Dejamos la ciudad cansados de tanto aguacero, casi felices de salir de la emparamada Bogotá. Y a la vez vamos pensando que si nos llueve en La Guajira nuestro plan de llegar hasta la Serranía de La Macuira se nos hará polvo, o mejor, barro. Un chubasco decente en ese desierto lo convierte en un pantano intransitable. Lo paradójico de esto es que allá todo el mundo espera ansioso una generosa visita de la lluvia. Con excepción de algunos pequeños aguaceros en el mes diciembre y septiembre, la región completa casi 15 meses de extenuante verano.
En el fondo, preferiríamos que lloviera. No importa que la Expedición tuviera que empezar a sufrir algunos contratiempos.