Nací de las de entrañas de este hermoso departamento donde la llegada del teléfono y el pavimento de las calles se celebraba del mismo modo que una fiesta patria: con banda y voladores. Nací en un lugar donde la mayoría de las personas se crían y educan con sacrificio, donde todos sueñan con las posibilidades que brinda la educación para ser buenos ciudadanos, para vivir dignamente y formar una familia, irradiando en todo el “decoro al comportarse”.
Es por esto que nuestros mayores defendían con palo y chancleta el idílico sueño de no quitarle nada a nadie, enseñándonos a disfrutar las posibilidades de la vida sin causarle daño al prójimo. Ahora bien, si alguna de estas normas era transgredida, sabíamos de un poder sobrenatural llamado “justicia”, una potestad más allá de nuestra influencia, una autoridad con mano todopoderosa encargada de armonizar y ubicar nuevamente todo en su lugar; sí, tal como sucede en las películas en las que el superhéroe lucha por un final feliz, recompensando a los débiles y otorgando al villano su merecido. Lastimosamente esto ha cambiado, pues la justicia pasó de ser esa preponderancia sobrenatural a ser un “poder terrenal” que se interpreta según conveniencias personales, siendo este el modus operandi de muchos líderes en Córdoba.
Hoy somos testigos de las sanciones otorgadas a tantos jefes políticos que han sido privados de la libertad, vemos cómo se derrumba esa clase dirigente a la que creímos y de la que esperamos que nos llevaría hacia el progreso en una tierra donde escasean las oportunidades. Hoy, ellos se ven reducidos a defenderse de imputaciones y condenas por sus procederes impropios. Lamentablemente, las consecuencias de sus acciones no cesaron con tales condenas, pues el daño está hecho al igual que el contubernio con algunos hombres de leyes locales para incrementar aún más sus acaudaladas arcas. Las estrategias basadas en el engaño, en la presión mediática y sus influencias en las altas cortes del país ya estaban consumadas; el objetivo es apropiarse de uno de los bastiones más representativos a nivel empresarial y de desarrollo que aún le queda a Córdoba, Cerro Matoso, la empresa donde fijamos nuestros ojos quienes optamos por una vida digna a través del trabajo, la educación y el esfuerzo diario.
Qué dolor siento cuando mis amigos y colegas dentro y fuera del país me preguntan cómo es que una compañía reconocida a nivel nacional e internacional por sus estándares de responsabilidad social, empresarial y por los cuidados del medio ambiente está siendo etiquetada por algunos inescrupulosos que afirman que Cerro Matoso “asesina y envenena”. Yo trabajo allí, yo soy parte de la historia de esta industria y soy testigo de la construcción colectiva que hoy beneficia no solo al Alto del San Jorge, sino al país en general. No soy ningún asesino, mis padres y mis ancestros me enseñaron a respetar la vida y por eso puedo hablar con propiedad en nombre de más de 3.000 compañeros, quienes al igual que yo, se levantan todos los días con la convicción de que, en cada tarea que se realiza y en cada decisión que se toma, prima el cuidado de nuestra gente, la protección de nuestro entorno y la atención a nuestros vecinos.
Siento vergüenza como cordobés cuando me toca decir que los que están detrás de esta campaña de desprestigio pertenecen a un cartel conformado por “un puñado de dirigentes” y de algunos abogados de dudoso proceder todos ellos nacidos en Córdoba; quienes están utilizando a algunos incautos de nuestra región para lograr sus objetivos. Ellos no son realmente de aquí, ellos no han caminado por las calles de Montelíbano, ni de La Apartada, ni de San Jose de Uré… a ellos no les interesa el tendero, ni el comerciante y mucho menos les preocupan nuestras comunidades. Ellos no han estado presentes en tiempos de dificultades, ni cuando hemos tenido enfermos o cuando una mujer ha estado a punto de parir. ¿Qué es lo que les importa en realidad? Saciar su hambre de dinero bajo el principio: “si no es para ellos, no será para nadie”.