Hay una región en la geografía colombiana que se ha mantenido inexpugnable debido a la altivez de sus condiciones climáticas, sin embargo, esta circunstancia no ha evitado que sobre ella se ciernan peligros. Se trata del intrincado Tapón del Darién, el cual, desde el punto de vista ambiental, es un tesoro de biodiversidad. De acuerdo a la Fundación Darién esta zona es “descontaminadora del aire que produce el gran desarrollo industrial de las ciudades mediante la captación de CO2; productora de maderas finas y agua (en el Darién se halla el río Atrato, considerado el más caudaloso del mundo); cuna de culturas milenarias; y sobre todo, refugio de una megabiodiversidad tropical única por hallarse en la cintura de América (sitio de paso obligado en el intercambio de la flora y la fauna de los dos subcontinentes americanos que ha permitido la creación de varios centros de endemismo, otorgándole el récord de endemismo en plantas superiores), y por ser una de las últimas selvas húmedas tropicales en contacto con el mar que se hallan en pie en el mundo”.
Su fama de territorio impenetrable, se ha sostenido desde tiempos remotos, cuando su tórrida geografía se interpuso en el camino de la abrasiva conquista española, posteriormente desafió a un grupo de intrépidos escoceses que se empeñaron en fundar en su corazón una colonia comercial en el siglo XVII, su empeño, sin embargo, fue devorado por la selva. Ya en el siglo XX, los esfuerzos por conquistar el Darién retomaron el curso trazado desde la colonia, es así, como en 1929, por iniciativa de Estados Unidos, se plantea la idea de construir una carretera que comunique de norte a sur el continente. La vía Panamericana, que nace en Alaska y llega hasta Argentina comenzó a construirse en 1937 y durante veinticinco años se fue desarrollando si mayores problemas, hasta que se perdió en el enmarañado tapón. Hasta ese punto llegó el progreso, entendido como una autopista, la selva no dio concesiones, no respetó acuerdos, ni tratados.
A pesar de su talante indomable, con el paso del tiempo y las turbulencias políticas y sociales de Colombia, el continente y el mundo, el Tapón del Darién se hizo camino de migrantes, algunos procedentes de lugares tan distantes como Yemen, Bangladesh o África Oriental, quienes optaron por esta ruta imposible para acceder a un sueño improbable. Así mismo, siguiendo el destino de tantos de nuestros territorios, el del Darién se hizo fortín de narcos, paramilitares y guerrillas, quienes a pesar de la humedad asfixiante y las hordas de mosquitos lo apoderaron para sus fines. La situación actual es delicada, según un informe de la Oficina para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) de la ONU, “la presencia de cultivos ilícitos y exposición directa a las hostilidades en la zona dado los intereses de los grupos armados, es un factor que agudiza la situación actual. Adicionalmente, enfermedades como paludismo han causado la muerte de tres menores de edad en los últimos meses (diciembre 2018 – febrero 2019), las cuales están asociadas a los vacíos estructurales para acceder a agua, saneamiento e higiene. Igualmente, las comunidades no cuentan con acceso a medicamentos ni se han realizado brigadas de salud por la situación de orden público”.
A estas problemáticas hay que sumar, la tala indiscriminada y descontrolada de árboles nativos de este ecosistema que tienen como punto final el mercado chino. Este flagelo no parece estar dentro del radar del gobierno colombiano y amerita estarlo, dado el potencial daño ambiental.
Se trata, entonces, de otro territorio abandonado por el Estado, lo que no quiere decir que se trate de uno olvidado, porque lo tiene presente para desarrollar megaproyectos de diversa índole. En palabras de la Fundación Darién, actualmente existen tres riesgos que penden sobre la supervivencia de esta región, uno de ellos es la idea, que ya había esbozado el gobierno Uribe de retomar las obras de la vía Panamericana, lo que tendría un grave impacto en el ecosistema. Otro proyecto, es el de construir un nuevo Canal interoceánico uniendo los ríos Atrato y Truandó, este nuevo canal daría aire al de Panamá que está viendo saturada su capacidad. Finalmente, el tercer megaproyecto sería la construcción de un puerto en Turbo con el cual se facilitaría el tránsito de mercancía de diversa índole desde el norte hacia el sur del continente.
Lo que se requiere para el Tapón del Darién
es preservarlo, protegerlo, controlarlo desde políticas públicas ambientales serias, que se cumplan
A estos superproyectos, habría que sumar otro de naturaleza energética que desde noviembre pasado se viene esbozando. En una noticia de EFE y reproducida por el portal El Economista de noviembre pasado, el embajador de Colombia de entonces, Juan Claudio Morales señalaba que "Siempre hemos estado en el tema del Darién, a raíz de la historia, obviamente es un tema muy sensible, pero donde más estamos trabajando ahora y que lo queremos llevar a cabo, ya llevamos negociando con tres gobiernos, es la interconexión eléctrica a mediano plazo". De acuerdo a la misma publicación “La interconexión es un proyecto de cerca de 500 millones de dólares que se remonta a 2009 y está suspendido de forma indefinida desde agosto de 2012”. Si bien, con el actual gobierno el tema parece no haber continuado, si es cierto que en el actual PND (2018-2022) el tema minero – energético se encuentra entre las prioridades. Un artículo de Razón Pública, enfocado en analizar el plan del gobierno Duque señala con preocupación “el PND 2018-2022 denota un contexto ambiguo para la introducción de ‘nuevas tecnologías’ en el sector mineroenergético. Esto puede estar asociado con la adopción de técnicas, procesos y procedimientos cuyos resultados en materia ambiental aún son inciertos y desconocidos por las autoridades ambientales, por la academia y por los centros de investigación científica”.
Así mismo, es cierto, que este gobierno ha tenido en mente apoyar megaproyectos con alto impacto ecológico, como el Puerto en Tribugá, de tal manera que no resultaría extraño que se embarcara en un proyecto en el Tapón del Darién con altos costos económicos, sociales y ambientales. Por lo cual, resulta fundamental estar muy alertas para defender estos territorios ancestrales, estos bastiones de biodiversidad de la voracidad de un sistema económico que es incapaz de reconocer su valor como reserva ambiental, social y cultural.
Permitir que se quiebre el mito de impenetrabilidad del Tapón del Darién, es un costo demasiado alto que no nos podemos permitir. Lo que se requiere es lo opuesto, preservarlo, protegerlo, controlarlo desde políticas públicas ambientales serias, que se cumplan. Así mismo, es indispensable, apoyar a sus comunidades para que mejoren sus condiciones de vida respetando sus tradiciones culturales ancestrales.