Es evidente que de los puteros poca gente quiere hablar. Si se pone el tema sobre la mesa lo que sigue es silencio, justificación o ataques personales. Después de oír varios programas y asistir a entrevistas y foros en las últimas dos semanas concluyo que los puteros están hechos de un material novedoso: aquel mismo teflón conocido en nuestro país pero con un atributo adicional, la invisibilidad. Así que en este espacio de hoy voy a hacer un ejercicio pedagógico porque creo que además del teflón invisible de los puteros hay otro elemento que influye en la superficialidad con la que se trata la prostitución en Colombia. Desde las noticias que informan de puteros atrapados en USA o podcast que solo hablan desde la perspectiva de las prostitutas y su vulnerabilidad, y un alcalde que las arrima donde no estorben, hasta un gobierno proxeneta que regula el encargo esclavo puteril. Todas estas manifestaciones no son más que buenas intenciones derivadas de una perspectiva miope.
Me propongo en unos pocos párrafos resumir los tres enfoques y caminos-modelos- que en este momento en el mundo se están poniendo a prueba: el prohibicionista, el regulacionista y el abolicionista- para combatir el “fenómeno”, a sabiendas de que es la gran industria de la explotación sexual, a todas luces una de las industrias más poderosas y lucrativas en el mundo, al lado de la guerra (armas), el narcotráfico (drogas), la sexualización de mujeres y niñas (belleza y sus negocios), y farmacéuticas (medicamentos y vacunas). Sugiero que busquen el mapa de la prostitución en el mundo según la legislación vigente.
Empiezo por contar que la prostitución incluye dos actores y un producto: a los puteros, los clientes, quienes compran; a la industria sexual, digamos la dueña del almacén, la que vende; y las putas, y las nombro así para poner énfasis en el desprecio, el estigma que recae sobre ellas que son el producto, la cosa, lo que se intercambia. Así funciona en el 95 % de los negocios: dos pilares que lo sostienen y un producto que no se tiene. Se calcula que apenas un 5 % de las prostitutas, en los niveles más altos, son independientes y que de cada 100 personas que son traficadas, 8 van a ser explotadas sexualmente; y, de otro lado el 65 % de las mujeres en condición de prostitución tienen detrás una red que las comercia. Los datos acerca de la proporción de prostitutas voluntarias y a gusto con su actividad económica es variable porque los estudios, o provienen de la policía o de la academia y según países y enfoque, con sesgos importantes en su metodología, cifra que fluctúa entre el 10 % y el 90 %, rango tan amplio que nos deberían interpelar.
El dato más estable y mundial es que es una población altamente discriminada, estigmatizada, violentada, con consecuencias nefastas para su vida y salud —dos terceras partes de las mujeres en situación de prostitución, voluntaria o involuntaria, han sufrido estrés postraumático, farmacodependencia y/o alcoholismo, depresión y/o trastornos ansiosos— una expectativa de vida de 40 años y una mínima movilidad social.
Población discriminada, estigmatizada, violentada, con consecuencias nefastas para su vida y salud, una expectativa de vida de 40 años y una mínima movilidad social.
El modelo más viejo y ambiguo es el prohibicionista. Se penaliza la venta, no la compra. Las putas “invisibilizadas” pero útiles, como las brujas, que no existen, “pero que las hay las hay”. Estorban pero se mantienen a buen recaudo. Estados Unidos es un ejemplo típico. La prostitución está prohibida, se hacen redadas, detienen y multan a las prostitutas y al día siguiente son liberadas; deben seguir en la faena obviamente, los clientes no dan espera. Ellas son las que cargan con el peso moral social, con la marca; el legal, el peso de la legislación; y de paso, con el peso del putero (encima, literalmente, exigiendo toda clase de prácticas, documentada la violencia hasta el cansancio; y el peso del resto del sistema prostituyente. Más estigma y desprotección, más violencia estatal y cero posibilidad de erradicación.
El decreto de la Alcaldía en Medellín a propósito del escándalo de Gotham, aunque aspira a la sanción de los puteros también, es prohibicionista y “adecenta” barrios: se suspende por seis meses la demanda o solicitud de servicios sexuales en unas áreas específicas de la ciudad, y se recortan los horarios para bares. Recuerdo cuando a mis amigas no las dejaban ir a cine a ciertos teatros y en algunos horarios para que no se fueran a besar con sus novios. Creían ingenuamente que hasta las 5 p. m. sus hijas estaban a salvo. Seguramente el teatro se ponía más oscuro en la noche y aumentaba la “depravación”.
