Por un breve momento la máscara del poder se desplomó en medio del escenario cuando todos los reflectores apuntaban en su dirección. El pueblo chileno pudo ver de frente las deformidades y la podredumbre del poder político que rige en su país. No fue solo el traspié verbal de una primera dama delirante, cuyas afirmaciones fácilmente oscilan entre el infantilismo y la perversidad. No. Lo que quedó al descubierto con la filtración de una conversación vía WA fue la matriz del poder político en Chile; la misma que históricamente ha dominado buena parte de los países latinoamericanos.
La conversación es genuina. La ministra vocera del gobierno, Cecilia Pérez, apareció pálida y nerviosa en rueda de prensa, como obligada a poner la cara porque nadie más se atrevía, ni siquiera la dueña de las palabras que causaron tanta indignación, para confirmar la autenticidad del audio y tratar de explicar y justificar lo que no había forma de explicar menos de justificar. El breve mensaje que la primera dama envió a una amiga, que se filtró a la prensa y el país atónito escuchó, refleja con absoluta honestidad su talante, su forma de pensamiento y su estilo de vida; no fue algo impostado ni ensayado. Fue tan real como la crisis que atraviesa Chile.
“Amiga, yo creo que lo más importante es tratar de nosotros mantener la cabeza fría, no seguir calentándonos, porque lo que viene es muy, muy, muy grave”, se escucha decir a Cecilia Morel, la primera dama. Esa es tal vez la única afirmación sensata en esa conversación. Es cierto. Lo que se viene es muy grave. Mucho. Los chilenos no renunciarán a su derecho a la protesta, no permitirán que los milicos, como en el pasado, los torturen, asesinen y desaparezcan en absoluta impunidad con la complacencia del gobierno de turno, no consentirán que se sostenga un régimen de terror, de opulencia para las minorías y de miseria para las mayorías. Es grave para la clase política, que de izquierda o derecha, burló durante años el deber de realizar un cambio profundo y estructural para lograr una sociedad más justa y equitativa.
“Adelantaron el toque de queda porque se supo que la estrategia es romper toda la cadena de abastecimiento, de alimentos, incluso en algunas zonas el agua, las farmacias, intentaron quemar un hospital e intentaron tomarse el aeropuerto, o sea, estamos absolutamente sobrepasados, es como una invasión extranjera, alienígena, no sé cómo se dice y no tenemos las herramientas para combatirla”, dice Morel.
Estas afirmaciones, que parecerían producto de la imaginación de un afiebrado libretista de humor político, empecinado en ridiculizar al poder y enseñar la enorme brecha que hay entre gobernantes y gobernados, son la muestra fehaciente de una cruda realidad que durante décadas nos hemos negado a reconocer en latinoamericana, porque preferimos seguir jugando a la democracia, creyendo sin razón para creer, dibujando corazones rosas en el cuaderno de la deshonra y esperando algo de justicia de quienes se lucran de la injusticia, para nosotros poder vivir mejor. La desconexión cultural, política y social entre la dirigencia y la población es tan profunda como el abismo económico que los separa.
“Por favor, mantengamos nosotros la calma, llamemos a la gente de buena voluntad, aprovechen de racio… racionar la comida, y vamos a tener que disminuir nuestros privilegios y compartir con los demás", dice al final de la conversación.
La pareja presidencial se comporta como si fuera la representante de una monarquía decadente, insensible al dolor y a la desesperanza de su gente, que ante la amenaza de insurrección se siente en aprietos y debe hacer caridad con esa masa de seres inferiores, desarrapados y suplicantes, pero a veces rabiosos, que llaman pueblo.
Escuchar a Cecilia Morel me recuerda a María Antonieta de Habsburgo, cuya frivolidad y egoísmo contribuyeron a exaltar la indignación del pueblo durante la Revolución Francesa. Tiene suerte Morel: ya hoy no se aplica la guillotina. Pero tampoco hoy, en las democracias del siglo XXI, es admisible un gobierno apologista de intereses foráneos y de clase, ni un jefe de gobierno que clave la bayoneta sobre los cuerpos de sus contradictores asesinados como hacia Gabriel García Moreno en Ecuador, ni que derribe contendores a balazos en la plaza pública para escarmiento popular o los cocine en las calderas de los barcos, o que obligue a sus invitados internacionales a beber chocolate hirviendo so amenaza de decapitación como hizo Mariano Melgarejo en Bolivia, o uno que crea heroico ordenar matanzas luego de firmar la paz, como hizo entre carcajadas el tirano de República Dominicana, Rafael Leónidas Trujillo contra el líder guerrillero Desiderio Arias y sus hombres. Tampoco es tolerable un gobierno que convierta a sus soldados, hijos humildes del pueblo, en un ejército de sicarios que avanza por las calles sembrando pánico y terror entre la población, a la búsqueda de ciudadanos para apalear o balear. Hoy no toleramos la existencia de un gobierno insensible al clamor de las mayorías.
La afirmación, insensata y tajante del presidente Piñera: “estamos en guerra” y de la primera dama: “estamos ante una invasión alienígena”, son reveladoras, sintomáticas y exhiben sin pudor, sin filtro ni distractor, la descomposición del sistema mismo que facilita el horror y perpetua la existencia de un modelo de gobierno antidemocrático, excluyente, desigual y represivo. Su guerra es contra los alienígenas. Y los alienígenas son el pueblo cansado.