Empieza la carrera por los cinco cargos más apetecidos de la Unión Europea

Empieza la carrera por los cinco cargos más apetecidos de la Unión Europea

Tras las elecciones de mayo, la UE está en transición. Hay un choque entre las grandes formaciones políticas y los jefes de Estado. Quizás haya humo blanco este 30 de junio

Por: Francisco Henao
junio 28, 2019
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Empieza la carrera por los cinco cargos más apetecidos de la Unión Europea
Foto: European People's Party - CC BY 2.0

Después de las elecciones que eligieron el Parlamento Europeo en mayo 26, todos quieren ser presidentes de la Comisión, del Consejo, del Parlamento europeos, del Banco Central Europeo y Alto Comisionado para la Política Exterior. Son los 5 magníficos, no 7 como en el antiguo filme protagonizado por Yul Brynner, cinco cargos cruciales para sacar adelante el programa político de la UE en los próximos cinco años. La Eurozona es uno de los más ambiciosos proyectos políticos que hoy se construyen en el mundo, como el de la China empeñada en armar una Nueva Ruta de la Seda que le daría un protagonismo máximo en los venideros 50 años, o el de Rusia que busca hacer viable y próspero a la Unión Euroasiática y, desde luego Estados Unidos que es el eje central de la actual geopolítica. Latinoamérica que tendría muchas cosas por decir, sigue atollada en su mismidad irresoluta y paralizada por sus diferencias. Precisamente porque el proyecto de la eurozona tiene dimensiones ciclópeas, bien podría terminar no respondiendo a todas las expectativas esperadas. Construir requiere filigrana, talento, exigencia, esfuerzo continuo; destruir es derribar el trabajo de años en muy breve tiempo. Una de las grandes asignaturas pendientes del conjunto europeo es su gobernanza, que parece en entredicho. Esto se refleja en la disposición de los electores que señalan contrariados a sus dirigentes por la falta de respuestas prontas y eficaces a sus necesidades. Gobernar es resolver no agravar. Si se mira bien esa UE, parece que priman las disensiones entre los 28 países, amenazas de rompimientos, y no sólo por lo de Reino Unido, de una Europa a dos velocidades donde las variables del PIB marcan grandes diferencias, las asimetrías de las zonas geográficas entre el norte industrializado y el sur con altas tasas de desempleo. Más que problemas son desafíos para los distintos grupos políticos que se han instalado en Estrasburgo.

Los cinco magníficos podrían dar el tono que requiere la UE, fortalecer más que debilitar. Pasó el jueves 21 de junio, día para poner en marcha el proceso de renovación de altos cargos comunitarios. Salió humo negro del cónclave de los 28 jefes de Estado reunidos en el Consejo Europeo, ni se pudieron poner de acuerdo en la Agenda estratégica, el Marco financiero o la Estrategia de lucha contra el cambio climático y menos sobre la reforma del euro que hiberna desde hace varios años. El punto de partida es buscar al sucesor de Jean-Claude Juncker, actual presidente de la Comisión Europea. En 2014 también hubo encontronazos por este cargo, entre David Cameron, que no quería el nombramiento de Juncker. El británico le reprochaba: “¿A usted quién lo ha votado?” —esto no es algo irreal—. Después de muchos vaivenes Juncker ganó, y años después, abril de 2019, se vengó de Cameron al calificarlo de ser “uno de los grandes destructores de la era moderna” (por haber convocado el Brexit).

En el Parlamento Europeo, tras la elección, hay tres grandes familias políticas: Partido Popular Europeo (PPE) 180 diputados, Socialdemocracia (S&D) 146, los Liberales europeos (ALDE) 109. Entre estos tres, si logran acuerdos, hacen mayoría absoluta: 376 diputados (contando, por ahora, los de Reino Unido). Habría un cuarto grupo, Los Verdes con 69 diputados, entran para futuros pactos. Los cabezas de lista de estos partidos estaban nominados a presidente de la Comisión. El Spitzenkandidat (así le llaman, candidato principal) a suceder a Juncker era el alemán, Manfred Weber, 51 años, inició su campaña para ser presidente el 18 de noviembre pasado. Ha hablado con los 751 diputados exponiéndoles su plan de trabajo y contando con el respaldo de Alemania y la canciller Angela Merkel. Pero el jueves (21 junio) el presidente francés Emmanuel Macron lo rechazó. El castillo de Weber se derrumbó. Además de Weber, contaban el holandés Frans Timmermans, socialista, 58 años, actual vicepresidente primero de la Comisión Europea; la danesa Margrethe Vestager, liberal, 51 años, comisionada antimonopolio de la Unión Europea; y la alemana Ska Keller (‘Ska’ viene de su nombre alemán Franziska), verdes, 37 años, es desde 2009 eurodiputada.

