A propósito de las dudas sobre la culpabilidad del único capturado por el atentado a la Escuela General Santander.
Uno de los bienes inmateriales más preciados de cualquier sociedad e individuo es la justicia, un término necesario para impartir y generar convivencia entre los hombres, delimitar acciones y sancionar según corresponda. No es de desconocer que este término es muy difícil de definir, siendo a la vez abstracto y complejo en su ser, sobre todo en las pretensiones, expectativas o niveles de justicia que desea el que la requiere o necesita. Tampoco es de obviar que muchos han pretendido ver o confundido a la justicia con la venganza y que han tomado "justicia" por su cuenta, como normalmente pasa en Colombia. No obstante, este artículo no hablará de eso, porque si fuera así nos daría esta vida y la otra.
Hace ya varios días los colombianos quedamos perplejos ante el resurgimiento de esa historia innegable y vergonzante de violencia, muerte y desesperanza que ha vivido nuestro país por décadas. Les hablo del vil atentado terrorista a la Escuela General Santander, perpetrado por la guerrilla del ELN, que dejó a su paso una veintena de muertos, casi todos jóvenes y con sueños como los que tenemos ustedes y yo, pero que gracias a la sociedad psicópata que tenemos quedaron dominados por la muerte, la desesperanza, la incertidumbre y, sobre todo, por la injusticia. Todas estas necesarias y útiles para aquellos discursos lucrativos de la guerra, esos que saben muy bien utilizar algunos políticos en Colombia y para aquellos medios de comunicación que las practican como instrumento de rating para sus desgastados noticieros.
Muchos ahora se preguntarán por qué refiero que habría injusticia en el anterior caso, sabiendo que lo último que se conoce, gracias a nuestros medios de comunicación, es que las autoridades competentes lograron identificar "plenamente" al autor material del hecho, además de lograr la captura de un hombre. Sin embargo, a pesar de que lo anterior es una "realidad" que de una u otra manera es palpable ante los ojos de muchos, desafortunadamente, y gracias a muchas incoherencias, inconsistencias y dudas que últimamente han surgido de este caso, lo que puedo decir es que la injusticia es lo único que se ha podido vislumbrar hasta el momento, ya que por un lado los autores intelectuales, que ellos mismos reconocieron, siguen en vacaciones en Cuba y, por el otro, hay muchas piezas faltantes en las investigaciones que lleva a cabo el desprestigiado fiscal y la entidad a la que preside. Todo lo anterior generando que las familias de las víctimas no hayan podido saber o conocer a ciencia cierta eso que en otras respetables sociedades es una impronta de la democracia, la justicia, pero que en Colombia, como siempre, se quedó cojeando, siendo injusta y equivocándose.
Digo equivocándose, porque a pesar de que errar es una condición natural de todo ser humano, para mí, cuando se habla de las instituciones que dirigen la justicia de un país, esto no debiese suceder, más cuando sus improvisados, dudosos y poco rigurosos veredictos ocasionan daños a la moral y buen nombre de los presuntos culpables, implicados, victimarios, que resultaron siendo inocentes y que solo fueron un medio o ficha para satisfacer el poder de los que dominaban la justicia, para justificar la supuesta agilidad de sus dirigentes e instituciones y para lograr saciar la sed mediática de algunos medios de comunicación, esos que revictimizan, imparten culpas sin ser jueces y señalan como si fueran curas.
Ahora muchos estarán pensando que estoy pasando como abogado del diablo y que lo anterior es muestra de que estoy defendiendo, como muy bien dice su nombre, a los presuntos implicados de ese vil atentado. Dios me libre, lo que quiero defender es a la justicia, esa instancia necesaria para poder vivir tranquilamente en un mundo convulsionado por la intolerancia y los fanatismos, esa que imparte lo que corresponda a las partes, esa que debe ser neutral y ecuánime, esa que debe garantizar respeto por los derechos, esa que se supone que no se debería equivocar ya que podría generar la injusticia con aquel que se señaló apresuradamente como culpable, victimario y el malo del paseo, pero que desgraciadamente a Colombia le quedó grande.
Finalmente, hemos podido conocer que los hechos de ese atentado todavía presentan incoherencias y dudas, sobre todo cuando se habla del hombre capturado, ya que la defensa y familia de este han demostrado y rebatido algunos de los argumentos de las autoridades (Fiscalía) que se habían pasado como pruebas reinas. Al día de hoy lo único que se puede observar es incertidumbre y, sobre todo, afán por parte de la justicia para que este hombre se declare culpable.
Todo esto me llevó a recordar a casos muy parecidos, que fueron objeto mediático, manipulador, apresurado e injusto por parte de las autoridades, el gobierno, los medios de comunicación y la sociedad, cuando se culpabilizaba a personajes inocentes. Casos hay varios: Sigifredo López, por ser supuesto autor de la muerte de sus compañeros de la asamblea del Valle, pero resultó siendo un inocente culpado injustamente; Mateo Gutiérrez, un joven que fue considerado autor de los atentados del centro comercial Andino, pero que también resultó absuelto y libre el año pasado; y don Alfonso Gutiérrez, un hombre que pasó injustamente más de once años en la cárcel siendo culpado de terrorismo, pero resultó declarado inocente y víctima de una justicia que tras de que cojea y no llega, se equivoca.