En el mundo de los que saben de vallenato pocos respetan la trayectoria de Patricia Teherán. Muerta a los 27 años como Kaleth Morales y Martín Elías, no tuvo tal vez el tiempo suficiente para desplegar su potencial. Tal vez lo mejor que le pasó a su legado, como sucede con tantos otros artistas, es morir joven. Uno no puede comparar en importancia histórica a Patricia Teherán, muerta en un accidente, con Jaime Garzón, un pensador, un cómico, un tipo que en la peor de las Colombias fue capaz de denunciar la alianza diabólica entre fuerza pública y paramilitares. A la casa de Garzón iban presidentes, fiscales, hasta el embajador de Estados Unidos. Él era el epicentro de la política nacional a finales del pasado milenio.
Yo no puedo creer que sea más importante Patricia Teherán y su Tarde lo conocí que Garzón y su legado. ¿Será que la gente ya detesta tanto RCN que no quiere ver nada de lo que saca el canal de los Ardila? Ya el problema es de marca, evidentemente, pero no puede ser que Garzón, en su estreno haya sido arrollado sin atenuantes por la serie de Patricia Teherán. Bueno, uno se sube a un bus y se le rompe la burbuja que se tiene con los amigos de siempre, con la gente que uno frecuenta. Ahí está el colombiano promedio, escuchando a Patricia Teherán, Kaleth o cómo se escriba y votando cada vez que puede por el que diga Uribe.
La gente inteligente debería mandar a parar esta vaina y tomarse el poder. Ya no más vallenato. Queremos historia de gente decente, la gente que dio la vida por nosotros. La novela de Jaime Garzón debería ser el tema de todas las amas de casa, de la gente que atiborra los buses. Pero acá nada es así. Nada funciona. No hay ética, no hay un verdadero respeto por los muertos que importaron. Es una pena que cuando vemos resucitado a Jaime Garzón en el cuerpo del formidable actor Santiago Alarcón, la gente le dé la espalda y prefiera la vida de una vallenatera que, a lo bien, solo tuvo dos éxitos.