A todos nos ha pasado que por estar trabajando en la oficina o salir a hacer una vuelta al centro, incluso por salir rápido a la fiesta, se nos embolata el almuerzo o la comida. En Bogotá, donde la mayoría de los restaurantes “chics” son venenosamente costosos, salir a comer, es una excentricidad. Por esta razón, mi columna va dedicada a todos aquellos que por buscarse una entrada económica, se paran todos los días y muchas veces hasta la madrugada a ofrecernos a los bogotanos una alternativa de “picar” o comer algo para “engañar el hambre”.
Un elogio al mecato
Un coche, un carrito de mercado o en los casos más “pro” una bicicleta con parrilla, son medios utilizados por estas personas para armar su negocio ambulante. Nosotros ya nos acostumbramos a ver en cada esquina un montón de paquetes de papas, chicharrones, chicles, dulces, cigarrillos y hasta cuatro celulares colgando de cadenas bajo un parasol generalmente colorido y llamativo. Pero esto, es un arte. No sólo la manera como lo arman, sino los anuncios que muchos tienen como “minuto a 400” o elogios a la virgen o a cristo, quienes según ellos son los que les dan las fuerzas todos los días de levantarse y llegar a su esquina, la que nadie más les puede quitar. Ahí se encuentran todo tipo de “mecato” como se dice comúnmente y nosotros que en eso si somos unos maestros, los tenemos todos! Hay desde papas fritas de todos los sabores, pasando por chicharrones, rosquitas, ponqué gala, choco-ramo hasta los productos un poco más sanos como galletas de avena con miel o queso pera. También hay bebidas, de todo tipo, agua con o sin gas, gaseosas, jugos y hasta tinto para el que tiene tiempo de hacer la “sobre mesa” en cualquier calle bogotana. Los precios varían según la zona y de acuerdo con eso le cobran lo que vaya a consumir. Estos carritos, generalmente esquineros, nos sacan de apuros y desde mi punto de vista, hacen ver colorida a la ciudad.
Uno de mis antojos más preciados: el mango biche con sal, limón y pimienta y preferiblemente en bolsa. No sé si a alguno de los que lee hoy esta columna le pasa lo que a mí… No importa si estoy llena, voy a un almuerzo, acabo de desayunar o tengo afán, visualizar desde lejos una carretilla de madera, llena de mangos maduros y biches, me roba la mirada y por supuesto me hace parar y pedir mi manjar. El arte de estas personas al pelar un mango de más o menos 200 gramos en menos de un minuto, me deja atónita. Tienen una habilidad adquirida por los años y por ser cada vez más profesionales en el tema, cortan el limón con el mismo cuchillo sobre sus manos y tienen la rapidez de despachar más de 3 clientes en 8 minutos. Todo está a la mano, más sal o pimienta, servilletas y palillos que tienen varios usos, para coger el trozo de mango con más facilidad o para… bueno ya saben para qué más. Los precios varían según el tamaño del mango, pero oscilan entre los 2 mil y 4 mil pesos. Es un placer auténtico andar por la calle, encontrarse con un “snack” muy sano y que viene de nuestra tierra, de nuestra raíz y que vale un poco más que un pasaje de transmilenio. Lo puede llevar en vaso y bolsa o solo el bolsa, yo prefiero esta última…porque entre mis confesiones gastronómica está que tomarme el jugo al terminar mi mango, es como cerrar con broche de oro.
El chontaduro…maduro
Directamente desde el valle del cauca, llega a la capital colombiana el famosísimo chontaduro. Los racimos cuelgan del medio de transporte, que vendedores ambulantes se han inventado para su venta. La gente los pide con sal y limón o con miel y generalmente vienen en bolsa de papel que deja evidente la cantidad de grasa que tienen estos frutos. Los carritos de chontaduro son cada vez más populares y aunque produce mucha sed comerse un par, los bogotanos (nacidos o no, como leí en un artículo esta semana), no dejamos pasar deleitarnos con lo que viene siendo un desvare para el hambre o un antojo cumplido.
La oblea con arequipe
Uno de los postres más tradicionales de nuestra capital, se une a la causa de mantener bien alimentado y contento al bogotano! Las obleas clásicas son con arequipe, pero hay quienes se atreven a echarle salsa de mora y hasta queso… Incluso, para los más osados, les cuento que cerca de mi casa en la carrera 8va con calle 64, hay un local de obleas cuadradas a las que les puede añadir salsa de kiwi, uchuva, mora, fresa y hasta las reconocidas “pepitas de colores”. La oblea es, sin duda una de las alternativas más fáciles para aquellos a los que les queda “faltando el dulce”.
