Elvia, la sinceana que nos enseñó biología

Elvia, la sinceana que nos enseñó biología

"Hoy, en medio de los jolgorios, debe sentirse plena y alegre como siempre lo ha sido". Homenaje a la maestra que ha acompañado a generaciones de bagreños

Por: Carmelo Antonio Rodríguez Payares
febrero 08, 2023
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Elvia, la sinceana que nos enseñó biología

No se ama lo que no se conoce

Aún hoy, cuando han transcurrido apenas veintitrés años de este siglo XXI, donde dicho sea de paso todo es posible, no me cuadra la imagen de ver a un grupo de niñas, de escasos 13 años de edad, revolotear de mesa en mesa en las cantinas ubicadas en plena zona de tolerancia del barrio Bijao, mientras al fondo bien se podía escuchar un tango y sus tragedias; una ranchera con los balazos al aire, o un vallenato que apenas era la muestra de una charanga campesina de las de Calixto Ochoa, y todo eso en un pueblo que apenas comenzaba a ser conocido en la región con el apelativo de El Bagre. Y ellas, con una poncherita de peltre, recogiendo monedas y billetes de diversas denominaciones, destinados a una campaña incierta, a través de la engañifa de ponerles unas insignias en las solapas de las camisas de los parroquianos que acababan de salir de la misa dominical de las 10 de la mañana. Eran dos cintas de colores que se convertían en un moñito unido por un alfiler que cobraba valor solo porque era puesto por las niñas. La revelación la conocí de la propia voz de quien hizo parte de aquel grupo de infantas y que hoy goza del privilegio que tienen los seres humanos cuando han cumplido con su deber: recibir una pensión por los sacrificios realizados.

Elvia Regina Galván Herazo llegó a El Bagre cuando apenas había cumplido sus primeros ocho años de edad, razón por la cual no guarda muchos recuerdos de su natal pueblo Sincé en el departamento de Sucre y más bien opta por declararse como una bagreña más que desde su más tierna edad soñó en convertirse en una maestra, dotes que demostrada cuando le “dictaba” clases a sus amiguitas, pero en un área que nunca pudo poner en práctica: educación física. Pero ahí estaba, en sus recorridos dominicales por los bares y cantinas que a esa hora estaban en pleno apogeo y era por eso que la hermana Margarita, la entonces directora de la Escuela de Niñas de Pueblo Nuevo, perteneciente a la comunidad de las hermanas de la Anunciación, las instruía para que hicieran esas actividades que en todo caso estaban dentro de las normas del buen comportamiento de las menores. Eran otros años, más inocentes, dirán algunos.

Una vez concluyó sus estudios en El Bagre, se vio en la necesidad de emigrar hacia el vecino municipio de Zaragoza en donde funcionaba el liceo de bachillerato y allí cursó el primer grado porque luego partió hacia la ciudad de Medellín para matricularse en el CEFA, de donde salió con el título de normalista superior y en menos de lo que canta un gallo fue nombrada como profesora del liceo de El Bagre, con un sueldo mensual de $900 pesos de la época. Eso fue el jueves 18 de febrero de 1971.

Recuerda que fue el señor José Palacio, un visitador de la Secretaría de Educación de Antioquia, el que le dio la buena nueva a su mamá Arinda, pero también se grabó lo que le dijo un señor Valderrama cuando en los pasillos de la entidad le entregó su nombramiento: ¿Y usted qué va a hacer por esos montes? Y ella, me imagino que le diría: pues a dictar clases de artística, estética, ciencias naturales y lo que pueda ayudar porque sabía que el famoso colegio de El Bagre apenas contaba con el primero y segundo bachillerato. Además de lo anterior, se tenían que acomodar en los salones de la parroquia y de vez eDoña Elvian cuando ir hasta el vecino Club Amistad para hacer de la gallera otra aula de clases. Estaba en la rectoría Mario Valencia, quien le había recibido el cargo al presbítero Francisco Javier Gómez Jiménez y actuaba como secretaria Teresita Ríos Bermeo, una ilustre ecuatoriana que luego contrajo matrimonio con el educador Fermín Mena.

Ante la necesidad de buscar un sitio en donde construir una sede que estuviera a la altura de la demanda, se iniciaron una serie de reuniones entre los líderes del momento, encabezados por el entonces concejal Horacio Zapata Muñoz y de otras personalidades como la señora Ana Celia Moore Motta, Cristo Rafael Navarro Hernández, Luis Eduardo Bonilla Mosquera, José Tomás Moore Motta y Germán Arango Cardona. Allá llegaron con la idea de buscarle una salida definitiva a la situación, o por lo menos encontrar una alternativa a los jóvenes ilusionados con avanzar en sus estudios y no tener que emigrar, ya que los padres de muchos de ellos carecían de las posibilidades económicas para financiar una estadía por fuera del pueblo.

