He leído todas las cartas, derechos de petición y artículos enviados al presidente Gustavo Petro que ven como un "peligro" la implantación de un Sistema Nacional de Orquestas Sinfónicas en Colombia, inspirado en el "sistema" venezolano del maestro Abreu. Se alega muy a la ligera, según mi criterio, que dicho proyecto con más de cuarenta años de estar vigente fomenta relaciones de poder abusivo, monopolio político y abuso sexual. Sin la más mínima intención de negar que estas fallas se han dado y sin siquiera sugerir una justificación al respecto, me parece vano achacar toda responsabilidad de estos actos —deleznables sin lugar a dudas— a la esencia misma y razón de ser propias del "sistema". Dichos actos, carentes de ética, son propios de la humanidad. Se dan en contextos musicales, artísticos, académicos, en todos los gremios y en todos los países. Muy recientemente el director de orquesta ya fallecido James Levine fue expulsado fulminantemente del Metropolitan Opera House de New York por acusaciones de abuso sexual a miembros hombres —cuando eran jóvenes— de la orquesta del teatro donde ejerció la titularidad por más de treinta años.
¿Se puede colegir de ello que un teatro de ópera es nocivo para la sociedad y muy específicamente para niños y jóvenes? El mundo de la ópera aún no sale de su asombro ante las acusaciones de muchas mujeres contra el tenor español Plácido Domingo en ese mismo sentido. Motivo que dió pié a que éste fuese vetado en Estados Unidos. Y lo propio sucedió en la prestigiosa Orquesta del Concertgebouw de Ámsterdam, en donde las acusaciones recayeron sobre su batuta titular Danielle Gatti. ¿Podemos entonces afirmar que por tales hechos estudiar canto lírico para ser cantante de ópera o pertenecer a una orquesta sinfónica son circunstancias nocivas para niños y jóvenes? La sola pregunta resulta absurda.
Sin embargo, lo que realmente me parece peligroso es que estos académicos pretenden validar las llamadas "músicas urbanas". Y esas sí que son realmente peligrosas.
Como dije al inicio, he leído todos esos documentos, y ninguno lo firmo por las siguientes razones:
- No creo que apostar por un sistema nacional de orquestas sinfónicas sea un peligro para otras prácticas musicales. Como observador atento de la Bogotá Humana puedo afirmar que la alcaldía de Gustavo Petro estimuló la formación sinfónica en Bogotá ("Vamos a la Filarmónica", proyecto de educación musical en el que trabajé) y muchas otras prácticas artísticas y musicales de diferentes géneros. No creo que ahora vaya a ser la excepción.
2. Porque no creo que la única forma de hacer música en el país sea a través del tan alabado PNMC (Plan Nacional de Música para la Convivencia) cuyas bondades y resultados cuestiono, pues no me parece que sea tan incluyente como se dice (en la costa norte donde vivo, éste no es visible para nada). Siempre ha estado monopolizado por la Pontificia Universidad Javeriana y por eso que llamamos "interior del país". Si partimos de la premisa de que la única manera de hacer música en Colombia es a través del PNMC, la discusión está politizada, mas no es artística.
3. Porque sí creo en la necesidad urgente de implementar en el país un sistema de orquestas sinfónicas respetando el desarrollo de otros géneros musicales y artísticos a excepción de los urbanos, cuyo contenido ético, emocional, moral y musical realmente no ameritan su validación por parte de la academia. Cada quien es libre de practicar estas llamadas músicas (para mí no lo son por definición estética), pero sería muy cuestionable que la academia sucumbiera a ellas teniendo en cuenta los mensajes antimusicales y antiéticos que mencioné. Reconozco que tienen validez en tanto fenómenos culturales y sociológicos de clases sociales vulneradas que en franca rebeldía deciden expresarse abiertamente de esta manera —rap, hip hop—. Pero ubicándonos en una perspectiva estética, artística y musical, no reúnen los mínimos criterios epistemológicos para que sean validadas en contextos estrictamente académicos.
