Nos hicieron creer que Barranquilla era una ciudad de fantasía. Durante los últimos años, gracias a una abultada chequera de la Alcaldía para publicidad y medios de comunicación, nos vendieron el discurso de que la ciudad era la maravilla china. Pero las cifras, crudas y sin corazón, demuestran que toda fantasía aterriza brutalmente en una realidad dolorosa. En 2019 creció la percepción de pobreza y uno de cada cinco barranquilleros ni siquiera tiene con qué comer las tres veces diarias. Nos mintieron.
Y no se trata de negar los progresos en infraestructura de la ciudad. El hermoso Malecón de Río, la majestuosa Ventana Al Mundo y la canalización de varios de los arroyos son obras que nos inflan el pecho de orgullo; había que hacerlos y hay que seguir haciéndolos, comprometiendo no solo a la administración distrital sino al sector privado para que dejemos de pensar en pequeño. Vale reconocer que todos estos esfuerzos, como darle la cara al Río Magdalena y crecer en infraestructura, son muestra de que lo bueno se debe continuar más allá de las posiciones políticas, pues es fácil recordar que casi todas estas obras estaban contenidas en la Agenda Barranquilla 2020, que hace más de 15 años promoviera el entonces alcalde Guillermo Hoenigsberg y que nunca abandonó la administración Char. Pero nos olvidamos de los ciudadanos y no hay ciudad sin ciudadanos.
Según, “Barranquilla Cómo Vamos”, en su encuesta de percepción 2019, el 22% de los barranquilleros confesó que durante las últimas cuatro semanas no tuvo con qué comer las tres veces diarias, cifra que en las localidades Sur-Oriente y Metropolitana llegó a ser alarmante del 38% y 28% respectivamente. Las cifras indican, además, que ese fenómeno de hambre ha crecido en los últimos años en la ciudad, pues en 2008, el número de barranquilleros que no comían tres veces al día era de solo el 16%. Es decir, hay más pavimento, pero también más hambre.
Pero la cosa no para ahí. El porcentaje de barranquilleros que se perciben así mismos como pobres pasó del 15% en 2018, al 20% en 2019, lo cual es congruente con las cifras de pobreza multidimensional, que ubica a Barranquilla con una pobreza del 17,4%, mientras en Bogotá es del 9% y en Medellín del 12,8%, y con las mediciones del Índice de Progreso Social, que en 2017 (última medición) ubicó a Barranquilla en el nivel medio-bajo con solo 60.3 puntos, por debajo de Manizales, Bucaramanga, Bogotá y Medellín. Es decir, todas las cifras coinciden en señalar los pobres resultados en lo social en la ciudad y la alarmante situación que se insiste en maquillar.
En materia de seguridad, las cosas son cada vez peor. Mientras en 2009 se presentaban solo 303 casos de hurto por cada 100 mil habitantes, en el 2018 se presentaron 758,8 casos, es decir, en 10 años casi que se triplicaron los casos de hurto en Barranquilla, ello sin contar con el subregistro por la falta de denuncias, pues solo el 45,4% de las víctimas denunció el delito. Como consecuencia de lo anterior, según “Barranquilla cómo Vamos”, el 52% de los barranquilleros percibe su barrio como inseguro, mientras en 2008 solo el 32% lo consideraba así. En resumen, la ciudad se percibe cada vez más insegura, sobre todo en los barrios populares, lo que demuestra que el modelo actual de ciudad parece funcionar solo para unos cuantos privilegiados.
Resultaría incongruente que la percepción y la realidad de inseguridad de la ciudad se mantenga al alza cuando Barranquilla es la segunda ciudad del país en inversión en seguridad, pero la realidad social lo explica. El problema no es de comprar motos para la policía sino de poner comida en las mesas, de invertir en formación deportiva y cultural para los jóvenes y de reeducar a una ciudadanía, a la cual en la última década la formaron con base en el aparentar lo que no se es para mostrar lo que no se tiene. En pocas palabras, hay que enfocarse en el ser humano y en una visión integral de la seguridad, un enfoque de seguridad humana tal y como lo reconoce la ONU.
Está bien hacer vías, pavimentar y vender una imagen de progreso, pero Barranquilla necesita que vayamos más allá. Debemos construir una nueva barranquilleridad que nos haga mejores ciudadanos, que atienda las necesidades del ser humano. Entendamos que no sirve el cemento con hambre. No puede ser sostenible una ciudad con concreto por todos lados, pero con hambre de puertas para adentro. No podemos seguir sosteniendo una Barranquilla artificial donde todo se presume mientras el ser humano en su mayoría está cada vez más lejos de sus anhelos.
La solución a todo problema comienza con la aceptación. Ya es hora de que nos quitemos la máscara, que dejemos de ver como enemigos a quien se atreve a señalar lo que está pasando en Barranquilla y que dejemos de comer cuento por un poco de cemento acá y allá. Ya es hora de que dejemos de vivir en una ciudad de mentiras.