¿Realmente conocemos la historia? Para ser sinceros, no mucho. Los testimonios de cronistas, que pudieran estar o no tergiversados, son las únicas fuentes que tenemos como prueba. Ni siquiera en tiempos recientes tan aquejados de sobreinformación, es del todo confiable la narración de los hechos que suceden. Pero en medio de este laberinto de interrogantes se vuelve más farragoso cuando se refiere a las circunstancias que rodean la muerte violenta de un dignatario o de una relevante figura pública. Y siempre quedan dudas. ¿Quién ejecutó cada uno de los magnicidios que han pasado a la historia como casos misteriosos sin resolver?, ¿quién o qué estaba detrás de su muerte? Resulta una lástima que en aquellos tiempos no existiera CSI: Crime Scene Investigation; aunque como ya queda demostrado, las investigaciones a fondo no siempre interesan. Así sucedió con Juan Pablo I, el último pontífice asesinado, conocido como la sonrisa de Dios.
Para la iglesia católica, la figura del papa encarna al sucesor de aquel hombre a quien el propio Jesucristo llamó y consideró el primero de sus apóstoles: Simón Pedro. Incluso, el evangelio de Mateo relata de manera detallada que fue él quien le encargó esta función a su discípulo. Así, Pedro fue elegido como el primer monarca de la Iglesia y desde entonces hasta hoy, han sido 266 los pontífices que se han sentado en su cátedra. Pero hay antecedentes para afirmar que han sido pocos los que han muerto de manera plácida en su cama. Al menos, ocho han sido crucificados; dos, han sido degollados; cuatro, apaleados y apuñalados; uno, sumergido en aceite hirviendo; uno más, torturado hasta la muerte; otro, arrojado al mar con un ancla atada al cuello; cuatro, decapitados, diecisiete más, envenenados; siete, estrangulados; otro más, asfixiado con una almohada; y dos fulminados a martillazos en el cráneo.
Tendrían que pasar 220 años (el último asesinato data de 1769), para que se volviera a hablar de la conspiración para asesinar a un sumo pontífice. Con la llegada a la cúspide jerárquica de Albino Luciani, se cierra el capítulo de uno de los papados más cortos de la historia, así como también el último en ser italiano y dirigir la iglesia católica. En tan solo nueve horas de cónclave y con 110 votaciones en favor, Luciani fue elegido por el Colegio cardenalicio. De inmediato y tras el arribo de este hombre mucho más liberal que su antecesor, los departamentos de finanzas del Banco Vaticano comenzaron a quemar documentos para evitar una posible investigación. Para el arzobispo Paul Marcinkus, comúnmente llamado el banquero del papa, no le habría sido sencillo explicar los movimientos financieros realizados en nombre de Dios.
Durante el cónclave en el que fue elegido, el cardenal Luciani fue conducido a la camera lacrimatoria y luego de varios minutos, asintió afirmativamente sobre la aceptación de su cargo como nuevo monarca, llamándose a sí mismo Juan Pablo. Decidió llamarse así, por sus dos predecesores: Juan, por Juan XXIII, quien lo hizo Obispo en 1958; y Pablo, por ser Pablo VI quien lo nombró Patriarca de Venecia en 1969. Paradójicamente, el cardenal Pericle Felici, protodiácono encargado de preguntarle su nuevo nombre, y ya una vez sabido, dijo «Llámese entonces Juan Pablo I», cometiendo el gravísimo error al decir ‘primero’, cuando en dicho caso, nunca se nombra. Albino Luciani, quien se dio cuenta del fallo, contestó: «Sea mi nombre Juan Pablo I, ya que muy pronto el segundo vendrá». Lo que para entonces pareció una rocambolesca sentencia anticipada, prontamente sería un escándalo de gran magnitud.
En las reuniones anteriores al cónclave, el cardenal Giovanni Benelli había comentado ante los sorprendidos cardenales que el próximo papa se encontraría con una situación financiera de la iglesia «no solamente crítica, sino a punto de reventar». El cardenal camarlengo Jean Villot, que estaba cerca, oyó las advertencias y pidió silencio. No obstante, para dicho cónclave, se tenía la casi segura elección del cardenal de Florencia, Giusseppe Siri; pero para sorpresa de muchos, el cardenal Luciani fue el elegido para suceder a Pablo VI. Días después de su nombramiento, Juan Pablo I encontraría en su despacho una copia del informe de la Oficina Italiana de Control Bursátil, la UIC, sobre las oscuras operaciones del IOR (Instituto para las Obras de Religión). De seguro, alguien misteriosamente había decidido dejarle la primera pista sobre los turbios negocios que estaba llevando a cabo el Banco Vaticano.