Otro modelo, el regulacionista, despenaliza la venta y por ende la compra del putero, según de donde venga la oferta, si es de trata sí es delito, con la ingenua premisa de que prostitución, explotación y trata son distintas; y que el demostrado vínculo entre abuso sexual infantil y posterior explotación sexual es trivial. La violación antes de los 16 años es un predictor significativo de prostitución en mujeres. El centro de este enfoque no es el putero. Son las mujeres en condición de prostitución. Si pusieran al putero en el centro la supervivencia de ellas se pondría en riesgo porque el modelo no piensa en cómo sacarlas de la explotación sino cómo ayudarlas dentro de la prostitución. No quiere mirar al putero porque, claro, debe mantener la clientela para sus protegidas.
Si bien tiene muy buenas intenciones, un país regulacionista como Alemania por ejemplo, ahora está cuestionando su propia postura porque está descubriendo cómo aumentó la industria del sexo (turismo sexual, trata, pornografía y tráfico), aumentó el comercio sexual infantil, se fortaleció el crimen organizado (trata, armas y drogas) y aumentó la violencia contra las mujeres en general. Regular la oferta, por más que protege a las prostitutas a corto plazo, propende por sus derechos, se puede dimensionar el negocio y el control de los abusos aparentemente se hace más fácilmente, no lo ha logrado.
El sexo pago, el putero y el negocio son intrínsecamente violentos porque deshumanizan y niegan los derechos subjetivos al sujeto de intercambio comercial, lo tiene que cosificar para poderlo vender. El Estado regulacionista, que intenta devolverle los derechos, humanizarlas para que “trabajen”, están fortaleciendo el engranaje. Al putero, la espina dorsal del negocio, y al sistema (proxenetismo, redes, bares, clubes, hoteles, bienes raíces y demás) porque les está entregando el producto limpio, garantizado y bien empacado.
La prostitución precariza, empobrece y desempodera a las putas
Un tema ligado al regulacionismo es el del libre albedrío y la autonomía. Sostiene que regularizar la prostitución fortalece a las mujeres y las empodera. Solo ve la cabeza del alacrán. No todo lo que es legítimo y legal es emancipador. Si esto fuera cierto la disminución en la precariedad en la vida de las prostitutas estaría demostrada en los países regulacionistas porque han tenido veinticinco años, casi una generación, para darle la vuelta a los indicadores. Y no lo han logrado. La prostitución precariza, empobrece y desempodera a las putas. Da rédito sexual y simbólico a los puteros (el placer sexual y el placer subjetivo, el del poder que les genera la sumisión, el sometimiento del Otro — la otra en este caso—, para allanar su dificultad intrínseca de intimar de verdad con una Igual). Y el rédito económico, altísimo, del resto del sistema explotador sexual.
Por último, el modelo abolicionista. Se penaliza la compra y se despenaliza la venta. ¿Contraintuitivo aparentemente, verdad? Considera que toda compra de sexo es violencia per se porque es deshumanizante. El objeto de la sanción es el putero, el proxeneta y en general todo el sistema de explotación sexual. Dedica una parte de los recursos a la persecución y penalización de los dos actores y otra parte muy importante a la protección de las mujeres en situación de prostitución, a su dignidad y verdadero empoderamiento. Su educación, empleo formal, rehabilitación e inclusión. También el Estado destina importantes recursos, hecho clave, muy importante: a la ejecución de programas permanentes de Educación en igualdad. Es la tendencia en los países europeos en la actualidad. Todavía Latinoamérica se queda rezagada, muy pocos datos y casi todos artesanales. Ahora se ha ajustado el enfoque y se llama Nuevo abolicionismo, reforzando las penas, aumentando la protección y afinando la educación. Ahora son puteros vergonzantes y las redes la tienen más difícil.
Si las sociedades no aprenden que las mujeres no somos cosas, que no estamos para ser usadas y explotadas, que somos seres humanos sujetas de derechos y que de nuestra dignidad, bienestar, libertad y plenitud también depende el bienestar de la humanidad y del planeta, no habrá policías, ni leyes ni regulaciones que cambien la raíz de esta esclavitud del siglo XXI y de siempre: el patriarcado.
Otra columna de esta autora: La putañería de Gotham