-

Todo ello lo mezclaba con lo que hizo a lo largo de los años: fabricar gaitas y flautas, pero también fue un diestro y hábil en el manejo de la dulzaina, la tambora y el acordeón, instrumentos que eran una especie de prolongación de sus manos y de todo su cuerpo.-

Es más, quienes lo conocieron de cerca dejaron por escrito en muchas crónicas que sin ningún contratiempo podía imitar, con su flauta de carrizo o de millo, los sonidos de la trompeta, el tambor y el saxofón.- Pero a la hora de componer le bastaba con observar los elementos más esenciales que veía en su casa, de allí que cuando hizo la letra de aquella canción infaltable los 31 de diciembre, de una manera simple relataba que ese año le dejó “una chiva, una burra negra, una yegua blanca y una buena suegra”.-

No se entiende hoy, en pleno siglo 21, que una persona como Crescencio Salcedo lo tuviera sin cuidado unas cosas por las que cualquiera daría hasta la vida: ni el dinero, ni la fama, ni los derechos de autor fueron motivo de preocupación alguna y eso que dejó para el mundo entero una herencia de más de 200 composiciones entre cumbias, porros, merengues, paseos, pasillos y bambucos.-

Para corroborar lo anterior, recojo unas declaraciones de quien fue su esposa, Ligia Esther Alzate, quien señaló en una oportunidad que “él nunca fue metalizado y, por el contrario, él le decía a uno que a la otra vida no se lleva sino las buenas obras y por eso nunca se apegó a nada”.- Además gozaba de la virtud de decir las cosas de la manera más simple y sin mayores complicaciones que luego las trasladaba en clave de música en canciones, a pesar de que tampoco se apoyó en partituras ni fue menester probar clases en un instituto o academia, que las habían, por supuesto.-

Si uno habla de sus letras puede que caiga en la discusión sin límites de que una fue mejor que la otra; o quizá aquella tuvo más difusión que esta y así, hasta el infinito, pero son muchos los expertos que coinciden en señalar que “Mi cafetal” fue su obra cumbre.-

La compuso en tiempo de porro en 1946 y la estrenó en Cartagena y de inmediato su nombre saltó a la fama, tanto que fue grabada en México, según lo reconoce el investigador musical Esteban Salas al agregar que esa letra recoge la identidad colombiana alrededor de un producto que todavía hace parte del ADN nacional, y más todavía cuando se escucha y se canta allende las fronteras, como suelen decir los poetas antes de caer en desgracia:

Porque la gente vive criticando
me paso la vida sin pensar en ná,
pero no sabiendo que yo soy el hombre
que tiene un hermoso y lindo cafetal.

Nada me importa que la gente diga
que no tengo plata, que no tengo ná.
Pero no sabiendo que yo soy el hombre
que tengo mi vida bien asegurá.

Yo tengo mi cafetal y tú ya no tienes ná.

Y si esta melodía le sirvió para abrir las puertas de la fama y ser conocido en el mundo, todavía le faltaba mucho trecho por andar.- Entonces llegó aquella canción titulada “La Múcura”, en cuya inocente letra se esconde una leyenda.-

Primero digamos que la tal múcura es un recipiente de barro arcilloso, al igual que otros que a la carrera les decimos cántaros, y es de tamaño mediano, con un largo y estrecho cuello y un pie en forma de esfera y usada, tanto para recoger como para beber y almacenar agua o cualquier otro líquido.-

De manera simbólica es una representación de lo femenino, más concretamente del vientre de la mujer y fue por eso que alguien muy suspicaz y un tanto malpensado llegó a decir que la tal múcura de aquella muchacha era otra cosa que Crescencio no quiso decir cuando dijo: “Muchacha quien te rompió tu mucurita de barro/ fue Pedro que me ayudó pa' que me hiciste llamarlo”

Hoy es muy fácil que un artista se asegure un millón de likes en menos de media hora con una canción, pero en aquellos años era una hazaña lograr lo de Crescencio Salcedo y era que de “La múcura” se hicieran 350 versiones diferentes y desde su aparición le ha dado tantas veces la vuelta al mundo que hasta se perdió la cuenta; y eso sin hablar de otras más de su autoría como “El hombre caimán”, más conocido como “Se va el caimán”, “La banda borracha”, “Cumbia sampuesana” y el siempre escuchado los 31 de diciembre: “El año viejo”, que desde su aparición en 1913 no ha habido ninguna otra canción que haya logrado desalojarla de aquel privilegiado lugar, tanto en los hogares como en los bailaderos públicos.- Ni aquí ni en la Conchinchina.-

No sé si la palabra errabundo le diga algo a los lectores de hoy, pero me parece que es la mejor para describir a una persona que se dio el lujo, sin tener dinero ni buscar los mejores hoteles, porque si bien a él le daba lo mismo pagar uno de cinco estrellas, también podía hacer cama y se echaba encima un par de periódicos del día y sin ningún afán dormía en una calle de cualquier ciudad.-

Estuvo en esas en Cartagena, La Guajira, Barranquilla, Santa Marta, Medellín y Magangué, cuando todavía no se contaba con unas carreteras como las de hoy – que mal que bien son transitables con sus derrumbes y todo – y menos con la flota de buses con las que cuentan los viajeros de estos años modernos.-

