Gracias a la trifecta electoral, Trump será coronado como Rey gringo; pero, tras bambalinas, el real beneficiario de las apuestas republicanas será Musk, cuyo apellido se pronuncia “másk”. Aunque los berrinches de campaña pudieran sugerir lo contrario, no atestiguaremos ningún juego o cuento infantil.
En el ajedrez político, la presión pública y la inercia administrativa deberán ser soportadas por Trump, a quien intentarán darle Jaque Mate obligándolo a mover el paquidermo republicano 1 paso a la vez, para evitar que capture más fichas o ramas del poder. Entretanto, la ventaja estratégica la ostentará la Reina, que es sinónimo de velocidad, flexibilidad e influencia: como Musk.
Él representa al libertarismo económico. Ataca a la autonomía estatal, afianza la concentración de la propiedad privada y predetermina la alienación del libre albedrío ajeno, como consecuencia de las restricciones, los condicionamientos y los artificios, financieros o tecnológicos. Además, aunque crea tener sangre azul, note que en El País de las Maravillas se invistió con el emblema republicano: Rojo.
Ese color identificó al comunismo soviético, que se corrompió anulando las libertades individuales, empobreciendo a las mayorías y enriqueciendo a las minorías privilegiadas. En este caso, dando continuidad a las metáforas antedichas, lo relaciono con la Reina Roja: aquel personaje tirano que, en la historia de Alicia a través del Espejo, donde todo estaba al revés y las reglas eran arbitrarias, imponía una meritocracia irracional, caprichosa y cruel, pues sin esfuerzo eliminaba a quien le desafiara.
Los demás roles que desempeñará Musk en esta administración Trump coinciden con el Mago de Oz y la Bruja Malvada. El primero, pues actúa como estafador que utiliza trucos y presume ser todopoderoso, desde su castillo Esmeralda; la segunda, pues su talante es manipulador, opresivo e impío, y, además de su obsesión por tener el control de la sociedad, manipulando a los animales y las fuerzas del mal, como el salvaje mercado o los sesgos de X, trata a los huérfanos del estado de bienestar como chatarra sin cerebro, corazón ni valor.
Una de las consecuencias imprevistas de las protestas del 68 fue ese “prohibido prohibir” que terminó nutriendo la conquista neoliberal y el feudalismo corporativo. Ahora, como advirtió a Harvard un experto en evolucionismo y sociobiología, “El verdadero problema de la humanidad es que tenemos emociones paleolíticas, instituciones medievales y tecnología divina” (Edward Wilson, 2009).
El gen egoísta de los abanderados de la “Destrucción Creativa” (Capitalismo, Socialismo y Democracia, 1942), como Musk, ha provocado diversos genocidios socioeconómicos, y apocalipsis ecológicos, que condenan a la extinción a la especie perdedora, eliminando la reinversión restaurativa y redistributiva. Perjurando sofismas revolucionarios, que mimetizan a los oligopolios y sus conflictos de intereses, derrocaron la regulación e impusieron pautas esclavistas, abusos contra los clientes y prácticas anticompetitivas.
Y el mercado nunca se enderezó. Anticipando esa anomalía, Bastiat describió el caso de un travieso que rompía las ventanas de un establecimiento; un bando lamenta el hecho, pero trata de sacarle el lado positivo, argumentando que su restauración beneficiará a la cadena de valor del vidrio, por lo que ese vándalo se convertiría en un acelerador de emprendimientos.
Desde otra perspectiva, hizo que desviaran recursos que estaban destinados a satisfacer otras necesidades o preferencias, afectando de manera colateral a quienes trabajaban en diferentes sectores. Ahora, la sociología ofrece una interpretación complementaria: según la Teoría de las Ventanas Rotas, los comportamientos antisociales se diseminan donde se legitima la destrucción, o no hay reparación oportuna.
La cuota inicial de los tecnócratas, para captar reconocimientos o capitalizar recomendaciones, no es ser competente, sino ocultar sus miserias o aparentar solidaridad; los ejecutivos de Wall Street maquillan o usurpan valores, los héroes de Silicon Valley defraudan con prospectos o cifras irreales, y la mayoría de la población suma pasivos que multiplican al PIB global.
Además de patrocinar la corrupción, los superricos contaminaron la ciencia, acomodando evidencias para argumentar sus narrativas; fundaron marcas que muchos siguen de manera religiosa, y ahora Musk irrumpe en el poder público, a través del medio electoral y clientelista, para usar ese poder con fines autocráticos, y constituir un concordato Estado / Fin-Tech.
