Cuando creíamos que ya era materia superada el que un gobierno osara ostensiblemente embrutecer a su pueblo para evitar que con un pensar elaborado pudiese sólidamente opinar, ser consciente de sus derechos, exigirlos y ser libre, voilà que de nuevo aparece en el horizonte la amenaza de búsqueda deliberada de ignorancia. Sin empacho, Bolsonaro, el nuevo Presidente del Brasil, entre sus tantas insubstanciales, pero peligrosas, máximas así lo proclama. Y no es el único dirigente que así actúa.
A veces se dice uno que insistir, hablar sobre discernimientos que parecen principios elementales (y que en efecto lo son), que reiterar sobre las adquisiciones y valores en los que la humanidad ha empleado su historia filosófica, su progreso ideológico, su anhelo de libertad, es perder el tiempo. Cree uno que se debe, más bien, considerar que ya estos conceptos sensatos están adquiridos porque ya hacen parte de lo cosechado, del legado civilizado. Y entonces, se presume que es mejor tarea dejarlos ahí quietos durmiendo el sueño de la sapiencia, y cambiar de tema para poder avanzar, para ganar terreno progresista en otros tantos temas que tenemos pendientes. Y vaya que se constata que es erróneo: nada está adquirido para siempre. La profundización, divulgación y pedagogía de lo logrado son esenciales, así como su reiteración.
No se quiere decir que las ideas sean inmutables, que no se deban criticar y enmendar. Ni se trata de eliminar la duda racional, inseparable de la libertad de pensamiento, y que se atreve a discutir las opiniones establecidas. Por el contrario, el espíritu crítico debe fomentarse para elaborar mejoras a lo conseguido; cuidando bien de no retroceder, prescindiendo de las falacias que so pretexto de avance configuran regresiones. Evitando sí aquella crítica de soterrados fines que busca en terca oposición impedir el accionar de un país entorpeciendo el ejercicio del poder legal y democrático.
¿En dónde está, entonces, el límite? Bien difícil es determinarlo. En todo caso se hace con los ojos bien despiertos, con la lucidez que produce el conocimiento, la educación y la lectura permanentes. Lo contrario de lo que está predicando e intentando el nuevo gobernante del Brasil que decidió reanudar con andanzas que creíamos ya superadas: la homofobia institucional, la desigualdad de género y la instauración de la ignorancia deliberada que permite confeccionar masas manejables, más manipulables.
La lucha por el mantenimiento de lo conquistado en duras y largas luchas como son la libertad de expresión, pensar y actuar; los derechos humanos y su corolario de igualdad; la valoración de la mujer; la libertad de cada individuo con sus derechos y deberes; la democracia; la separación de la religión y el Estado; el respeto y fomento de la ciencia y su método científico; el alejamiento creciente de la superstición y en general del pensamiento mágico; una lista que alegra saber que es larga.
Entonces, la reiteración y fortalecimiento de estos temas debe ser permanente, en modo alguno pueden considerarse como adquiridos para siempre y dejarlos yacer plácidamente en sueño estático. Se necesita combate asiduo, insistencia y actualización; de lo contrario desaparecen, son reemplazados por sus contrarios: las dictaduras, la pérdida de libertad, el aumento de la desigualdad, la justificación de la maldad, el dominio de la ignorancia. Y en ese río revuelto la ganancia es para pescadores oportunistas con ideas retrogradas. Bolsonaro, es sólo un ejemplo. ¿Acaso antes de Hitler no se habían escrito ya grandes tratados contra el racismo, la exterminación humana, el genocidio y contra la guerra misma?
Por ausencia de insistencia en la crítica (y en la acción) hemos visto prosperar e implementarse regímenes comunistas, dictaduras, explotaciones y arbitrariedades. El mundo está lleno de ejemplos. Veamos algunos de ellos, tristemente actuales.
Con sonrojo se recuerda aún el caso de la Kirchner en Argentina, en sus tiempos presidenciales, cuando atacó con desparpajo la distribución de aquellos libros que iban contra su demagógica y populista política: argumentó que la tinta de esos libros era peligrosa y contaminante, olvidó aclarar que era solamente aquella que transformaba en crítica su populismo anacrónico peronista que luego derivó en corrupción. Obstaculizó, entonces, y hasta prohibió títulos, reinventando el añejo index de la iglesia católica. Pensar que esta señora está regresando al poder, a pesar de los juicios que en curso obran en su contra por corrupción.
En la douce Francia la extrema derecha lepenista, de gran acogida política, niega el holocausto judío y sus hornos de exterminación masiva. Por fortuna, este negacionismo que pretende hacer olvidar o restar importancia histórica a la tragedia nazi es castigado por la ley gala con cárcel.
La bella Italia contemporánea, ahora dirigida por la extrema derecha populista, racista y xenófoba, intenta (y en parte logra) revivir el fascismo mussoliniano.
La gran Rusia en voz y dirigencia férrea de Putin revive el autoritarismo y actuar zarista.
Venezuela al mejor estilo cubano instaura un comunismo rancio que despoja de derechos a sus ciudadanos y los vuelve iguales en la miseria y la sumisión.
Mi colofón será entonces reiterativo: las ideas progresistas que hacen parte de nuestra galería de lo orgullosamente adquirido, así como otras que están por llegar, aun cuando su evocación parezca un lugar común, aunque la evidencia tienda a retenernos de empeño porque parezca que ya ha habido suficiente demostración, aun así se debe regresar en prédica y divulgación una y muchas veces para instar y reafirmar, y así evitar el olvido y la reincidencia en los errores vividos. No podemos permitirnos, y menos en nuestro vecindario, so pena de contaminación, que un gobierno afirme en nuestro siglo “los niños siempre vestidos de celeste y las niñas de rosado”, que la enseñanza de la Filosofía y Sociología son inútiles y por tanto sus cátedras deben disminuirse. No, este exabrupto brasileño no puede pasar, que en su lugar impere la premisa de la Ilustración: “Atrévete a saber”.