No se escoge dónde nacer. Nací en una las regiones más tradicionales de Antioquia, en Jericó, un pueblito a media hora de Salgar, la tierra de Álvaro Uribe y a otra media hora de Valparaíso, el pueblito donde nació Rafael Uribe. El suroeste es tal vez la región de Antioquia más uribista, conservadora y religiosa (por encima del oriente). En muchos comercios no es extraño ver la imagen de Uribe al lado del “Sagrado corazón”; el culto casi religioso a la personalidad del caudillo y la hegemonía del uribismo resultan intimidante. En Salgar estuve con la campaña de Colombia Humana repartiendo volantes hasta que una señora muy enojada atinó a gritarnos “Acaso, ¿ustedes no saben quién es el dueño de este pueblo?”. A veces, me siento muy avergonzado de ser antioqueño, no reniego de la herencia de mi abuelo, un pequeño recolector de café que con el hacha que le legaron sus ancestros tumbó monte y levantó una casa de tres generaciones, lo que me avergüenza es ese sometimiento servil a Uribe y sus secuaces.
Descalificar a Navarro por ser pastuso no me resulta extraño en un uribista promedio. Ellos están muy acostumbrados a la lógica de “el que dijo Uribe”, poco importa su procedencia o experiencia, si lo dice el caudillo así es y no hay lugar a refutación. Por ejemplo, Duque está más familiarizado con la historia de Estados Unidos que con la propia, poco conoce las regiones o las problemáticas de los municipios del país, apenas los está conociendo con esa copia de populismo comunitario que ha llamado “Construyendo país”. En Antioquia, muchos políticos ya se dan por elegidos solo por tener la bendición de Uribe. Ya se frotan las manos en señal de victoria y se empieza a volver habitual en los corrillos de mediodía escuchar que nadie le podrá ganar a Andrés Guerra a la gobernación o a Alfredito “junior” a la alcaldía de Medellín. Poco importa el programa, la trayectoria en los territorios o la experiencia, este es un departamento donde muchos se asumen como siervos de un señor feudal. Infortunadamente por su enorme peso económico y poblacional Antioquia termina imponiendo esa visión (en términos electorales) al resto del país.
Admiro profundamente a los pastusos por su coraje y dignidad. Su valentía para burlarse del poder y la alegría con la que viven sus tradiciones. Aunque hayan sido reducidos por esa arrogancia de los antioqueños a ser un “chiste” desgastado; hoy nos están dando una lección de dignidad porque no son un pueblo sometido por un caudillo o embelesados por un regionalismo estéril. Navarro es un ejemplo de entrega y compromiso, es uno de los personajes históricos de los últimos 30 años. No lo conozco ni he trabajado con él, pero su trayectoria habla de una persona con experiencia y con aciertos como gobernante. Más que pastuso es un colombiano comprometido y poco importa dónde haya nacido cuando siempre ha luchado por el país. En Antioquia sí que necesitamos más pastusos como él. Los pocos liderazgos paisas han crecido a la sombra del caudillo o de las estructuras clientelistas de los partidos tradicionales, los alternativos tienen poco margen de maniobra y el nivel de sometimiento es tal que al alcalde de Medellín (un uribista purasangre) le capturan a su secretario de seguridad por nexos con ilegales y eso ni siquiera afecta el “rating” de su popularidad. Sí, como antioqueño avergonzado digo que acá necesitamos más pastusos como Navarro.