El 12 de septiembre de 1978, en el diario L´Osservatore Politico se publicó un artículo del periodista Carmine Pecorelli en el que aparecía una lista de 121 masones vaticanos, entre los que se encontraban Jean Villot (el cardenal camarlengo y Secretario de Estado), Ugo Poletti (el cardenal Vicario de Roma) y Paul Marcinkus (el banquero del papa). La fuente de Mino Pecorelli era totalmente fiable, ya que él mismo había decidido contarlo todo tras su salida de la logia masónica Propaganda Due (P-2). Pero como si fuera poco, el periodista apareció seis meses después asesinado de un tiro en la mandíbula. La Propaganda Due (P-2) fue la misma logia de masones que estuvo detrás del asesinato del primer ministro italiano Aldo Moro, en mayo de ese mismo año.
En dicho informe que encontró el papa en su escritorio, se reveló que el ministerio de Finanzas italiano estaba preocupado por los abusos del comercio de moneda, así como la desestabilización de la lira frente a otras divisas en el extranjero. Entonces, Juan Pablo I pidió a los directivos la explicación sobre la penosa investigación a la Banca Ambrosiana por parte del Banco de Italia. El 17 de septiembre, Juan Pablo I y Giovanni Da Nicola, un espía de la Santa Alianza, se reunieron para este le explicara al Sumo Pontífice toda la trama que rodeaba al IOR, el Banco Ambrosiano y Propaganda Due. Dicho informe fue llamado IOR-Banca Vaticana. Situación y proceso. Para el día 23 del mismo mes, Juan Pablo I ya tenía en sus manos la totalidad de la investigación. La verdad estaba por salir a la luz, aunque el escándalo del Banco de Dios fuera visto con desidia por miles de fieles.
Aquel jueves 28 de septiembre comenzó temprano para Juan Pablo I: una oración en su capilla privada, desayuno ligero mientras escuchaba los informativos de la RAI y una primera toma de contacto con sus secretarios, el sacerdote irlandés John Magee y el italiano Diego de Lorenzi. Todo esto antes de las nueve de la mañana. A esa hora, comenzaron las audiencias. Sobre las dos, se retiró a almorzar con el cardenal camarlengo Jean Villot. A primera hora de la tarde, el papa se dedicó a revisar papeles y cartas personales. Después se volvió a reunir con Villot para despachar otros asuntos de la Santa Sede. A las ocho de la noche se retiró para rezar el rosario, tras lo cual se sirvió la cena a base de sopa, judías y un poco de queso fresco. Una hora más tarde se puso frente al televisor para ver los informativos de la noche. Pidió a Sor Vincenza que le llevara una bandeja con agua a la habitación, y a las nueve y media de la noche cerró las puertas de su dormitorio. Así terminó su día número 33 como pontífice. El último.
¿Quién encontró el cadáver? La versión oficial, es decir, la que proporcionó El Vaticano a los medios, sostiene que el primero en entrar al día siguiente en la habitación fue su secretario, el sacerdote John Magee. La extraoficial y la verdadera señala a la monja sor Vincenza Taffarrell. A las cinco y cuarenta, como cada mañana, Sor Vincenza tocó la puerta con los nudillos para despertar al sumo pontífice. Llamó insistentemente una y otra vez, pero no obtuvo respuesta. Al entrar, encontró la luz de la mesilla encendida y el cuerpo de Juan Pablo I inmóvil. Estaba muerto.
Sor Vincenza salió rápidamente del cuarto, poniendo en movimiento a la engrasada maquinaria vaticana, al avisar a Magee. Éste, llamó a Villot y al decano del Sacro Colegio Cardenalicio, Confalonieri. En el interior de la habitación, la confusión era total. El médico del papa, el doctor Renato Buzzonetti, concluyó que la muerte se produjo sobre las once y treinta de la noche por infarto agudo del miocardio. La comisión médica cardenalicia se mostró conforme. Luego de la muerte del papa, cinco días después, el cuerpo de Giovanni Da Nicola, el espía de la Santa Alianza que colaboró en esta investigación, también fue hallado sin vida. También, el cardenal diácono Pericle Felici, fue asesinado en 1982. Paradójicamente, su sucesor, Juan Pablo II, decidió ordenar el secreto pontificio para el dossier de la investigación. Hoy por hoy, el informe permanece en el Archivo Secreto Vaticano. Como otros tantos. Además, el nuevo papa ratificó a Villot como Secretario de Estado y a Marcinkus como presidente del Banco Vaticano.
¿Pero por qué se dijo que el papa sufría del corazón, cuando su médico de cabecera, el doctor Antonio Da Ros, rechazó tal hipótesis?, ¿por qué el termo de café caliente que cada mañana y a la misma hora le llevaba sor Vincenza al pontífice, y que estaba intacto cuando se descubrió el cadáver, desapareció poco después sin dejar rastro?, ¿por qué y quién ordenó la retirada de la vigilancia al papa Juan Pablo I la noche anterior?, ¿por qué se dijo que no se había realizado ninguna autopsia al cuerpo, cuando fueron tres?, ¿muerte natural o asesinato? Muchas preguntas, respuestas archivadas.