Entre mediados de diciembre y comienzos de enero tuve oportunidad de viajar a Cancún, México.
Aunque la belleza de sus playas y su agradable clima tropical son indiscutibles y siguen siendo un gran atractivo turístico, así como la imponente infraestructura hotelera y de servicios con que cuenta, hubo algo que me decepcionó sobremanera: el mal olor que se percibía en lugares como Playa Tortugas, Playa Linda y Playa Gaviota, en plena zona hotelera.
Olía a caño constantemente, como a aguas negras estancadas.
Y al buscar en internet la posible causa de ese fétido olor di con la posible explicación, rebosamiento de aguas negras del alcantarillado que terminan en la emblemática laguna Nichupté, un problema del cual los mismos residentes de la zona ya se habían quejado cuando yo viajé, pero sus reclamos, por lo que pude constatar, seguían cayendo en oídos sordos.
Este mal olor hace que esas playas en teoría paradisiacas ya no sean tan mágicas y termina alejando al turista.
¿Qué esperan las autoridades y los encargados del tratamiento de aguas residuales en Cancún para solucionar este grave problema? Y sobre todo en una época en la que la derrama económica de cualquier turista debería agradecerse el doble, por lo golpeada que la economía ha estado con la pandemia.
En una perspectiva ambiental más amplia, esto me lleva a preguntarme si los grandes inversionistas del turismo de masas en lugares hermosos realmente se preocupan por el equilibrio con la naturaleza, o solo contribuyen a saquear la belleza natural de un sitio para luego, una vez que su carácter prístino ya se dañó, moverse a otro sitio, como ahora está ocurriendo en el cercano Tulum.
Tanto autoridades negligentes como empresarios que se alzan de hombros mientras el problema no los afecte directamente son responsables de ese mal olor en particular, y de una industria turística depredadora del medio ambiente en general.
Ya es hora de que mejoremos nuestra relación con la madre naturaleza también en los principales destinos turísticos.