Si en algún lugar del mundo se corrobora la teoría que la adquisición de conocimiento y la formación intelectual no traen implícita la ética y la moral es en Colombia. Erradamente se cree que un profesional o una persona entre más nivel de formación académica tenga será un mejor ser humano. El conocimiento, como cualquier posesión humana, puede ser utilizado para construir o destruir, para reparar o dañar, para incluir o excluir y, en el caso de Colombia, para “aventajar”.
En Colombia, un ingeniero civil puede tener los conocimientos suficientes para hacer una megaobra de infraestructura con los más altos estándares de solidez y garantía, pero también tiene puede usar estos conocimientos para hacer la misma obra con los mínimos estándares de calidad y que parezca tener los más altos. También existen abogados que pueden luchar por la libertad de personas inocentes, defender los más altos intereses del Estado y la sociedad, pero solemos encontrar fiscales, que, sin el más mínimo escrúpulo, están dispuestos a mandar a la cárcel a inocentes con tal de cumplir su cuota de “pleitos ganados” en los estrados; sin contar con los abogados especializados en defraudar al Estado y encubrir a los más oscuros y corruptos negocios.
Prácticamente, con cada profesión existente en Colombia se pueden encontrar muchos casos en los que las mismas están dispuestas al servicio de la maldita “malicia indígena”, y la llamo “maldita” porque este horroroso concepto, del cual la mayoría de los colombianos se sienten orgullosos”, es sinónimo de ser avivatos, ventajosos, pillos, tramposos, mentirosos, compinches, etc.
En las sociedades latinoamericanas, pero en especial la colombiana, el conocimiento y la ilustración están llamados a servirle a la malicia, se superpone la ventaja, la astucia y la trampa, a la ética y a la moral que debería gobernar a las ciencias y al conocimiento; no en vano la gran mayoría de programas de pregrado en el país adolecen de contenidos deontológicos profundos y serios.
Resumiendo, la preponderancia del sentido común en áreas que uno presupone formales (el Estado, el sector privado, la justicia, el comercio, etc.) hacen que la profesionalización cumpla más un rol operacional dentro de una inmensa estructura que pretende mostrarse seria e infalible cuando esta coraza solo sirve como revestimiento a las más marrulleras y vulgares formas de manejar el poder y el dinero, algo para lo que jamás es necesario tocar un aula universitaria y como dirían los “teguas” se aprende es en la calle.
Cada vez es más preocupante la situación del país desde el punto de visto de la psicología de masas, unas instituciones infestadas de funcionarios que arbitrariamente acomodan las condiciones sobre las cuales tienen poder para favorecer sus intereses o los de terceros, a costa de lo que sea, incluso de la vida, libertad o integridad de otros ciudadanos que claramente son visto como de quinta clase, los “sacrificables”.
Una situación de estas puede tener un fin incierto para la sociedad, donde semejante nivel de opresión y descaro podría llevar a las masas a tomar medidas insospechadas. Solo mirar el caso del actual fiscal general de la nación Néstor Humberto Martínez produce la más escalofriante sensación, acompañada de impotencia y en muchos casos ira. Ponerse en los pantalones de un ciudadano que en estos momentos esté siendo investigado o acusado por la Fiscalía, por la situación que sea, con este estado de las cosas es algo indignante. Con el ejemplo que está dando el fiscal, la Fiscalía no tiene ninguna autoridad moral ni ética de investigar ni al más antisocial de los ciudadanos, porque si para los más poderosos del país existen encubrimientos intencionados desde la fiscalía, ¿por qué para él no?, ¿por qué no puede ser al revés?, ¿por qué para los más poderosos sí?
Ni qué decir de las personas que están injustamente sindicadas o condenadas por la justicia, ante el estado de las cosas ellos son los mejores ciudadanos del mundo por el mero hecho de no armar una rebelión.
La sociedad se ha convertido en una bomba de tiempo que ha empezado su conteo regresivo, cuando estalle será una detonación descontrolada y un gobierno débil a la cabeza del Estado solo podrá reaccionar con miedo y violencia lo cual llevará a Colombia a una crisis sin precedentes.