Solo tenía 10 años cuando Guillermo Gaviria fue asesinado a manos de la guerrilla de las Farc el 5 de mayo de 2003. Aunque era muy niño recuerdo con mucho dolor ese día, tal vez uno de los más sombríos en la historia reciente del país. A Guillermo lo conocí por televisión como el político que caminaba por las montañas de Antioquia llevando un mensaje de paz. Al lado del exministro Gilberto Echeverri Mejía, su escudero y consejero de paz, empezó una cruzada pedagógica para hablar de no violencia en momentos donde la confrontación armada tocaba el punto más alto de degradación y barbarie en muchos rincones del país. Guillermo era un hombre que confiaba en el diálogo como el camino más digno y humano para salir de la violencia. Fue precisamente en su cruzada por la no violencia y en su profunda convicción en la palabra que decidió continuar su marcha cuando los guerrilleros del frente 34 de las Farc le pidieron que retrocediera. Guillermo no era un hombre de dar marcha atrás en ese camino de la no violencia.
El asesinato de Guillermo Gaviria, Gilberto Echeverri Mejía y ocho militares en aquella sombría tarde del 5 de mayo representa uno de los peores crímenes que cometieron las Farc en Antioquia. Cegaron la voz de un hombre inspirador que ofreció su vida por la no violencia y encontró la muerte persiguiendo un ideal por el cual muchos seguimos luchando. A Guillermo le agradezco y le debo la visión que hoy tengo sobre el tema de la paz y que me ha llevado a comprometerme con la reconciliación y la vida en momentos donde el conflicto se recrudece en muchos territorios de Antioquia (especialmente en el Bajo Cauca y el Norte). Son días donde volvemos a escuchar de desplazamientos masivos, masacres, asesinatos selectivos y reacomodamiento de estructuras criminales que vieron en el desplazamiento y desarme de las Farc la oportunidad para copar territorios y seguir perpetuando el terrible ciclo de violencia y de economías ilícitas del que parece no fuéramos a salir.
Pero también son días donde se vuelve a marchar por la defensa de la vida, la reconciliación y la no violencia, donde el legado de Guillermo Gaviria sigue más vivo que nunca en su cruzada pedagógica por construir un país que reconozca en la dignidad de la vida y en la entereza de la palabra el don más preciado. Donde resistimos los violentos que quieren amedrentar la voluntad de reconciliación que palpita en el corazón de millones de colombianos. Ese es el legado de Guillermo que todavía pervive en Antioquia y que no es cuestión de un homenaje anual o un efeméride pasajero, es el camino de un pacifista convencido que vio en el ejercicio de la política la oportunidad para reconciliar a una sociedad profundamente dividida por la violencia. Aunque era muy joven cuando su muerte sacudió al país, estoy seguro de que su vida sigue retumbando en los corazones de quienes vemos en la valentía de su camino la inspiración para continuar apostándole a la paz, la vida y la reconciliación.