En Colombia nos hicieron botar corriente a todos. Consultas fueron y vinieron sobre sus ventajas e inconveniencias. Este método de fracturación hidráulica es empleado para recuperar gas y petróleo del interior de rocas de esquisto que pueden estar a mucha profundidad. Junto con grandes cantidades de agua —la misma que hace falta en La Guajira y otras regiones del país— inyectan arena y sustancias químicas para abrir brechas. El costo medio ambiental es muy alto.
La Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo se pronunció en el 2018, llamando a los países a abandonar la quema de combustibles fósiles, incluido el gas de esquisto, para evitar el avance agigantado del deterioro climático. Pese a ello, muchas naciones han eludido el compromiso y el gobierno colombiano que encabeza Duque, quien posa de cuidar los recursos naturales, finalmente terminará dándole vía libre. Olvidó una de sus promesas de campaña, el 11 de abril de 2018 en la Universidad Autónoma de Bucaramanga.
Pese a las ilusiones que se tejieron y la esperanza de que nuestro país marcaría la diferencia, la Agencia Nacional de Hidrocarburos anunció que en diciembre estarán reglamentados los proyectos piloto para emprender la búsqueda de hidrocarburos mediante fracking.
Mientras que en el 2017 la producción diaria de barriles de petróleo era de 853.000 barriles, hoy es de 892 mil. La meta a corto plazo es emprender, de la mano con Ecopetrol, alrededor de 30 campos de extracción.
Pesa más el interés económico que la preocupación por el país que le vamos a legar a nuestras futuras generaciones. Tampoco han mediado los pronunciamientos de la Procuraduría General de la República ni las consideraciones de las organizaciones ambientalistas.
Don Jacinto, el adulto mayor que con quien hablo cada mañana en la Plaza de Cayzedo mientras me lustra el calzado, escuchó mi monólogo preñado de preocupación.
“O sea que con el fracking nos van a joder.” Él es franco, sin pelos en la lengua e interpreta la filosofía de la gente de a pie. Asentí mientras me tomaba el café. “En pocas palabras, sí. Aumenta la sismicidad, se libera el material radioactivo del subsuelo y se contaminan las fuentes hídricas subterráneas”. Fritos, me dijo; le respondí que sí.
Conversación terminada, sin más palabras, cuando rayaban las siete de la mañana y Cali comenzaba a despertar para una nueva jornada laboral.
Las cantidades de agua que se utilizan son astronómicas. La misma agua que necesitan millares de colombianos que se mueren de sed. Pero aquí prevalece el interés económico rodeado de un discurso de previsión “para garantizar petróleo y gas para el futuro”. Ya nadie se traga el cuento, sobre todo cuando hay otros métodos para explorar nuevos yacimientos de hidrocarburos.