En 2024 se reveló nuevamente el verdadero rostro de la globalización. En lugar de un mundo igualitario de libre competencia en el cual cada país aprovecharía sus ventajas para desarrollar sus potencialidades, lo que aseguraría una armonía universal, tal como lo pronosticara Fukuyama en su libro sobre el “Fin de la Historia”, lo que sobrevino fue una época de enormes desigualdades sociales, concentración de la riqueza en una plutocracia global de enormes grupos financieros, multinacionales todopoderosas, fondos de inversión más grandes que muchos Estados y capitales que se lucran en un nivel nunca antes visto de la usura y la especulación.
Los apóstoles de la globalización también pronosticaron la desaparición de las dinámicas nacionales, con la consecuente la obsolescencia del nacionalismo y con la generalización de los valores del capitalismo occidental y la democracia al estilo estadounidense o europeo. En este mundo globalizado, la internacionalización y homogenización de las mercancías crearía una especie de ciudadanos del mundo que aspirarían al éxito individual, para lo cual tendrían la posibilidad de progresar mediante emprendimientos. Los éxitos de los afortunados se irrigarían a toda la sociedad, con la menor intervención del Estado que fuera posible.
La realidad ha desmentido esta fantasía. En la fase decadente de la globalización, se ha visto cómo resurgen las dinámicas nacionales, e incluso las multinacionales han tenido que acudir a la protección de sus respectivos Estados cuando ven agudizarse las contradicciones, como sucede con Elon Musk, quien se refugia bajo las naguas de Donald Trump para competir con China.
China, pero también el mundo árabe, India, Turquía, Rusia, revalorizan las propias tradiciones económicas y culturales, explicitando que la naturaleza de la humanidad es la diversidad y que un futuro viable radica, no en el pensamiento único, con la cultura y los valores estadounidenses impuestos a los demás, sino en el reconocimiento de los aportes que distintas civilizaciones pueden hacer a la humanidad.
Incluso se ha visto que el capitalismo reviste distintas formas nacionales y que el creciente comercio no puede ser usado para imponer patrones culturales y políticos.
La globalización ni siquiera benefició a la sociedad estadounidense como un todo. Allí se beneficiaron apenas unos pocos, el uno por ciento del que habla el senador Bernie Sanders, magnates que multiplicaron sus fortunas a niveles nunca antes vistos en la historia humana, mientras la clase media a duras penas se mantiene a flote y la decadencia cultural es evidente en el aumento de la drogadicción, la cantidad de presos en las cárceles y la desindustrialización, como producto de haberles dado rienda suelta a las empresas para que buscaran obsesivamente por todo el mundo fuentes de mano de obra barata.
La disminución o eliminación del papel del Estado en la economía fue el mito que más pronto se desvaneció. Las ganancias del complejo militar industrial de Estados Unidos serían inexplicables sin los contratos del Pentágono, el que compra las armas para todas las guerras. No existe ningún ejemplo de algún país medianamente exitoso que no haya contado con la acción decisiva del Estado, ya sea en la protección de la industria o la agricultura, en el fomento exportador, la calificación de la mano de obra o el desarrollo tecnológico. El año 2025 será de fortalecimiento de los Estados y del nacionalismo de las más variadas tendencias.
El mundo feliz que prometieron los globalizadores se aseguraría por medio de los acuerdos multilaterales en el marco de la Organización Mundial del Comercio también fracasó
El mundo feliz que prometieron los globalizadores se aseguraría por medio de los acuerdos multilaterales en el marco de la Organización Mundial del Comercio o, en su defecto, por una red de tratados de libre comercio que avanzaría en aquellos aspectos liberalizadores en los cuales no se lograran acuerdos en la OMC. En este mundo feliz no dejaría de haber controversias, resueltas por tribunales imparciales que impartirían justicia económica asegurando la equidad. Todo esto bajo la tutela del Banco Mundial, BM y el Fondo Monetario Internacional, FMI. El fin de la historia, porque de ahí para arriba ¿qué podría seguir, sino el paraíso?
Esto también fracasó. Estados Unidos no pudo establecer tratados de libre comercio con la mayor parte de los países desarrollados. No los tiene con China, Brasil, India y Europa y solamente ostenta el trofeo de los 14 tratados que impuso a naciones débiles con gobiernos sumisos como los de Colombia y otros de América Latina y algunos países subdesarrollados. La OMC ha perdido toda capacidad de gobernar la economía mundial.
Para colmo de desgracias, a la arquitectura económica acordada en Bretton Woods le han surgido formidables competidores. Los cinco países emergentes más grandes han incorporado a 13 más en los BRICS y están creando toda una arquitectura financiera que incluye el Nuevo Banco de Desarrollo con reglas y capital que compiten con el BM y el FMI. Los BRICS han anunciado una progresiva desdolarización y un sistema de pagos que sería alterno al manejado por Estados Unidos y que no exige en las transacciones pasar por el dólar.
La pérdida de influencia de Estados Unidos, que se considera a sí mismo capaz de ejercer el liderazgo mundial, ha ido paralela a la decadencia de la globalización y explica la victoria de Trump, empecinado en restaurar el predominio de su país a escala global, esta vez acudiendo a la más grosera matonería.
Los esfuerzos estadounidenses por mantener a toda costa su hegemonía están llevando al mundo a una amenaza nunca vista desde que terminó la Segunda Guerra Mundial. La obsesión por incorporar a Ucrania a la OTAN, que pueden convertirse en una guerra nuclear, el apoyo a la expansión de Israel a costa del mundo árabe y musulmán y el desafío permanente a China para tratar de impedir su fortalecimiento, son tres de los ejemplos que ilustran cómo la globalización intentó infructuosamente consolidar el predominio estadounidense sobre el mundo y cómo, ante la incapacidad de lograrlo mediante medios económicos convencionales, se acude cada vez más a medios militares. El año 2025 no será un año de paz ni de estabilidad.
El 2024 mostró que los sueños de la globalización estaban muy lejos de la realidad o habían sido un completo engaño o ambos a la vez.
Del mismo autor: Trump:¿el ocaso del libre comercio?