El salpicón
En vaso pequeño, mediano o grande le sirven su salpicón, con fruta bien picada en un jugo proveniente de la misma. Generalmente el salipicón tiene mango, papaya, patilla, manzana y hasta granadilla…pero como su nombre lo indica, y siendo que estamos hablando de Bogotá, ciudad de sorpresas por excelencia, se puede encontrar con un salpicón al que le echen coco rallado o zanahoria por aquello de la salud. Yo amo el salpicón, pero tal cual, como viene y como lo recuerdo desde siempre. Pero como en el caso de las obleas, hay quienes le agregan yogourt, salsa de mora y queso rallado. Después de semejante “picada”, puede que el almuerzo o la comida, se vea embolatada. El recipiente en el que transportan y exponen el salpicón, debe tener la capacidad de almacenar más de 20 litros (será que exagero?) Mi favorito: calle 90 con 18, en una esquina y su dueño y fundador se llama Pierre.
Las Pizzerías de la 11
En la carrera 11 con calle 72, es decir justo en frente a la universidad Pedagógica, hay una fila de pizzerías callejeras que se tomaron casi por completo la cuadra. Con pendones llamativos ofrecen pizza de todos los sabores, unos que pueden resultar extravagantes pero que de seguro son los más exitosos, como “la mexicana” que trae carne molida, guacamole, tricitos y por supuesto queso y según lo que observé, es la más pedida! Ustedes pensarán que todas ofrecen lo mismo, como en la caracas con 54 que hay 7 veterinarias seguidas, pero no. Hay una, que se lleva mis aplausos porque además de que tiene butacos para sus clientes, les ofrece la posibilidad de ver televisión. Si, en plena calle, en esa donde transitan millones de personas al día. Creo que la experiencia de sentarse en la 11 con polución, pitos, trancones, una pizza, un butaco y un televisor, puede resultar tan extemporánea que la documentaría (instagram, Facebook, twitter).
Ahora hay muchos, de hecho escribiendo esta nota y documentando los ojos, ví más de 9 en una caminata de 2 horas, pero los papás de todos son este par de personajes que ya hace unos meses se tomaron un pedacito de la calle 85 para poner su puesto de huevos revueltos, arepa y jugo. Mi mamá fue una de sus primeros clientes y es fan. Verlos trabajar es un auténtico placer, estos tipos sacan un boleo de cualquier restaurante en bombas, sin quejarse, sin cortarse y sin llorar. Además de que son rápidos, el producto es delicioso. Grasoso, calientito, perfecto para una mañana de jueves en la que le cogió la noche por la trasnochada y no alcanzó a desayunar.
El perro con huevo de codorniz
Perro caliente de mil, dos mil o tres mil si lo quiere con salchicha americana, es otra alternativa, sobretodo para los que les gusta la fiesta o salen tarde de trabajar. Estos carritos ambulantes se toman las esquinas y venden como locos. Las adiciones son cebolla, papitas, queso, piña y hasta huevo de codorniz y no se preocupe que acá no le llega la cuenta con el precio de cada adición, el dueño del “chuzo” es generoso y con gentileza le echa lo que más le guste a usted. Yo, por ejemplo, soy una cliente cara, porque me gusta con todo y de salchicha americana. Y a usted,¿como le gusta el perro?
Las empanaditas de la 13
En la carrera 13 con calle 58 se para una señora, que cuando la conocí estaba a dos horas de dar a luz con un hornito que anuncia “Empanas a $100 – 11 por $1000 MASATO”, así tal cual. Son adictivas, chiquitas, crocantes, perfectas! Hay ají, el clásico y por supuesto el de maní. La señora, echa en la bolsa las 11 por $1000 y le da ñapa. El día que las conocí, almorcé con una bolsita y una pony malta. Esos son los pequeños placeres que me doy y no me avergüenzan.
Por esto y por más AMO Bogotá y lo digo y lo repito y no me canso! Salir y prácticamente hacer mercado en un trancón, donde encuentra ciruelas, mandarinas, mangostinos, chitos, maní y hasta agujas de coser! La capital por excelencia del rebusque (del bueno), la creatividad de los que no tienen un local en la zona G, ni la posibilidad de estudiar en el Cordon Bleu. Les aplaudo y les hago venia, por su destreza para no dejarse apagar por los grandes, porque, al menos para mí, ustedes son la luz de las calles de mi ciudad, de mi Bogotá.