El “King Kong” de Marbelle a Francia Márquez es un parangón racista. Es de conocimiento general que personajes con tintes neonazis, por lo regular en sus diálogos privados, tienen la mala costumbre de tildar a los negros con remoquetes de antropoides tales como gorila, mico, tití, chimpancé, orangután, etcétera. Si los racistas se instruyeran leyendo al menos 24 libros al año, quizás razonarían y harían un vuelco de 180° en sus torcidas mentalidades.
Para efecto reeducativos, aludamos de forma inicial a la sublime palabra elogio, la cual ha servido de bandera, punta de lanza y cabeza de proa para titular diversos libros que, con todo respeto, recomendamos leer a racistas y, por supuesto, también a gente normal. Veamos.
Uno de ellos es Elogio de la dificultad, de Estanislao Zuleta, filósofo, escritor y pedagogo medellinense. En esta obra se libra un cerrado combate contra el facilismo y la ignorancia, y valga aquí mencionar un libro de otro filósofo, el médico y sociólogo argentino José Ingenieros, denominado El hombre mediocre. El argumento principal de Zuleta es mostrar un panorama crítico sobre esa parte banal en cuanto a lo mental que todos llevamos en nuestros cerebelos en mayor o menor proporción, y que en algunos casos nos lleva a ser tercos esclavos de ideas equivocadas.
Otro libro es Elogio del riesgo, combinación de relato, autobiografía y ensayo de Anne Dufourmantelle, filósofa y psicoanalista gala, quien murió ahogada en 2017, cuando salvó a dos niños que se estaban hundiendo en aguas del Mar Mediterráneo frente a la playa Pampelonne, en la Costa Azul, cerca de Saint Tropez, Francia. Esta playa es territorio de la comuna Ramatuelle, de unos 2.000 habitantes, lugar en que se crio y vivió la escritora. El punto básico de la obra es hacer un juicio sobre de la idea de que vivimos en una cultura moderna que nos alienta a ser nosotros mismos, pero que a la vez nos hace sospechar de amenazas siendo que en muchos casos no hay tal.
Pasemos a Elogio de la lentitud, del periodista canadiense Carl Honoré, libro en el que se realiza una detracción sobre el culto a la inmediatez de cosas y sucesos, a la velocidad irracional en que nos trata de sumergir la sociedad de consumo, celeridad convertida en una de las diosas de la modernidad. Pregona la lentitud como elemento primordial de dicho movimiento a nivel mundial.
Elogio de la duda, de la filósofa barcelonesa Victoria Camps, es un ensayo donde la prevención ante múltiples posibilidades de actuar es siempre digna de considerar. Trae a cuento pensadores como Descartes y Montaigne, maestros en planteamientos relacionados a la incertidumbre frente a la realidad y verdad de las cosas, lo cual fundamenta la verdad base de la ciencia: nada está definido en lo absoluto.
El pensamiento escéptico es uno de los principios de nuestra libertad, y de ninguna manera podemos darnos el lujo de no pensar dos o más veces sobre la certeza de cuestiones importantes. Ya en el contexto educativo, la autora propugna porque los profesores enseñen con miras a formar mentes maduras y críticas mediante la lectura.
Sigamos con Elogio de la locura ―Stultitiae laus en latín: literalmente, Elogio de la estulticia o de la tontería―, del filósofo neerlandés Erasmo de Rotterdam, libro en que exalta la demencia con sátiras a la vez que ataca supersticiones y prácticas corruptas de la jerarquía católica de la época medieval. Asegura que los hombres, en cierto casos, pueden ser atrapados por ideas necias y de esto no se salva Marbelle, ni J Balvin, ni Maluma, ni Silvestre Dangond ni nadie. La estupidez y la estulticia a veces se presentan en conciertos como Tontín y Retontoide.
Cabe agregar el discurso del peruano Mario Vargas Llosa, Elogio de la lectura y la ficción, para agradecer el Premio Nobel ―en su lengua de origen, el sueco, es palabra aguda [nobél], y así la RAE recomienda pronunciarla en castizo, a pesar de que la pronunciación grave [nóbel] está muy extendida, incluso entre personas cultas―; también mencionemos a Elogio de la sombra, de Jorge Luis Borges, nombre del poema que cierra el libro homónimo.
Abrámonos paso escuchando música. “Mi color moreno no destiñe, pero perdona tu equivocación...”, dice Diomedes Díaz en Mi color moreno. “Si Dios fuera negro —mi compay— todo cambiaría / fuera nuestra raza —mi compay— la que mandaría...”, canta el boricua Roberto Angleró en su composición Si Dios fuera negro. Y ahora sí vamos a lo que vamos luego de este preámbulo literario-libresco. Reivindiquemos con un corto elogio el orgulloso pigmento que hace arte y parte de nuestra caucana-suareña candidata a la vicepresidencia.
El negro es una maravillosa coloración. Un elogio a la negrura debe incluir que es el telón de fondo del espacio sideral, lo cual se debe, en lo básico, a la expansión de nuestro Cosmos, fenómeno ocasionado por la energía oscura, la cual conformaría, según la más aceptada teoría astrofísica, el 68 % de la masa-energía total del mundo celeste.
Este color está presente en banderas como las de Jamaica, Trinidad y Tobago, Angola, Tanzania, Uganda, Botsuana, Kenia, Libia, Egipto, Malawi, Mozambique, Palestina, Emiratos Árabes Unidos, Irak, Jordania, Siria, Yemen, Alemania, Bélgica, Estonia y Papúa Nueva Guinea. Entre las piedras preciosas, el colorido azabache se encuentra en algunos diamantes, zafiros, ónices, corales, hematitas, jaspes, etcétera.
Quizás se haya escrito ―o se podría redactar―, un libro llamado Elogio de la negrura. Su autor, si nos atenemos a criterios etnometodológicos, pudo ser Nelson Mandela, Angela Davis, Pelé, Usain Bolt, etcétera. O, por la misma causa, aquí en Colombia Catherine Ibargüen, Bernardo Redín, Freddy Rincón, Édgar Rentería, el “Tino” Asprilla o el quemado “Polo Polo”. Valga aclarar que lo de quemado lo digo en términos electorales, no racistas. O la propia Francia, que también podría escribir Elogio de la sabrosura. Y vamos palante, que palante es payá.