Hace pocas semanas ocurrió en España el que tal vez sea el peor desastre natural de las últimas décadas: la DANA, un fenómeno meteorológico que ha sumido a varias regiones del país, especialmente la valenciana en una tragedia humana y económica. Ante esta situación, el aviso del peligro fue tardío y la respuesta del Gobierno insuficiente, generando mayores estragos. Sin embargo, lo que más me ha sorprendido es la capacidad del pueblo español para unirse en los momentos de dolor.
La reacción de la ciudadanía en general fue inmediata, tato así que el lema “solo el pueblo salva al pueblo” es el que mejor la describe. Las redes sociales se han colmado de las acciones espontáneas emprendidas por distintas organizaciones civiles: desde ciudadanos que envían comida u objetos de aseo; empresas de transporte que ofrecen vehículos con los gastos cubiertos para hacer llegar las ayudas; empresas de muebles y colchones que se han unido para conseguir que los damnificados duerman en una cama caliente; propietarios de comercios que donan frutas y otros productos frescos; niños que caminan varias calles para repartirlas; hasta un empresario de eventos que detuvo sus operaciones para brindar comida caliente a los afectados y voluntarios. Todos estos y muchos otros, gestos de solidaridad necesarios y urgentes ante la magnitud de la pérdida.
Ahora el turno nos ha llegado a nosotros. Después de una temporada extensa de sequía en la que ha sido necesario restringir el uso del agua en Bogotá por el bajo nivel de los embalses, han llegado las lluvias para arrasarlo todo. Así es que en este momento 193.000 personas o lo que es igual, casi un quinto de la población total de La Guajira fue afectada por las inundaciones; en el municipio San Vicente de Chucurí, Santander hay ochenta familias damnificadas, sin acceso al agua potable y tan incomunicados que la única información que les llega es a través de la emisora local; gran parte del departamento del Chocó está bajo el agua y su población, acostumbrada como está a vivir en el lugar más lluvioso del planeta, lo ha perdido todo otra vez. Y, para complicar las cosas, si esto fuera posible, la guerrilla del ELN declaró un paro armado que impide el libre desplazamiento de los ciudadanos y la llegada de ayudas, especialmente en la zona del Alto Baudó en donde hay siete mil personas aisladas.
Lo peor de esta situación es que esta no es la primera vez que ocurre y seguramente no será la última. Colombia es un país habituado a las catástrofes, tanto naturales, como causadas por el ser humano. Tan acostumbrados estamos que ya no nos sorprenden las cifras ni nos conmueven las historias. Y es que no he visto un solo video en las redes sociales recolectando donaciones para las zonas de desastre; ningún influencer parece estar preocupado por las miles de personas que lo han perdido todo. No han sido noticia las campañas de fabricantes dispuestos a donar sus productos a las víctimas. Tal vez no me hayan llegado este tipo de videos o tal vez no se estén grabando.
Siendo así surgen muchas preguntas: ¿estamos tan acostumbrados a la pobreza y a la violencia que no la vemos? ¿Damos por hecho que son los pueblos periféricos los más vulnerables ante los efectos negativos de la naturaleza? ¿Creemos que se lo merecen? ¿Pensamos que no podemos hacer nada para ayudar? O ¿es que nos vemos superados por la realidad? Yo creo que es necesario hacernos estas preguntas para entender la forma en que reaccionamos ante este tipo de situaciones. Hace falta que nos cuestionemos para saber si somos una sociedad indiferente por costumbre o peor aún, si lo somos porque no nos importa, porque vivimos tan cómodos en las ciudades que miramos para otro lado mientras el problema de turno no afecte nuestro estilo de vida.
Espero que, en algún momento, nosotros, los colombianos podamos decir esa frase de “solo el pueblo salva al pueblo” para que recordemos que todas las vidas importan, que incluso las personas que viven en las zonas apartadas del país son valiosas para construir una idea de Nación diferente, para sentirnos orgullosos de nosotros mismos, para que los violentos entiendan que no se puede romper el espíritu de un pueblo unido y para que los políticos estén por fin a la altura de su pueblo.