¿Por qué pide Ska Keller la presidencia de la Comisión Europea para ella y su partido? Porque los Verdes son triunfadores de las elecciones, desplazaron al histórico SPD. Tan afortunado resultado ha llevado a los alemanes a soltar esta pregunta, ‘¿pronto habrá un/a Canciller verde?’ Parte del éxito verde se ha consolidado debido a su conexión con el votante. Merkel y los socialistas decrecen porque la gente los ve en su torre de marfil, incapaces de ver y comprender al otro. Ska habla de “hacer democracia”; su ausencia acentúa las crisis. El punto fuerte de Keller es la Europa social, donde se imbrican la crisis climática y la social, y la justicia climática y la justicia social. El objetivo es poner la crisis climático-ambiental en la agenda política europea. ¿Se debe aceptar que el cambio climático ya es un hecho cuantificable, medible y está a la vista de todos? ¿Si esto es irreversible, por qué Donald Trump lo niega; para más inri, vuelve sus ojos al carbón, cuando Alemania ha puesto como fecha límite, 2038, para acabar con el carbón que emite gases de efecto invernadero?

En la puja por la presidencia de la Comisión —tan apetitosa, ella— está Margrethe Vestager, una mujer con agallas, como la comisaria Judith Sargentini que en 2018 pidió sancionar al gobierno de Viktor Orban por el ‘riesgo de violación del Estado de Derecho’. Vestager ha impuesto grandes multas a empresas de Silicon Valley, como Amazon, Apple, Google, por abusos de posición dominante y evasión de impuestos corporativos. Esto es construir democracia, para que exista una mayor justicia social, encaminada a limar las enormes diferencias entre la abundancia de unos pocos y la precariedad de tantos. En una entrevista con Fox Business el miércoles (26 junio), antes de salir para Osaka a la reunión G-20 (28 y 29 junio), Donald Trump zahirió a Vestager por sus labores sancionatorias: “Ella odia a Estados Unidos tal vez más que cualquier persona que haya conocido”, dijo el magnate nacido en la Gran Manzana.

A pesar de la negativa del presidente francés, como ya lo dije, Weber aún aspira a presidir la Comisión. Weber piensa que se está tratando de romper las reglas de juego. Su punto de vista es legítimo. Él piensa que Macron y ALDE buscan construir una nueva mayoría con los países del Visegrado (Polonia, Hungría, República Checa y Eslovaquia) [Esto va contra natura porque es imposible que Macron se entienda con Orbán que defiende el iliberalismo], que sería improductiva. Weber defiende su aspiración basado en la mayor votación obtenida por PPE, si esto se desconoce “sería entrar en un período de gestión de crisis”, afirmó en una entrevista en El País (25 junio). Pero la postura del presidente Macron también es legítima: “Los líderes de los partidos europeos no tienen más legitimidad democrática que los jefes de Estado y de Gobierno de la UE”. La democracia legítima se afirma en la soberanía popular {no olvidar el dicho de Joseph Stalin, gana el que cuenta los votos, sin importar quién votó}. A Manfred Weber se le critica su falta de experiencia de gobierno.

