Otro muerto más. Otro niño muerto porque sí. Porque matar es fácil en este país llamado Colombia. Dilan Cruz asesinado. Las fotos lo muestran sonriendo, contento, seguro de sí mismo. “Con toda la vida por delante”, como se decía en mi juventud. Dilan en unas escaleras, Dilan mirando a la cámara, bien peluqueado, bien arreglado. El bachiller que no pudo recibir el diploma. El muchacho que salió a marchar por el derecho a poder estudiar cayó en las calles de su ciudad. Dilan.
El jovencito con nombre del cantante norteamericano que se ganó el Premio Nobel de literatura por la poesía encontrada en cada letra de sus canciones: Bob Dylan. Dilan Cruz asesinado y yo, para citar a una cantante chilena, yo “maldigo del alto cielo”. Maldito gobierno. Malditos fusiles. Malditos todos los responsables por esta horrible violación a la vida: el asesinato de un niño.
Hoy y mañana y todos los días que siguen honremos la truncada vida de Dilan exigiendo que ¡ya no más!, que todos salgamos a las calles estemos donde estemos y que nuestras voces solas y acompañadas demanden justicia. Otro niño asesinado en este país de cientos de miles de asesinados porque sí.
Ay, Dilan. Naciste dos años después del comienzo de este siglo XXI. Ni 20 años alcanzaste a cumplir. Yo, escribiendo esto, solamente me quiero concentrar en esos ojos tuyos llenos de esperanza, en tu boca, en tus dientes. Te quiero imaginar vivo, yendo al colegio, pensando en tus amigos, en la comida que te gusta, en las fiestas de fin de semana en tu barrio humilde. Nada sé de ti aparte de que te asesinaron y que tenías un nombre inglés en un país no inglés. Dilan. No Dilan como mi amado Bobby. Pero a lo mejor te pusieron así por él…como no sé nada de ti, de tu vida, todo me lo puedo inventar. ¿Por qué no pensarte tocando la guitarra, bailando, cantando con una hermosa voz? Tú ya muerto y yo con estas palabras te quiero resucitar alegre, corriendo a coger el TransMilenio. Vivo te quiero, Dilan, bien vivo. Vivo para llegar a viejo. Vivo para morirte cuando tu cuerpo no de ya más. Vivo para seguir gritando consignas y después de la marcha contándole a tus amigos todo lo que viste: el Esmad echando gases lacrimógenos y tú corriendo veloz. Y después la comida y los videojuegos y contestando textos: “¿Fuiste a la marcha? Yo no te vi…”. La vida cotidiana de un joven de 18 años. Tu vida que ya no es vida.
Maldigo del alto cielo. A todos maldigo. Con una tristeza que me impide pararme. Tu muerte sin sentido.
Poco a poco logro levantarme para buscar mis discos viejos y honrarte poniendo una canción de Dilan, tu tocayo. El que cantó sobre los amos de la guerra. Esos. Los que siempre han matado a niños como tú y nadie los castiga. Esos malditos.
Las palabras de Dilan, rayadas por las décadas de uso continuo, llenan el silencio de esta casa que está de luto por ti, por ese país que con toda su tragedia y esperanza parece como si yo, viviendo tan lejos de él por la gran parte de mi vida lo tuviera tatuado en todo mi cuerpo.
Vengan ustedes amos de la guerra
Ustedes los que fabrican las armas
Ustedes los que fabrican los aviones de la muerte
Ustedes los que fabrican las bombas mortíferas
Ustedes los que se esconden detrás de muros y de escritorios
Yo solamente les quiero dejar saber
Que puedo ver a través de sus máscaras
Ustedes que lo único que han hecho
Es construir para destruir
Ay, querido Dilan, asesinado en el país que te vio nacer. El país que nunca te protegió. Asesinado porque pediste con una sonrisa en esa cara tan diáfana, tan amable, el derecho a tener educación.
Y no voy a decir jamás que descanses en paz. Porque nadie que es asesinado puede descansar en paz. La violencia de tu muerte seguirá dando gritos por cada casa y cada calle de nuestro triste país. Y tus gritos de desesperación por haber sido masacrado cubrirán cada una de nuestras almas.
Hoy, escribiendo estas palabras para ti, miro al cielo gris y frío, como el de tu ciudad. Pero aquí no hay montañas por ninguna parte. No hay un cerro de Montserrate tocando las blancas nubes. Allí, a la entrada, te imagino yo subiéndote al funicular en algún domingo soleado con un grupo de muchachitos bullosos tomándose “selfies” al pie del altar dedicado al Señor Caído. Tú eres ahora el niño caído, Dilan. Otro altar. Otras velas…
Aquí, tan lejos de esas calles donde te mataron, solamente veo estos tristes árboles sin hojas. Y mirando este cielo de entierro, rodeada de esta muerte invernal, escribo cada una de estas palabras maldiciendo tu muerte. La maldigo desde el alto cielo de tu cortísima existencia, de cada año que no te permitieron vivir. Malditos.