"¿Nos veremos dentro de 10.000 muertos?" preguntó Alfonso Cano a mediados de 1992 cuando se rompieron las negociaciones de paz de Tlaxcala (México). Primera experiencia del Eln en una mesa de negociación y el segundo intento de las Farc tras el fracaso de proceso de La Uribe. Por eso años el Eln, las Farc y un reducto del Epl negociaban con el gobierno como Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar. El levantamiento de la mesa estuvo antecedido por un episodio dramático, el secuestro del exministro Argelino Durán Quintero por parte del Epl y su posterior muerte en cautiverio a raíz de un infarto. Tras ese lamentable hecho Gaviria levantó la mesa sin obviar que en la pregunta de Cano palpitaba el temor de la degradación y barbarie a la que llegaría el conflicto en los años siguientes, entre 1995 y 2005, la década más violenta en la historia reciente del país, millones de colombianos fueron víctimas de desplazamiento forzado, se perpetraron las más terrible masacres, el secuestro se convirtió en un temor cotidiano en las ciudades y la confrontación armada vivió su momento de mayor intensidad frente a una generación que creció en medio de la guerra.
Tras el levantamiento de la mesa de La Habana se hunde el quinto intento para concretar un acuerdo de paz con los “elenos”. La gran paradoja histórica de este momento es que nunca antes se había avanzado tanto en una mesa de negociación con esa guerrilla: se suscribió un acuerdo general de seis puntos (tras dos años de fase exploratoria); se decretó el primer cese al fuego bilateral en medio siglo y se avanzó la construcción metodológica del primer punto de la agenda (participación de la sociedad civil). Avances positivos que hoy se estrellan con el terrible fracaso de un proceso que en los últimos meses agonizaba ante la indiferencia de la gran mayoría de colombianos; la actitud hostil y retadora de un desconocido que llegó a la presidencia cabalgando sobre una polarización atizada por su partido desde un plebiscito ganado a base de mentiras; y, la precaria altura política del Eln en el momento histórico donde el cierre del conflicto armado se avizoraba como una realidad cercana. Ahora, quienes creemos que la salida más humana y digna al conflicto es la vía negociada nos preguntamos, ¿cuánta sangre será derramada antes de llegar a un sexto intento?
En los territorios donde el Eln tiene presencia histórica, es decir, 115 municipios en 14 departamentos (según la Fundación Paz y Reconciliación) esa pregunta ronda en miles de familias que sí padecen los rigores de la guerra y la condena de integrar ciclos de economías criminales. Por eso, muchos líderes de esos territorios se han pronunciado pidiéndole a Duque que piense con cabeza fría, al Eln que asuma su compromiso con la historia y a los colombianos que no los dejemos solos en esa búsqueda de la paz. En muchos de estos territorios el cese bilateral sí reportó los meses de mayor tranquilidad en décadas, la naturaleza en algo pudo respirar tras el constante daño al ecosistema ocasionado por la voladura de oleoductos y muchos nos ilusionamos al pensar que no sería algo temporal. Desde el plebiscito, para bien o para mal, los colombianos tenemos la responsabilidad ética de pensar en esos territorios y sus comunidades. Reprochando el despreciable acto de terrorismo perpetrado en Bogotá espero que el respeto por la vida pueda conducir nuevamente a la senda del diálogo. De ser así, debemos rodear esa mesa como sociedad civil, fomentar espacios de participación y no ser indiferentes al anhelo de construir la paz. ¿Cuándo nos volveremos a ver?