Cúcuta tiene un nuevo ídolo: Germán Vargas Lleras. Desde que el vice advirtió la semana pasada en Tibú que las casas que entregaba él –como si salieran de su bolsillo- no iban a ser para los “venecos”, los cucuteños olvidaron el abandono en que este gobierno los ha sumido. Claro, es más importante un mandatario que se pare de frente y con dos cuchillas en la mano ante Maduro que plantarle cara al deterioro vial que ha alejado a esta ciudad del resto del país. Es mucho más importante señalar al venezolano, fustigarlo, que hacer algo para mermar la tasa de desocupación que rozó el año pasado el 17 %, la segunda del país solo detrás de Quibdó. Por eso es que hoy uno habla con un cucuteño y lo único que tiene claro en su cabecita estrecha es que van a votar por Vargas Lleras en las próximas elecciones “porque necesitamos un presidente con güevas”.
El odio al venezolano en estos días se ha exacerbado aún más. En los setenta y ochenta era envidia. Venezuela era una potencia petrolera que despreciaba a los “caliches”que llegaban a Maracaibo o Caracas a lavar baños, contrabandear y atracar. Les llamamos asesinos y ladrones a los venezolanos olvidando la estirpe centenaria que cargamos encima.
Cuatro décadas después ocurrió la venganza. A una ciudad en donde los dos personajes más influyentes son un asesino que despacha vía Skype desde la Picota y un pastor evangélico brasilero, no se le puede pedir solidaridad, comprensión, raciocinio. El venezolano que ahora cruza la frontera acosado por la probada incompetencia de su presidente, debe enfrentarse al estigma que el imaginario cucuteño le ha puesto. Veneco ahora es sinónimo de asesino, violador, ladrón. El veneco no solo es el que nos quita el empleo sino la causa de todos los males. Por eso uno encuentra a tanto cucuteño hablando bien de Trump “porque eso de estar dejando entrar inmigrantes es algo muy peligroso mano”.
Uno encuentra a tanto cucuteño hablando bien de Trump
“porque eso de estar dejando entrar inmigrantes
es algo muy peligroso mano”
Antes de que el chavismo sumiera en la peor crisis de su historia a Venezuela, Cúcuta estaba dominada por la delincuencia común, los paramilitares y el ELN. Según datos de Verdad Abierta entre 1997 y el 2005 se cometieron 13 919 asesinatos en Norte de Santander. El 30 % de ellos ocurrieron en Cúcuta y su zona metropolitana conformada por Villa del Rosario, Los Patios y el Zulia. Nada más en el 2005 se cometieron 542 asesinatos en la ciudadela de Juan Atalaya. Ahora, cada vez que hablo con amigos, me relatan escenas espeluznantes de venezolanos que se suben a las busetas a vender chicles, de caraqueños viejitos asentados en las esquinas extendiendo una mano enclenque en busca de moneditas de doscientos. Cúcuta, desagradecida y desmemoriada, ha decidido olvidar que sus mejores momentos los vivió cuando chupaba la teta de la bonanza venezolana. Y los momentos gloriosos para el cucuteño eran las fiestas con las putas en la Ínsula, el whisky barato, la fiesta interminable.
Vargas Lleras se anotó un tanto enorme con el pueblo cucuteño. No les prometió empleo, salud, educación, solo les dejó en claro que si él es presidente va a haber problemas con Venezuela y, de pronto, hasta desate una guerra que borre de la faz de la tierra a San José de Guasimales. El cucuteño aplaude desde ya y recuerda los días maravillosos en que Uribe desafiaba a Chávez y este prometía usar sus Sukoi desatando un infierno después del Cerro de Tasajero.
