En 1992 la vida de lujos, clubes y la alta sociedad dejó de existir para Patricia de Camargo, la mujer a la que la vida siempre le había sonreído. En ese momento vio como un castigo que su esposo, Germán Camargo, un pensionado de Ecopetrol, quisiera dejar Barrancabermeja para hacer una vida más tranquila en Los Santos, un municipio de 11.200 habitantes a 62 kilómetros de Bucaramanga.
Con el castigo llegaron las noches de insomnio. La mujer con hijos que ya no dependían de ella, sin sus amigas del club y sin tener con quién compartir su pasatiempo de coleccionar joyas de los tres oros, no entendía qué iba a hacer en un pequeño pueblo donde no conocía a nadie; la idea de volver a empezar la atemorizaba, por lo que conciliar el sueño era cada vez más difícil. Pero se topó con un programa radial que de madrugada le contaba a los insomnes cómo se cultiva el campo. Desde ahí el mundo de esta mujer, de raíces antioqueñas y tolimenses, cambió de manera drástica: dejó atrás el universo de lujos y se adentró en el mundo del agro colombiano.
De manera autodidacta, con los contenidos del programa radial de las 3:00 de la mañana, se interesó por las investigaciones de cultivos y todas las técnicas que se podían implementar para potencializar el uso del suelo. Al llegar a su nuevo hogar, inició su travesía para ver de qué manera podía ayudar a la población y encontró en las mujeres su grupo objetivo. “Elegí trabajar con mujeres porque, estudiando los documentos de la FAO, dicen que cuando la mujer logra ingresos en cabeza de ella, esos ingresos se traducen en alimentación y educación, y necesariamente se mejora la condición de la familia”, afirma Patricia, quien en el pasado, paradójicamente, abandonó su carrera de geología porque tenía que hacer trabajo de campo.
Para romper barreras y ganarse la confianza de sus “chicas” -como las llama en un tono de madre orgullosa-, empezó a enseñar manualidades en el parque del pueblo y así generó un espacio para poder escucharlas, conocer sus cuitas y expectativas frente a la vida. Les propuso, entonces, una alternativa agrícola diferente, ya que la mano de obra en el campo o el jornal era tema exclusivo de los hombres y solo se veían plantaciones de tabaco en la región, así que las invitó a cultivar sábila. Sin embargo, este primer intento fue un fracaso, la tierra no respondió.
Sin dejarse amilanar por la negativa de la madre tierra, investigó sobre una planta llamada Nopal, un símbolo mexicano que se da muy bien en tierras desérticas y tiene un valor nutricional enorme, además de usos muy amplios que van desde la elaboración de jabón, hasta generación de energía. Estuvo dos años detrás de la semilla de esta planta de la familia de los cactus, y un día, como por arte de magia, llegaron a su puerta unas mujeres de Boyacá en búsqueda de la semilla de sábila, la misma que Patricia tenía guardada porque en su terreno no pudo hacerla crecer. Las visitantes pensaron que tal vez en un clima más frío como el de Boyacá la tierra le podía decir que sí. Entonces, siguiendo una de las tradiciones más antiguas, realizaron un trueque que sería fundamental para su proyecto: ellas llevaron el nopal y Patricia les regaló semillas de sábila de la mejor calidad.
Para ese entonces, vio necesario pasar por la academia para dar ejemplo a sus chicas y así legitimar todos los conocimientos que había ganado con la práctica, el ensayo y error y la entrega diaria. En el 2006 se graduó como Profesional de Manejo Agroecológico y Poscosechal de la Universidad Nacional Abierta y a Distancia, -UNAD-, puso a disposición de la institución su Fundación Guayacanal, para hacer trabajos de campo, por lo que de alumna destacada pasó a ser tutora de prácticas de la UNAD.
A Patricia se le quiebra la voz al contar que quisiera hacer más por este trabajo que impacta aproximadamente a 15 familias, pues ha recibido poco apoyo del gobierno, salvo el alcalde de turno. Siempre ha existido un halo de reserva de los dirigentes políticos frente a la fundación; como un día alguien le dijo: “Patricia usted no entiende, acá no la quieren porque le enseñó a pensar a las mujeres”.
A pesar del machismo y la burocracia que ha tenido que enfrentar todo este tiempo, ella sigue soñando en grande. Hoy ronda por su cabeza un ambicioso proyecto: “La meta que tengo es completar unas diez hectáreas de nopal que nos permitan montar una planta productora de energía, donde se pueda producir gas o electricidad y convertir esta zona en un foco de desarrollo”
Este proyecto que cumplió 23 años le ha devuelto a las campesinas de Los Santos su autoestima: hoy son empoderadas y proveedoras de sus familias. A través de cadenas de comercio justo comercializan mermeladas, jabones, pasteles, arepas y un sin fin de productos que les permite capacitarse y a la vez llevan ingresos a sus hogares. Ellas ven en Patricia a una mamá protectora e incondicional. “En ella encontré lo que mis padres no me dieron: apoyo económico, moral, espiritual, eso representa ella para mí”, dice Florinda Mendoza, una de las mujeres que hace parte de la Fundación Guayacanal.