En busca de Alicia

En busca de Alicia

'Ahí estaba, sentada en una silla tan alta como sus tacones rojos'

Por: Alfredo Cabrera
julio 13, 2015
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En busca de Alicia
Imagen Nota Ciudadana

“La Raza” es el lugar de encuentro de quienes día a día van en busca de la satisfacción de sus deseos buscando esconderse entre sus frías paredes de color aguamarina para evitar ser descubiertos por la cruel sociedad. Desde afuera es casi imposible identificar sus visitantes, están cubiertos por la tenue luz que se filtra entre sus puertas. Era martes y en el sitio solo se encontraba una pareja. Sin embargo, la barra estaba llena de anfitrionas esperando aquellos que tuviesen la osadía de ingresar.

Yo, desde una moto, observaba las mujeres que se encontraban a su alrededor. Estaban vestidas como para salir de fiesta. Sus miradas sensuales seguían a los hombres que pasaban por su lado, sin olvidar susurrarles frases que por la distancia no puede comprender. Algunas estaban apoyadas en las motos que había parqueadas en la acera, otras recostadas en la pared y las demás sentadas en las sillas de madera del bar. Eran diez, entre ellas buscaba una en particular. No la conocía, pero tenía muy claro qué quería encontrar. Las condiciones del sitio me decían que había ido al lugar indicado, si no la encontraba junto al bar, podía retroceder un poco y ver la misma imagen en los locales abandonados o en las puertas de los hoteles sin nombre que son tan particulares en Barbacoas.

El sitio no era confiable para seguir esperando, así que me quité el casco, se lo entregué al conductor y me bajé con la intención de ir a hablar con aquellas mujeres, que algún día fueron hombres. No sabía qué decir, las ideas claras que me habían llevado a ese sector se empezaron a tornar confusas; sin embargo, debía arriesgarme, así que cruce la calle. Saludé y tres de las chicas se acercaron contestando amablemente como lo hace un vendedor con sus clientes. Señalé la de rojo. Estaba sentada en el la barra del bar. Me indicaron que ingresara mientras me seguían con la mirada. Ahí estaba, sentada en una silla tan alta como sus tacones rojos. Sostenía en su mano derecha un vaso con licor, marcado ya por el pintalabios. El escote de su blusa dejaba ver su pecho postizo casi por completo, lo mismo hacía la falda con sus piernas. En voz baja dije "hola", a lo que atendió inmediatamente. Al escuchar mi discurso se negó a hacer lo que le pedí y llamó a una de las compañeras que se encontraban cerca, le contó y ella también dijo que no, que buscara en otro lado porque ninguna accedería. Estaban cansadas de lo mismo. No le puse mucha atención, pues la que más se acercaba a lo que quería era Luisa, así se llamaba la de tacones rojos. Entonces, me senté a su lado y continúe hablándole. Con mi segundo discurso logré un sí, ella misma escogió una de las mesas junto a la puerta, sentada sobre esta usó su mejor sonrisa y posó como una modelo experimentada. Yo, por el contrario, estaba nervioso y no la quería tensionar, así que obturé mi cámara y aprovechando el vaso de licor que sostenía en su brazo fotografié la mujer que daría cuerpo al titulo “Alicia en la ciudad”. Luisa era mi Alicia, perdida en aquella ciudad de concreto en la que no pudo ser hombre, pero tampoco mujer, sentada en la mesa no para tomar el té sino para conseguir la llave que abriría la puerta a un mundo escalofriante.

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