Yo creo, y me disculpan que escriba en la primera persona del singular, que eso a él le salía de una manera muy natural, porque no es sino saber que nació en Palomino, un centro poblado que queda en jurisdicción del municipio de Pinillos en el departamento de Bolívar, el miércoles 27 de agosto de 1913 y abandonó esta dimensión terrenal cuando decidió venirse a vivir a Medellín, en donde se dedicó a vender sus flautas y sus discos hasta que no pudo vencer la batalla que mantuvo contra un cáncer que se lo llevó el miércoles 3 de marzo de 1976.-

Es muy fácil decir lo que él dijo: “Ya todo está hecho y cualquiera puede componer”.- Pero eso no es tan sencillo si nos atenemos a lo que dijo el escultor Michel Angelo Bonarote: “Yo escojo el bloque de mármol de carrara y me lo llevan al taller porque sé que adentro está la escultura y solo basta quitarle lo que le sobra de mármol”.- Y así pensaba Crescencio.- Lo que pasa es que para hacer esto hay que ser un Michel Angelo.- Su humildad lo hacía pensar así.-

"No me gusta hacerme pasar como compositor de ninguna obra. No he creído que uno compone nada, sino que lo único que hace es recoger motivos de lo que está con perfección hecho- De acuerdo con la cultura, con ese pulimento que uno tiene, puede recoger la obra. Nadie compone nada. Todo está compuesto con perfección. Uno lo que hace es descomponer. Siempre he dicho que lo único que puede estar a cargo de uno es la vida autoral. Lo único que podemos es ser autores, porque recogimos el motivo primero que los demás" argumentaba siempre que le preguntaban algo al respecto.-

Y con relación a sus conocimientos musicales, Crescencio Salcedo decía: “No conozco las notas musicales. ¿Para qué voy a conocerlas? Yo lo que necesito es conocer los bellos sonidos para convertirlos en melodías. La música existe y ya está. ¿Para qué el pentagrama y las notas?  ¿Ha oído cantar un turpial? ¿Dónde estudió música el turpial? En ninguna parte, y, sin embargo, produce las más bellas melodías”.-

Cuando se le preguntaba sobre los derechos de autor, respondía: “¿Derechos de autor, de qué?  ¿Qué si he cobrado derechos de autor? ¿Autor de qué? Yo no soy autor de nada ¿No le digo? Y como no lo soy, no cojo nada. Recojo motivos para expresarlos en música. Otros recogen la plata…” Y de esta forma fue como muchos avivatos dieron buena cuenta de los derechos de autor de sus obras.

Tan consciente estuvo de aquella desgracia que eso lo llevó a crear su propio sello disquero al que llamó “Mi Patria”, cuyos discos con sus obras grabadas vendía a los transeúntes y amigos, como lo hizo en el tramo final de su vida en aquel rincón apacible que me señaló hace ya muchos años Cecilia Mercedes.-

Días después de su muerte corrió el cuento de que Sayco, la Sociedad de Autores y Compositores lo dejó morir de hambre al no girarle a tiempo sus regalías.- Sin embargo aquello fue producto de una tergiversación porque la verdad era que las obras de Crescencio fueron manejadas por editoriales que reclamaban sus derechos por el manejo autoral, de allí que nunca fueron justas las liquidaciones ni las regalías producto de las ventas de los discos que le hicieron a Crescencio. Recordemos que actualmente Sayco solo recauda directamente al autor los derechos de ejecución pública con fines de lucro de las obras, y las editoras reclaman los denominados “derechos conexos”.

La leyenda dice que una vez Crescencio llevó un cheque para que se lo cambiara el dueño de un café donde se reunía la bohemia artística en Medellín, y le dijo al dueño: “Cámbieme este cheque. Deme tanto, y el resto a mis amigos, para que se lo beban hasta que se acabe el valor del cheque”.- Es que a él poco le importaba el dinero y esa fue la razón por la que siempre vivió de manera humilde pero no miserable.-

Y para darle sentido a lo anterior hay que recordar el siguiente episodio: En Bogotá, el maestro se ubicaba en la Carrera Séptima, frente al Parque Santander, en donde tocaba y vendía sus famosas flautas y ya por las tardes se iba a pie hasta la calle 19 con octava, en donde se encontraba con sus amigos en un sitio que ellos bautizaron como el “Orines Hilton”, o “Bar el miao”, y se zambullían a consumir tinto, cerveza y aguardiente, y era evidente que el nombre remitía al olor que emanaba de los baños.-

Esa fue su vida y su forma de vivirla, porque las letras de La Múcura, Mi cafetal, El hombre Caimán y El año viejo pudieron haberle dado regalías para vivir bien. Pero los derechos los había cedido a discos Fuentes.  Y no los reclamó porque no le interesaba, así nos parezca extraño porque cada uno es un mundo y su cadaunada.-

El poeta Manuel Hernández dijo haberlo visto en una de las calles de Medellín -días antes de su fallecimiento, y relató que parecía un mendigo sentado en una banca del parque y junto a él un letrero: "Aquí no se pide limosna, se venden flautas a 100 pesos".

Allí estaba, casi tullido, como un mendigo expuesto a la caridad pública, Crescencio Salcedo, quizás uno de los juglares más extraordinarios de la cumbia en Colombia.- El mismo Hernández, conmovido por la historia detrás de ese desvalido hombre, le dedicó una alegoría y logró que Artesanías de Colombia le comprara algunas de sus flautas artesanales. El dinero llegó quince días después de su muerte.-

Y como epitafio escribió: “Nunca me gusta hacerme pasar como compositor de ninguna obra. No he creído que uno compone nada, sino que lo único que hace es recoger motivos de lo que está con perfección hecho.- Qué gran lección, hombre, Crescencio.

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