Al final de la aquella primera reunión vieron que el único camino posible era crear, a como diera lugar, un establecimiento para acoger en el término de la distancia a los estudiantes que quisieran matricularse en el primero de bachillerato, a riesgo de que no le fuera aceptada en las instancias oficiales por carecer del permiso que para estos casos debía dar la Secretaría de Educación de Antioquia, pero corrieron el riesgo. Entonces alguien atinó a señalar que para semejante propósito lo ideal sería conformar una junta que se encargara de cada uno de los aspectos, porque la solución no daba más tiempo. Así fue como en la siguiente semana salió la noticia de que lo del bachillerato iba en serio porque ya se contaba con una Junta ProLiceo, cuya presidencia quedó en cabeza de la señora Ana Celia Moore Motta, que era quien manejaba muchas relaciones con los políticos de Medellín. La primera puerta que tocaron fue, en efecto, la de la Gobernación de Antioquia, cuyo cargo era ejercido por Octavio Arizmendi Posada, un yarumaleño de pura cepa, conservador y abogado, pero en primera instancia un educador de nacimiento, tanto que ocupó el cargo de ministro del ramo en los años de 1968 a 1970 cuando era presidente de la República el gran liberal y reformista, Carlos Lleras Restrepo.

Entre tanto se buscó el apoyo de la compañía minera quien tuvo que acceder a las “buenas” a entregar un lote en donde se pudieran construir los primeros salones, de acuerdo a los planos que le fueron asignados para su diseño al señor Alfredo Romero Rosado, más conocido como Guachafa y cuyo resultado es lo que hoy vemos en cercanías al barrio Cornaliza, en cuya construcción participaron padres de familia, alumnos y la comunidad en general ante las diversas convocatorias como “La marcha del ladrillo” y “El peso liceísta”, reseñado hace poco por el profesor José Antonio Cerpa Quiroz.

Con el paso del tiempo y ya adaptada a las necesidades de la comunidad estudiantil, de la noche a la mañana se vieron sorprendidos con la llegada de unas monjas mexicanas que llegaron en tropel para corregir el rumbo que había tomado la institución en los últimos años, que, al decir de muchos, ya estaba en los rieles de la izquierda y era necesario darle un timonazo para no correr mayores riesgos. No había ninguna duda que esta movida fue idea de los curas que estaban al frente de la parroquia Nuestra señora del Carmen. Entonces le dieron las asignaturas de biología, química, religión y comportamiento y salud para aplicar unas normas en donde los estudiantes no fueran “contestones”, que no andaran en malos pasos, cero libertinajes para hombres y mujeres en un pueblo lleno de tentaciones, y, sobre todo, que respetaran a sus profesores.

Y así creció la institución, tanto en su parte física que ya contaba con un mayor número de aulas, con laboratorios, un salón múltiple en donde se realizaban los lunes los famosos actos de izada de la bandera, una tienda escolar, baños para todos y una sala para los profesores. No había duda, la idea de los fundadores estaba bien respondida.

Antes de irnos a un descanso, paso a recordarles la lista de los primeros 33 estudiantes matriculados en el entonces Colegio Kennedy que funcionaba entre santos y vírgenes en la parroquia de Bijao: Marta Arango, Fernando Wiesner, Julio Corcho, Edwin Stuart, Wilfredo Martínez, Luis Carlos y José Esteban Rodríguez, Adela Ibargüen, Fernando Machado, Javier Echavarría, Rafaela y Carlos Salgar, Yadira y Matilde Navarro, Olga Quiroz, Marta Domínguez, Luis Valle, María de la Ossa, Mariela Benavides, Gilma Ríos, Reinaldo Páez, Javier Ibáñez, Jesús Aníbal Marín, Gloria Galván, Leda Mendoza, Luis Bello e Ismelia Lopera. De aquí salió la primera cosecha de bachilleres, que, según los datos oficiales, se produjo en 1977.

Para concluir y no por ser menos importante, como dicen los que saben, del personaje podemos señalar que hizo todo para permanecer actualizada en sus obligaciones académicas, pero nadie le podrá quitar el título de maestría en doña otorgado por la universidad de la vida. Hoy, en medio de los jolgorios, debe sentirse plena y alegre como siempre lo ha sido Doña Elvia Regina Galván Herazo, patrimonio de nuestra institución.

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