No fue el virus el que convirtió la salud en un negocio en manos de empresas que se enriquecen a costa de la enfermedad de las personas. Fue la Ley 100.
No fue el virus el que dejó sin techo y sin tierra a millones de desplazados, quienes hoy sobreviven en los barrios periféricos de las grandes ciudades. Fue la violencia y la pobreza.
No fue el virus el que mató a las más de mil mujeres que han sido víctimas de feminicidio en Colombia en lo que va corrido del 2020. Fueron hombres, la gran mayoría parejas o exparejas de las víctimas.
No fue el virus el que quebró a los campesinos, que perdieron sus cosechas, mientras el gobierno sigue importando alimentos como la papa, el maíz o el arroz. Fueron las políticas neoliberales.
No fue el virus el que le subió a las tarifas de los servicios públicos. Fueron las empresas.
No fue el virus el que se robó la plata de los mercados, los subsidios y las ayudas. Fueron los corruptos.
No fue el virus el que dejó sin seguridad social a millones de personas de la tercera edad, que hoy tienen que salir a la calle a rebuscarse el sustento, poniendo en riesgo sus vidas. Fue el negocio privado de las pensiones.
No fuel el virus el que asesinó a cientos de líderes sociales en las regiones. Fueron las mafias del narcotráfico y el paramilitarismo.
No fue el virus el que quebró a las pequeñas y medianas empresas, que no pudieron pagar deudas, nóminas ni arriendos. Fueron los bancos y el gobierno, quienes se negaron a ayudar a los empresarios que de verdad necesitaban ayuda.
No fue el virus el que nos convirtió en una sociedad egoísta, en donde cada cual solo piensa en salvarse a sí mismo. Fue una decisión nuestra.
Dejemos de echarle la culpa de todo lo que está pasando al virus, porque lo que está haciendo el virus es desnudar nuestros verdaderos problemas: la corrupción, la desigualdad social y la violencia estructural. Ninguna vacuna nos va a curar de estas enfermedades.
La solución de estos problemas está en nuestras manos.
Necesitamos tumbar la Ley 100 y crear un sistema de salud público, preventivo y eficiente que proteja a los pacientes, a la población vulnerable y a los trabajadores de clínicas y hospitales.
Necesitamos una renta básica, que le garantice un salario mínimo a los millones de trabajadores que van a quedar sin empleo.
Necesitamos políticas sociales de acceso a la vivienda, la educación y los servicios públicos para todos y todas.
Necesitamos una pensión para todas las personas mayores, que son las más vulnerables ante la enfermedad.
Necesitamos acabar de raíz con la violencia de género, el machismo y los feminicidios.
Necesitamos que se cumplan los Acuerdos de Paz de La Habana, para que el campo pueda producir alimentos y los líderes sociales no sigan siendo asesinados.
Necesitamos bancos que le ayuden a los pequeños y medianos productores, y no solamente a las grandes empresas.
Necesitamos un gobierno al servicio de la gente y no de los más ricos.
¿Cómo vamos a lograr todo esto?
Como se han logrado conseguir todos los derechos que ha conquistado la gente más humilde a lo largo de la historia: peleando.
En medio de la pandemia surge la solidaridad popular, que se manifiesta en las ollas comunitarias, en la recolección de mercados para los más vulnerables, en las brigadas de salud y derechos humanos que llegan a los barrios, en las expresiones culturales que mantienen la esperanza, en la comunicación alternativa que denuncia y propone que fortalecer y ampliar estos lazos comunitarios.
La pandemia también le ha demostrado a la gente que este mundo que hemos creado, ese mundo que parecía tan sólido y estable, es tan frágil que un pequeño virus, invisible a nuestros ojos, lo puede derrumbar. Tenemos que mostrarle a esa gente que ve como este mundo se derrumba ante sus ojos que otros mundos son posibles. No estamos condenados a vivir eternamente bajo el dominio del capitalismo. Podemos inventar otras formas de sociedad y de economía.
También hay que manifestarse en las urnas, preparando nuevos liderazgos sociales para las elecciones en las juntas de acción comunal, en el senado, en la cámara, y por supuesto, en la presidencia. No necesitamos caudillos que vengan a salvarnos de la pandemia o la crisis; necesitamos gente consciente que sepa hacia dónde camina y porque va para allá.
Entonces, dejemos de echarle la culpa al virus de todo y aprovechemos más bien la oportunidad que nos da para cambiar este mundo y hacer uno mejor.