Elkin Pramo, oriundo de La Dorada (Caldas), es de aquellos héroes de carne y hueso que desde el anonimato, laboran día a día con abnegación por su país. Ingresó al Ejército en el año 1995 por vocación, sentía que en la milicia encontraría lo que buscaba, lo que más le gustaba era la disciplina. Con el apoyo de sus padres pasó directamente del colegio a la Escuela Militar de Suboficiales sin prestar servicio militar.
Manifiesta que el Ejército es como otra familia, pero con unas dinámicas distintas, lleno de muchas vivencias donde, dice “hay una armonía y una disciplina, donde aprende uno a valorar muchas cosas que a veces dentro de su vida cotidiana no valora, como la unión familiar, el amor a los padres y hermanos”.
A pesar de que ha vivido situaciones difíciles, siempre ha tenido una meta clara: ser Sargento Mayor del Ejército. Desde su ingreso a la escuela de formación ha sido su proyecto, es algo que quiere lograr por orgullo personal y para satisfacción de su familia, y en el camino, su determinación será ejemplo para los demás. “Es demostrar que todo en la vida se puede siempre y cuando uno se lo proponga”. Como miles de militares en nuestro país, su vocación y entrega han sido puestas a prueba en muchas ocasiones y en dos de ellas ha estado cerca de perder la vida.
La primera ocurrió en Antioquia en el año 2002, en una época donde la situación de orden público era tan compleja, que debía cerrarse la Autopista Medellín – Bogotá después de las 6 de la tarde. Recuerda que comandaba un pelotón que estaba en un punto cerca al puente de Calderas, tenía asignada la seguridad de un tramo del eje vial y tuvo que vivir situaciones como la colocación de guayas de extremo a extremo en las vías, recuerda que en ocasiones hasta las ambulancias que iban prestando su servicio de socorro quedaban allí bloqueadas; además, quienes se atrevían a utilizar la vía quedaban expuestos a ser víctimas de las llamadas pescas milagrosas, especialmente en el sector más crítico entre Doradal y Santuario.
En uno de los registros habituales encontró rastros de que alguien los observaba de cerca, recuerda que había pisadas, basuras y ramas quebradas; sin embargo, ese día no pasó nada. Al día siguiente iniciaron un registro en otra dirección. “Hacemos un descanso y cuando el puntero inicia desplazamiento yo lo sigo, a una distancia de 5 metros el puntero se lleva la mina, tropieza un hilo que estaba amarrado de un palo a otro sobre el camino por el que transitábamos”. El soldado cayó hacía el frente y Elkin hacía atrás, la onda explosiva los elevó por los aires, estaba aturdido, desorientado, pero sobre todo con la incertidumbre de no saber qué tanto lo había afectado la mina. Su primera reacción fue preguntar a quienes lo estaban auxiliando si estaba completo.
“Los soldados me limpiaron la sangre y me dicen: sí, busco a mi soldado puntero de apellido Úsuga y lo observo con el pantalón camuflado lleno de flecos desde la altura de la pierna hacia abajo, haga de cuenta, como el pantalón que le queda al hombre increíble, lleno de tiras y de impactos de la metralla que le habían colocado al explosivo”. Y es que precisamente fue el soldado Úsuga quien llevó la peor parte, su recuperación duró 3 meses, recuerda Elkin que “las secuelas que le quedaron fueron laceraciones por tachuelas, grapas, tornillos, que entraron en la piel, más no salieron". A Elkin la onda explosiva le causó una pérdida auditiva del oído derecho y algunas lesiones por esquirlas que cayeron en su rostro.
Cuando su familia se enteró de lo sucedido pensó lo peor. Al escuchar que había caído en un campo minado solo imaginaron qué parte de su cuerpo había sido mutilada. Elkin lo tomó con serenidad y aunque es consciente que ese tipo de amas no deben usarse y que por ello es una víctima, también considera que lo ocurrido es parte del oficio que escogió. Lleno de valor, pasión y compromiso, continuó su labor, pero teniendo presentes las recomendaciones de su familia y a su hija, quien para entonces tenía sólo 4 meses.
15 años más tarde, el primero de marzo del 2017, en la región del Catatumbo, la vida del Sargento Páramo estuvo nuevamente en riesgo. Llevaba un poco más de un año cumpliendo misiones en Norte de Santander y, en esa ocasión, participaba en una entrega controlada de dinero de una víctima de extorsión en zona rural del municipio de Tibú. Al momento de la entrega no obedecieron una de las órdenes del grupo armado ilegal, dos hombres que iban en moto, al notar que había presencia de agentes de la fuerza pública, desenfundaron sus armas. Elkin recibió un disparo en la pierna derecha y en el brazo derecho, por fortuna, una unidad militar que se encontraba cerca, reaccionó y logró la captura de los sujetos.
“En el momento que me hieren lo que sentí fue más energía y más entrega al trabajo por la adrenalina que uno desarrolla y porque era el que iba liderando la operación, alcancé a durar 20 minutos impactado haciendo reconocimiento, verificando si podíamos encontrar más bandidos que nos estaban disparando, ya después de 20 minutos si sentí el agotamiento del cuerpo y fui auxiliado”.
En esa ocasión Elkin no quiso alarmar a su esposa, cuando ya había sido atendido y se encontraba estable, la llamó y le dijo que lo visitara en la clínica, le aseguró que sólo había sido una caída; sin embargo, al verlo, ella supo de inmediato que se trataba de algo más grave. Elkin asegura que entre ellos ya existe una especie de acuerdo, según el cual, ella tiene claro que su vocación lo mantendrá en la institución hasta que decidan prescindir de sus servicios.
Se siente satisfecho por los reconocimientos que ha recibido por parte de la institución, “he recibido lo que todo militar espera y anhela, tener: una felicitación, una condecoración, ser puesto en el cuadro de honor como figura del mes, ser candidato para un curso en el exterior, ser candidato para un plan de bienestar”. Sin embargo, al preguntarle si esperaría ser reparado como víctima por parte del Estado y/o de la sociedad, su respuesta es contundente: “La profesión que escogí trae este tipo de riesgos, cualquier beneficio sería más para la familia, para las personas que han sido mi apoyo todo este tiempo en la vida militar; para que los hijos o los familiares de los que han sido víctimas puedan ir a una universidad, un apoyo, una beca, algo que a ellos los beneficie”. No hay duda de que en una labor como la suya, no sólo se pone en juego la tranquilidad personal, sino también la de aquellos seres queridos que lo esperan en casa; de hecho, los impactos de la guerra no recaen sólo en quién los recibe directamente, también sobre sus familias.
En las dos ocasiones en que fue herido, el presunto responsable sería el ELN, por eso ve con optimismo que actualmente haya un cese bilateral con ese grupo. “No los recrimino ni guardo rencor, creo que han estado equivocados y bueno, esperemos que estos diálogos que se inician lleve a buen fruto la terminación de esta guerra con este grupo”. Al estar en una de las zonas del país donde el conflicto sigue vivo, aún después de que el gobierno llegara a un acuerdo con las FARC, Elkin cree que el camino hacia la consolidación de la paz es largo. Aplaude que los grupos armados ilegales decidan tener una vida alejada de las armas, pues esos gestos demuestran que “muchas veces la guerra no se gana con las armas, sino con los diálogos”.