Que sí la tiene Frans Timmermans, otro aspirante a suceder a Juncker, que apunta a otro de los miedos que agitan a la pos-Europa de la crisis de 2008: La identidad. Orban, Salvini, en sus discursos hablan del peligro de perder ‘las raíces cristianas’ frente a la llegada de extranjeros. Timmermans trae el concepto “depredadores políticos”, aquellos que aprovechan la crisis migratoria, o lo que sea, para poner las cosas de su lado. “Existe el temor de que este mundo cambiante actual está quitando esa identidad o es una amenaza a su identidad y creo que esto es una falsa contradicción. Creo que la diversidad que caracteriza a Europa es su fuerza, no su flaqueza”. Enfatiza otra verdad: “La ultraderecha crece porque la gente está harta del sector financiero”. La voracidad de los bancos es tal vez una de las mayores causas del malestar que agita a la eurozona. Se ha llevado millones en los rescates, todo por sus propios errores. Mientras que hay ‘chalecos amarillos’ que viven con 10.000 euros anuales.

Parte del juego democrático es creer en los políticos. Cuando esto se ha roto, se llega a los Estados fallidos. No es el caso de los Estados de la eurozona, aunque siempre tiene que haber líneas rojas. Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo, aún tiene credibilidad —en su propio país, Polonia, es cuestionado por el partido Ley y Justicia de Jaroslaw Kaczynski— y ha dicho palabras que escuecen: “El Consejo seguirá asumiendo el rol de designar al presidente de la Comisión”. No es un choque de trenes entre la Comisión y el Consejo. Es un hilo delgado de hasta dónde llegas tú y hasta dónde llego yo. Tusk no acepta “automatismos”, en la forma de designación. Quiere Tusk que en los altos puestos de la UE haya un equilibrio entre los diversos grupos políticos, que se sopesen los criterios geográficos y no se olvida de las cuestiones de género, quiere que al menos “dos mujeres” ocupen algunos puestos. Es esa teoría de juegos democráticos donde “no se impone el más fuerte sobre el débil, ni que el egoísmo prime sobre la solidaridad y las emociones nacionalistas domeñen al sentido común” dijo Tusk al llegar a la cumbre de Osaka. ¿Se refería a su propio país, o de verdad hay un interés globalizado, tan urgente y necesario dados los balances en rojo de las democracias actuales?

Alemania apuesta por avasallar. Quiere la presidencia de la Comisión y del Banco Central Europeo (BCE). El BCE, más que golosina es otra delicatessen de exquisito caviar del Mar Caspio, debe reemplazar a Mario Draghi, que ya termina su mandato. Alemania quiere a Jens Weidmann, actual presidente Banco Central de Alemania. Weidmann se opuso tenaz a Draghi a su plan de flexibilización cuantitativa (QE), comprar bonos y activos para reactivar el crecimiento económico de la zona euro. Entre 2015 y finales de 2018, BCE se gastó en QE $ 3 billones de dólares (¡tres billones!). La crisis europea ha sido descomunal y el llamado Estado de bienestar (tan fructífero después de la II Guerra Mundial), casi que se ha extinguido. Pero, atención, las Grandes Fortunas se han epulonizado (póngale la cifra que quiera). Ahora Weidmann ha rebajado sus pretensiones, a la vista del manjar. Draghi se gana hoy 400.000 euros netos más compensaciones al año. No es mucho si se compara con el rey de Wall Street, Jamie Dimon, CEO de JPMorgan-Chase, que se lleva al año $ 28,000,000.00 (veintiocho millones dólares), diariamente son $107.692 dólares. Y si JPMorgan quiebra (Dios no lo quiera) se debe indemnizar a Jamie.

Se buscan los sucesores de los 5 magníficos: Juncker, Tusk, Draghi, Antonio Tajani, presidente del Parlamento Europeo y Federica Mogherini, alta comisionada de Exteriores de la UE. El viernes (28 junio) en Osaka se han llevado encuentros informales entre los líderes europeos, incluida Theresa May, aún PM en funciones. El Consejo Europeo, intentará el próximo domingo (30 de junio), por segunda vez, proponer un candidato a la presidencia de la Comisión Europea, tras la imposibilidad de llegar a un acuerdo la semana pasada. Todas las posibilidades están abiertas. Ha llegado a sonar hasta el nombre de Angela Merkel, como futura jefa del Ejecutivo comunitario. Esto sería pura ficción: una Theresa May a cambio de prebendas por parte del Reino Unido hacia la Unión Europea. Sería el premio gordo.

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