En el Pérez Art Museum de Miami encontré que la próxima semana se inaugural una exposición retrospectiva de Beatriz González la cual no pude visitar porque estaba en montaje. Empieza el 19 de abril y se queda instalada todo el verano hasta 21 de septiembre. Pude ver por los rincones que comienza con sus ejercicios de estilo, mientras trabaja con los maestros de la historia del arte y termina, con una enorme fotografía de los hombres cargando bultos de muertos que repitió incansablemente en el Cementerio Central en Bogotá.
El museo es muy generoso en sus espacios. Tiene montadas varias exposiciones entre ellas una muy interesante de la argentina residente en Nueva York, Liliana Porter (1941). Su mundo animado se vuelve instalación, el título es Hombre con hacha y otras situaciones breves. Trabajo que realizó para la Bienal de Venecia en 2017. En esta obra el proceso de “deconstrucción” es el camino. Toda la puesta en escena destruida comienza por el título. Un diminuto muñeco en una acto paralizado comienza la romper porcelanas, cerca encontramos una carta diminuta con el as de diamantes y, en toda la obra hay cartas donde el azar tiene mucho que decir en el tiempo en que ocurren varias narrativas. Al lado aparece un martillo que debe tener más de un significado.
La escena principal es un piano de tamaño real destruido mientras entre las piezas barcos navegan entre un mundo destruido de maderas sueltas que se tienen por la armonía de la cuerdas. Así mismo, dentro de la obra la artista maneja diversas dimensiones de las cosas. Las sillas entran en la dimensión de la realidad, mientras otras diminutas hacen parte de la narrativa. Los libros intactos tienen una presencia volumétrica mientras los hombres que han tenido contacto con ellos caminan dejando un rastro de la presencia de una lección aprendida.
Como apuntes sobre la política, aparece rota la cabeza de Mao y no se encuentra lejos de la Oz y el Martillo. En la mitad del escenario va el carro con John F. Kennedy y su esposa, el día de su asesinato en Texas. Una porcelana vieja de Napoleón sobresale mientras dos soldados de plomo disparan a muerte un sello de otro soldado. Acá empezamos a ver el orden del color con las gotas de sangre del asesinado. La artista, que tiene un sutil sentido del color lo distribuye de forma magistral en ese mundo de caos. El azul cobalto que derrama de un camión también se muestra en una porcelana rota. Un minihombre pinta una enorme pincelada roja mientras las cartas rojas están por todos lados. Unas espesas manchas blancas se imponen a la base en donde se encuentra toda la instalación y contrasta con el polvo que dejan las vajillas despedazadas. Un enorme nudo de cuerda y tela la desenreda un hombrecito mientras una mujer sentada teje una delicada tela.
El olvido y el recuerdo lo marcan relojes que se distribuyen en toda la obra. El tiempo está presente aunque muchos no marcan las horas, otros desvencijados no son más que la presencia de un tiempo, otro tiempo perdido.
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