En realidad, considero que no son prácticas inocuas. Por el contrario, son más nocivas de lo que se pueda creer, para el desarrollo holístico del ser humano. Conviene revisar la Teoría del Ethos griega y la teoría de los afectos del barroco. Recomiendo como autor a Enrico Fubini y su Estética musical desde la antigüedad hasta el siglo XX. Autoridad de referencia en este asunto. Sobre todo el capítulo correspondiente a la crítica de Eduard Hanslick, quien afirmaba que si bien la música es ante todo forma y estructura y no se puede decir taxativamente que sea un lenguaje, ya que es intraducible, sí es obvio que esta, entra en una relación simbólica con nuestros afectos y emociones, ergo, también con nuestra personalidad.
Basado en este autor me atrevo a afirmar que las llamadas "músicas urbanas" no deben ser validadas por la academia. ¿Realmente pretendemos en pos de la inclusión mal entendida que en universidades y colegios se "enseñe" Bad Bunny, La Liendra, Maluma, J Balvin y demás? — Bueno, para ser sinceros, en México y New York ya se dió este exabrupto en relación con Bad Bunny—. Y esto, no es más que pornografía auditiva explícita. Realmente creo que son muy nocivos para la niñez y la juventud los mensajes tanto musicales como éticos que transmiten estos sujetos que si no es a base de autotune, no pueden afinar una sola nota, como bien puede apreciase en muchos videos de la plataforma YouTube. "Dime qué música escuchas y te diré quién eres". Siempre lo he tenido como máxima. Nuestros niños y jóvenes merecen una mejor música. Y antes que "interpreten o estudien" a estos sujetos, yo sí prefiero mucho más que interpreten a los coloniales Bach y Beethoven. La academia antes de validar estas prácticas debe más bien abogar por la educación de quienes la detentan (ya que es más que obvio que ni siquiera una educación básica de calidad tienen).
4. Porque no creo en la necesidad de condenarnos a un ostracismo cultural amparándonos en absurdos sentimientos nacionalistas que hace mucho fueron superados por otros países. El formato de orquesta sinfónica es patrimonio cultural de la humanidad, de la misma manera que lo es el teatro de Shakespeare, la filosofía de Sócrates, Las Mil y Una Noches, Las pirámides de Egipto, La Gran Muralla China o Machu Picchu. No creo que fomentar este formato musical signifique forzosamente que el Ministerio de Cultura no impulsará otras expresiones artísticas. Peligrará sí el PNMC. Pero eso es un asunto politizado con fuertes implicaciones económicas además. No es una discusión artística.
Finalmente, para ir cerrando, quienes pretenden validar a como dé lugar estas prácticas urbanas, también deberían tener en cuenta que, al igual que el formato sinfónico, no son originarias de Colombia sino de otros países. Por lo tanto, igual son rezagos, producto de la aculturación foránea. Sin embargo, esto lo pasan por alto quienes apoyan tal iniciativa. En ese orden de ideas y al igual que lo sinfónico, tampoco hacen parte de ese tan aludido "rico ecosistema de diversidad sonora y cultural colombiano" —ecosistema es una palabra que etimológicamente solo debe usarse en ciencias naturales y ecología. La metáfora aquí no tiene lugar—. En tal dirección, pareciera que lo único colonial fuese Bach y Beethoven.
Por otro lado, ¿qué les hace pensar que dichas prácticas son del agrado de unas "mayorías" o que son apropiadas por "mayorías" en nuestra sociedad, frente a un género supuestamente minoritario — el sinfónico —? ¿Dónde están los estudios de campo que así lo corroboran? Y si así fuese, ¿el que sea una práctica bien recibida por las mayorías es mérito para su validación académica? Recordemos que aún hoy día en el país hay millones de personas que creen que Álvaro Uribe Vélez ha sido nuestro mejor presidente y en su momento fue apoyado con una increíble popularidad ¿Peligroso un sistema de Orquestas sinfónicas? ¿Peligroso para quién? ¿Para el PNMC? Bueno, sí. Coincido. Pero verdaderamente peligrosos para niños, jóvenes y sociedad en general son La Liendra, Daddy Yankee, Maluma, el Conejo Malo y todos los de ese gremio impuestos violentamente desde una agenda mediática y con unas claras y non sanctas intenciones.