Ha sido motivo de noticias y algarabía en los últimos días la "celebración" del cumpleaños de Cartagena, los agasajos han ido desde conciertos hasta megatortas patrocinadas por nuestro queridísimo alcalde. Pero me inquieta saber cuál es la verdadera razón de la celebración.
Cartagena es aún una ciudad llena de piratas disfrazados bajo el ropaje de políticos que no hacen más que atentar y disparar cañones a la economía y seguridad de lo que, ironicamente, llamamos ciudad. Estamos, como siempre, olvidando que nuestro corralito de piedras va mucho más allá del área que corresponde a los barrios que habitan los colonos de nuestra época.
Es de suponer entonces que celebramos el olvido en el que hemos dejado a nuestros barrios populares, la pobreza y la miseria absoluta que se vive, como se dice popularmente, de la india pa' allá; en este orden de ideas, también es válido afirmar que celebramos el engaño millonario al que llamaron Transcaribe, y la inseguridad que ya ni siquiera nos permite disfrutar de las brisas veraniegas mientras disfrutamos una cerveza helada.
Aplaudimos como focas de circo el hecho de haber perdido la cultura del deporte y miramos sin nostalgia cómo nuestros estadios cada día son menos apetecidos por el público.
Es motivo de celebración que nuestros niños mueran de hambre y tengan que crecer en el hedor que trae consigo la contaminación de las aguas de la ciénaga de la Virgen; que nuestros jóvenes mueran acribillados porque les parece mas divertido pelear una guerra sin sentido que crecer y formarse para mejorar nuestra ciudad.
Quizás yo sea demasiado humana, pero no veo ningún motivo para celebrar. Desearía, sinceramente, llenarme de regocijo si la ciudad a la cual le celebráramos un año más de fundación cambiara las condiciones y dejara atrás ese pasado colonial y época de terror que hasta el día de hoy retumba en cada rincón de nuestro corralito de piedras.