Las cofradías o “hermandades” universitarias acostumbradas por los americanos que –en teoría- son grupos filántropos de apoyo para los estudiantes y, asimismo, para los mismos estudiantes. También son vistos como el refugio de gran cantidad de los denominados “machos alfas”, es decir, “¡no somos machos, pero somos muchos!”. Grupos que –además- el cine se ha encargado de ajusticiar con el estereotipo de chicos “pudientes, sapientes, astutos (maquiavélicos) y muy guapos”, pero que, pese a sus virtudes, carecen de total confianza y para alimentar su ego requieren la publicidad de sus compinches con el fin de dar a conocer sus conquistas de faldas, aunque sean un fiasco absoluto en la cama. Para este tipo de hombres lo importante no es ni siquiera el placer; lo preponderante para ellos es lo más vil y ruin, ¡La estadística! Pregonan infinidades de “experiencias”. Pero como lo he escrito en muchas ocasiones: sus “experiencias” son tan castas como sus mentiras y ninguna mujer queda liada a ellos físicamente.
Este tipo de hombres –que no viene al tema pero que nutren esta historia- se encargaron de hacer muy pública la frase que ella siempre recordó en su vida, la sentencia que, de alguna forma, ella siempre apeló demostrando un desaforo total en cada una de sus actuaciones y de su propia vida privada.
Janis Joplin por esta semana hubiera cumplido 72 años, pero el destino la tenía para ser la primera y única mujer del “Club de los 27”. La lista luego continuó con otros personajes; mas, sin duda –en mi opinión personal-, no tan decorosos ni legendarios como los primero cuatro integrantes de tan anormal elenco que terminó por sentenciarnos a los amantes del Rock al idilio hipotético de añorar e imaginar lo suntuoso que hubiera sido el Rock (como si ya no lo fuera) si ellos –por lo menos– hubieran vivido un poco más, grabado una canción más que nunca se haya conocido o cantando, simplemente, algo, lo que fuera, ¡pero un poco más de ellos y su música! Lamentablemente la historia jamás se ocupa de “algo más” cuando llega el fin.
Escribir sobre Janis Joplin no es para mí sentarme a tirar líneas y reclamos políticos de mis acostumbradas columnas, mucho menos comenzar a hacer una búsqueda sobre su vida y luego iniciar un insulso trabajo de carpintería que –por cierto- tiene tan desacreditada la profesión gracias a muchos y frívolos actores quienes creen que entrevistar es cuestión de hablar para que otro infeliz –con una miseria de salario- se siente a escuchar y transcribir sin derecho a chistar lo que un caprichoso actor creyó que eran las preguntas más “idóneas”. Editadas y aprobadas –incuso- por un limaco matachín cuya elocuencia es tan estéril como lo que él vende. Me salí del tema…
De Janis Joplin, recuerdo un cassette que me regaló un amigo guitarrista que detestaba el fútbol, pero compartía conmigo el gusto por el Rock y en cierta forma terminó por ser un guía, pues podía pasar horas tocando su guitarra y leyendo sobre el tema. En aquella cinta –rarísimo regalo que aún debo tener en alguna parte- era una de esas inéditas presentaciones que los propios artistas hacen para sus amigos artistas; es decir, un derroche de genialidades, una expedición sin fronteras al talento, pero sin intenciones de competir. En aquella grabación Janis Joplin le dice a Jimi Hendrix, “toca, toca suave, yo hablaré y si se me ocurre, ¡cantaré!”
Ella comienza con un vaticinio para el amor que la ha dejado, le dice todo lo que él vivirá sin ella, pero luego regresará y ella, pese a todo, ¡estará! Después, en un cambio de nota, estilo o sutil punteo (creo que así lo llaman quienes tocan guitarra), comienza Hendrix en lo suyo, ella grita y así comienza una de las que –para mí- es la mejor versión de “Maybe”.
Sin duda, uno de los tantos momentos que marcarían la vida de Janis Joplin, fue cuando quiso romper aquel estereotipo de que “nadie es profeta en su tierra” y decidió ir a su pueblo natal, “Port Arthur” como la estrella de Rock que era; sin embargo, sus padres aprovecharon la noticia para marcharse, no fue bien recibida y poco después su madre le diría: “¡ojalá nunca hubieras nacido!”
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Me llené de mucha de su música y no me cansaré de atesorarla al igual que mi infinita colección de Queen. No sé tampoco cuántas veces he perdido la noción del tiempo en el nuevo opio de rock (YouTube) escuchando sus canciones, viendo sus entrevistas y su magna presentación de Woodstock; no obstante, en uno de los tantos imaginarios eventos hipotéticos que tengo y sostengo, sí sé que aunque ella hubiera sido definida como “el hombre más feo de su facultad”, yo –en ese mismo e imposible, pero placentero plano hipotético-, ¡la hubiera besado y la besaría cuantas veces me fuera permitido!