Un día al salir de clase se detuvo. En silencio escuchó el latido del corazón al encontrarse con una imagen que lo llevó al recuerdo del tiempo de estudiante. En días posteriores, a la misma hora, a la salida de la clase la vio abandonar el salón, junto con los estudiantes. Averiguó con los colegas para ver si el recuerdo coincidía con ella. No podía imaginar que al ser nombrado profesor en esa institución, después de tantas idas y venidas, vueltas y revueltas, volviese a encontrarse con el rostro de ella. Entonces, supo que era docente en esa escuela de ingeniería. Pregunta a pregunta se enteró que era una “cuchilla”, pues al final del semestre, al fijar las notas en cartelera, la mayoría de los estudiantes debían repetir el curso. Y, quienes obtenían una buena nota se sentían orgullosos de haber alcanzado tal proeza. También llegó a saber de su vida, más allá de los cursos, de los lugares que ella frecuentaba. Otra historia era su existencia. Contrajo matrimonio con un noble empobrecido, dado que un desastre lo había despeñado de las pocas propiedades en la ciudad. Además, no trabajaba. “No hace nada” dijo alguien. Era un vago. No se le conocía oficio. “No servía para nada” decían los conocidos. Por mucho, permanecía en el automóvil mientras ella ejercía su cátedra sobre matemática y geometría. No sabía ni siquiera conducir el coche, tan solo fumaba…
Y al verla salir de clase, desde el segundo piso del edificio de ingeniería, vino la imagen, en tiempo de estudiante en la universidad de la capital, hacia los años setenta. Mucho tiempo atrás, cuando cursaba los primeros semestres en la universidad, al descender del colectivo, en la carrera treinta con cuarenta y cinco, cuando se encaminaba para la facultad, esperaba que desde un punto que no tiene extensión apareciese en el espacio, formándose su figura, en el aroma del césped recién cortado. Instante a instante, mientras las manecillas, lentamente se deslizaban por la esfera del reloj, ella se acercaba. Zapatillas de medio tacón, medias y minifalda oscura, el pullover encarnado, su cabello grana y la belleza mortal de su rostro. Con el paso de los días en ella se dibujó la sonrisa. Una tarde le contestó a su saludo. Otro día le dijo: Adios. Y en un inesperado momento pudo escuchar sus palabras, entablar conversación y pocos días después se encontró en una cafetería. Y así llegó a enterarse que ella cursaba cuarto semestre. Estudiaba geometría, algebra, trigonometría, cálculo... Entonces, sin saber que decirle, en el aroma del café, la miró con dulzura. Y la relación iba bien, hablaba sobre sus estudios, de sus sueños. Sabía su nombre, su gusto por la lectura, hasta que le preguntó:
- Tú, ¿qué estudias?
- Filosofía- le respondió.
- Eso no sirve para nada- manifestó en tono cortante. Abandonó la silla, aceleró el paso, se perdió entre la multitud. Desde entonces, no volvió a verla. Nunca imaginó que volviese a encontrarla desde aquel día en que lo dejó.