La cultura y la identidad colombiana son dos cosas demasiado bizarras, difíciles de entender y aun mas de analizar. La elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos causo gran revuelvo en el panorama tanto mundial como en el local. Nadie se esperaba que el magnate de los bienes raíces, tildado por algunos como misógino e ignorante, lograría ganarle la presidencia a Hilary Clinton pese a que esta tenía experiencia como senadora y secretaria de estado.
No se había terminado de contar los votos cuando los colombianos salimos a burlarnos en las redes sociales por la desastrosa elección del pueblo norteamericano. Mi pregunta es la siguiente, ¿qué autoridad moral tenemos los colombianos de siquiera reprocharles a los gringos por su elección? Con total descaro e ignorancia nosotros los colombianos nos burlamos del error que sucedía al norte del continente, sin darnos cuenta (la gran mayoría) de que, en cada jornada de votación, tomamos decisiones erróneas y elegimos a los mismos mandatarios corruptos y/o ineptos que nos hunden más en la miseria.
La lista de ejemplos es larga y dolorosa, centenares de dirigentes, parlamentarios y demás que lo único que hacen es beneficiarse a ellos mismos y a su círculo cercano, ejemplo de esto son los casos del ex-ministro, Andrés Felipe Arias, condenado por el escándalo de Agro ingreso seguros y sucesor político del entonces presidente, Álvaro Uribe Vélez, escándalo que representa de una forma perfecta lo que es la llamada ''mermelada'' y que le valió al ex ministro una condena de aproximadamente dieciséis años de cárcel y el caso de Kiko Gómez, el exgobernador de la guajira, hoy condenado a cincuenta y cinco años de cárcel por asesinato, entre otras cosas.
Sostengo que mientras los colombianos nos reímos y nos burlamos de los ignorantes que son los gringos (por elegir a Trump), los ingleses (por votar al brexit) o cualquier otro que vote mal en día de elecciones, no nos damos cuenta de que por encima de todos ellos estamos nosotros, porque al menos los ejemplos anteriores fueron causados por votantes que creyeron en un discurso y unos ideales (si bien equívocos, siguen siendo ideales). El caso de los colombianos es algo diferente por un motivo; en nuestra patria predominan dos grupos de votantes que son aquellos que sin escrúpulos regalan su voto a cualquiera que les regale un pan y una gaseosa (causado por la crisis educacional y económica que marca a nuestro país) o aquellos que al parecer piensan que tales decisiones no los afectara y optan por no salir a votar (evidenciado de manera brutal en el plebiscito por la paz).
Una cosa es que la gente votara por el no, lo cual es válido, porque se tenían dudas sobre el proceso, pero si es completamente vulgar que el sesenta por ciento de la población apta para votar prefiriera quedarse durmiendo antes que aportar a la terminación del conflicto que tantas vidas ha cobrado.
Las calamidades del pasado 2 de octubre empiezan a diluirse en la memoria nacional al aparecer nuevos escándalos (como es habitual que suceda en nuestro país). El escándalo de corrupción causado por la firma internacional Odebretch y sus coimas a figuras de la rama ejecutiva y la rama legislativa y la melcocha electoral que ya empieza a cocinarse han alejado el pensamiento de la gente de un tema muy importante: la poca resistencia a venderse del electorado popular. Las elecciones de 2018 medirán que tanto ha aprendido el electorado, ya que, por fin, el debate político se aleja del conflicto armado y todos los candidatos tienen que, de una forma u otra, montarse al caballo de la anticorrupción. Acabadas las elecciones presidenciales que se vienen, sabremos si el país está listo para un verdadero cambio, una verdadera paz sin corrupción o, si el electorado prefiere seguir con el masoquismo que siempre lo ha caracterizado y escogerá, por ejemplo, pero no limitado a, los títeres de Uribe.
Ruego porque el pueblo haga lo primero mientras que el sentido común me dice que me prepare pues, si seguimos las costumbres del pueblo, escogerán lo segundo.